Ileana Alamilla[1]
La evolución de la humanidad trae, para algunos, ventajas, modernidad, comodidades, innovación, tecnología de punta, nuevas formas de comunicarse, cambios en la moda, en la arquitectura, en el arte, en el lenguaje. Usualmente es la juventud la que se va apropiando y beneficiando de este impulso, que causa verdaderas transformaciones.
Sin embargo, hay aspectos en los que esa evolución pudiera no estar acorde con lo que las sociedades añoran para estar realizadas. Estudios de países desarrollados, por ejemplo, han demostrado cómo la dependencia y adicción sin límites a la tecnología que sufren los niños y jóvenes, sean hombres o mujeres, a la larga se constituye en un estancamiento de su desarrollo intelectual y espiritual.
Hay casos en que la evasión de la realidad es tal que ya ni las atracciones que antes eran obvias y naturales para esas criaturas les llaman la atención. Simplemente están sumergidas en el mundo tecnológico, comunicándose virtualmente, jugando individualmente. Es obsoleta totalmente la generación que compartía de verdad con sus compañeros y amigos, que salía a jugar pelota, que montaba bicicleta en los barrios. Ahora esto se hace, artificialmente, desde equipos electrónicos. Algunos seguramente ni siquiera saben qué está ocurriendo en su realidad inmediata, pues viven conectados a un mundo virtual.
Por eso es que los intereses de una parte de la niñez y juventud en Guatemala están cada vez más alejados de la situación en que se encuentra la mayoría de la población, salvo honrosas excepciones, pues hay muchos jóvenes involucrados en proyectos de interés para sus congéneres; van a hospitales, a asilos de ancianos, a brindar alegría a personas abandonadas, buscan propuestas para llevar conocimientos y educación a sus congéneres, se reúnen para conversar, etc. Pero son pocos.
Esto también va repercutiendo en el contexto nacional, pues esa juventud pegada a su iPad, iPhone, su tableta y a cuanto artefacto moderno los saca de su realidad, no va a interesarse en aspectos tan terrenales como los de la vida cotidiana, la situación de otros niños y jóvenes, quienes no se imaginan la magia que significa acceder a esos sorprendentes avances de la ciencia.
La revolución de las comunicaciones ha traído al mundo enormes beneficios y el fomento al consumismo, al individualismo, a la competencia, retos que padres, maestros e hijos tienen para lograr combinar tecnología con humanidad.
Especial desafío tenemos en Guatemala, donde la brecha de desigualdad es tal que la mayoría de la niñez y la juventud no tiene la menor idea de que existen semejantes equipos en los que se puede hacer casi de todo. Para ellos todavía el lápiz, la pluma, los crayones, un cuaderno nuevo y un libro son sueños incumplidos. Ni siquiera conocen la capital, no tienen luz y no pueden adquirir tecnología.
El conocimiento, la ciencia, la literatura, las artes y lo lúdico deberían estar al servicio de todas(os), no solo de quienes pueden disfrutar, desde el mundo virtual, de realidades ajenas o ficticias. Los seres humanos y no las máquinas somos el centro del mundo real.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.