Teresa Berganza: lecciones magistrales en Zarzuela

La mezzosoprano española Teresa Berganza, quien considera el Teatro de la Zarzuela como su casa (en diciembre de 2013 se le rindió en este escenario el homenaje más grande por parte de amigos y artistas, ha querido participar en el proyecto didáctico de este coliseo madrileño y ha ofrecido, durante toda una semana, una serie de clases magistrales con siete jóvenes cantantes.

Teresa-Berganza Teresa Berganza: lecciones magistrales en Zarzuela
Teresa Berganza

Lecciones que el lunes 19 de noviembre de 2018 culminaron en una clase abierta al público en el escenario.

Teresa Berganza quien a sus 85 años sigue en el Teatro «porque me da la gana» aconseja a los jóvenes cantantes salir al extranjero para aprender y para ser valorados, y se recuerda a sí misma como una emigrante.

Con veinticuatro años y madre, no era fácil emprender una carrera en la música, pero ella se lo propuso, si bien -confiesa- siempre se llevaba consigo «todo lo que tenía en casa. Yo soy muy gitana en lo de la familia y allá donde iba yo, venían todos conmigo». De ahí que lo más doloroso fuera más tarde tener que separarse de sus hijos.

Lo primero que consiguió fue una audición en París, y allí mismo la contrataron para cantar en el festival de Aix-en-Provence. Ahí comenzó una carrera que se ha prolongado durante más de medio siglo y que le ha llevado a los teatros más importantes del mundo, a ser dirigida por las más grandes batutas y a compartir escenarios con los más grandes cantantes.

Siempre ha sido muy humilde: «Yo nunca he creído en mi misma y eso me ha ayudado mucho a mejorar».

Con María Callas interpretó Medea en Dallas, en 1958. De este conocimiento parte su defensa de la diva, quien le dijo después de un aria que habían cantado juntas: «Este aplauso es para ti. Vuélvete».  «Me dijo que le llamara Maria y que la tuteara, y era una gran profesional capaz de descender incansablemente las mismas escaleras para, en el momento cumbre, hacerlo volando, tal como requería el papel».

Conocedora de sus capacidades, fue capaz de rechazar La Traviata cuando se la ofrecieron, ya que la elección del repertorio es básica, lo más importante: «He cantando sólo diecisiete o dieciocho óperas, pero sabía que como las cantaba yo, poca gente lo hacía». Y no hizo Carmen hasta que no tuvo cuarenta años porque no creía llegado el momento». Ahora bien, esas Carmen con una falda que enseña la pierna, moviéndose todo el tiempo con el torso disparado… eso no tiene nada que ver con la música. «Yo me he fijado en las cigarreras de Sevilla y digo: pero si a Carmen con una mirada le bastaba para decir éste pa mí».

Sus consejos a los jóvenes en las clases magistrales se ciñen a la interpretación: yo no os voy a enseñar música ni canto; yo os digo cómo haría yo esta canción. Y así frases como: «eso es sólo para ti» -referida a algo que ha de decirse hablando consigo mismo; o «esto has de decirlo de una manera más sentida, así (y ella misma mimaba con gesto y voz una interpretación más personal y genuina de la frase)» eran las más apreciadas hasta lograr la ansiada perfección interpretativa. Hubo también escenas chuscas con el alumno más travieso que miraba para otro lado. Llevaban juntos los nueve (siete alumnos más el pianista más la maestra) una semana muy intensa y había siempre algo que pulir. Fue algo muy interesante y divertido como espectador.

Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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