Manuel María Meseguer
La conjunción de aprendices de brujo, espabilados editores de ética escasa, presuntos adalides del periodismo transmutados en directores de prensa amarilla, analfabetos políticos, complacientes jueces y magistrados, extremistas genitales, papanatas digitales, antisistema con dieciocho páginas leídas por todo bagaje cultural, líderes de opinión mediática dispuestos a defender lo uno y su contrario según la paga, vagos y maleantes acomodados en el río revuelto; la conjunción como digo de tal tropa con pensadores bien intencionados, dolorosamente hartos del brutal aplastamiento de una sociedad que se creía libre; con políticos solidarios asqueados de la porquería que los rodea; jueces inermes también ellos ante la corrupción, y gentes a los pies de los caballos solamente parece traducirse en una obsesión por el abismo de una sociedad que hace menos de 40 años se había aliado en el proyecto colectivo de olvidar el pasado y organizarse en el futuro.
Pareciera que una confabulación de poderes y medios para aplastar toda esperanza se hubiera puesto en marcha para arrasar un proyecto de convivencia que tanto entusiasmo suscitó en su día. Lo que parecía intocable ─el Estado del bienestar, la Monarquía, con el rey a la cabeza, el sistema parlamentario representativo─ lo están convirtiendo, detractores y melifluos defensores, en un “reality show” de canal de televisión italiano de la peor especie. Desde hace años, quizás desde el comienzo de la crisis, se me alborotan los versos de Miguel Hernández de su poemario Vientos del Pueblo, escrito durante los dos primeros años de nuestra guerra civil. Se me enrosca en las entrañas el odio que surge de Los cobardes y me predispone contra esta ralea de estómagos desagradecidos:
“Hombres veo que de hombres
solo tienen, solo gastan
el parecer y el cigarro
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.”
Estamos en tiempo de ladridos. Aproximadamente los mismos que impulsaron el camino a la democracia y el olvido del franquismo, los mismos que supieron arrumbar diferencias para afrontar un proyecto común y se llegaron al palacio de la Zarzuela a rendir pleitesía al monarca que los había librado del fusil y la bayoneta, del ridículo y la cobardía, miran ahora hacia otro lado cuando el Jefe del Estado, por sus propios errores y por otros sobrevenidos, se encuentra en el nivel más bajo de aceptación ciudadana. Columnistas monárquicos de pacotilla piden la abdicación en el Príncipe de Asturias desconociendo que es el rey Juan Carlos el último fusible que le queda a la Monarquía para no ser devorada por un estado de opinión disolvente, favorable sin embargo a los intereses de la casta política que ve así desviado el punto de mira de la ira social.
Hace unos días, el expresidente Felipe González declaraba estar preocupado “más por el estado de ánimo del país que por la realidad. El estado de ánimo es muy malo. (…) Esa crisis [política e institucional] galopa hacia una anarquía disolvente”. Y se preguntaba: “¿Todo el esfuerzo de la Transición se está yendo por el desagüe? Las élites de referencia han dejado de existir en todos los ámbitos, y sin ellas un país tiene un problema muy serio. Si encima no cuidamos las instituciones… podemos entrar en otro momento oscuro de nuestra historia”.
Para terminar machacando: “Estamos ante una crisis institucional”. Un momento para ir a “una segunda Transición”. “La primera la hizo, prácticamente solo, Adolfo Suárez. Cuando yo llegué al Gobierno ya estaba hecha. La hizo él, con más o menos ayuda, pero él. Y la pagó”.
El estado de insumisión que se abate sobre una parte importante de la sociedad española se lo han ganado a pulso nuestros políticos instalados en la mamandurria, según feliz expresión de la cazadora de talentos Esperanza Aguirre. Creyeron que con el pago que hubo de afrontar Adolfo Suárez ya estaba todo hecho y que el golpe de autoridad del monarca les valía para un par de generaciones, así que lo colmaron de halagos y le dejaron a su aire para dedicarse ellos a una espuria concepción de la política.
Empezaron entonces unos movimientos asamblearios de “estos chicos”, unos “malditos antisistema” cargados de «aburrimiento y odio», que fueron generando un estado de“anarquía disolvente” y sin empacho para gritarles a los elegidos apenas unos meses antes que no los consideraban sus representantes. Cuando se vinieron a caer del guindo, los políticos de los partidos mayoritarios zascandileaban como pollos sin cabeza; ni tiempo les quedaba para defender a aquel rey que les salvó el culo y ahora vivía un “annus horribilis” empujado por los cortesanos a la violeta ─pollos descabezados ellos también─ que le pedían la abdicación en el príncipe Felipe, como si les urgiera el advenimiento de una tercera república.
Republicano de convicción como soy, ante tanto desistimiento, tanta cobardía y tanto manejo alocado de nuestros políticos de bolsillo abierto y mirada huidiza, defiendo al rey y a la España que durante este periodo democrático ha vivido las más altas cotas de bienestar y solidaridad. No puedo imaginarme en la Jefatura del Estado a ninguno de esos tontilocos que, volviendo al poema del oriolano Miguel Hernández,
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
Dicho sea sin ánimo de ofender más de la cuenta.
De La Esquina del Tiempo.- manuelmariameseguer.blogspot.com.es
¿Republicano tú? jajajajajajaja. ¿Tú crees que la monarquía está exenta de este tiempo que estamos viviendo? Ella quería, y lo esto hizo y lo hará, vivir del cuento por los servicios prestados (ese cuento de que fue el monarca el que abortó el 23-F cuando plumas nada sospechosas entienden que fue un golpe que le salió mal). Debería ejercer como autoridad moral y no un «campechano» que se dedicaba a lo que todo el mundo sabe: entre otras cosas, forjarse una fortuna para sí y para sus descendientes de varias generaciones bajo el señuelo de defensor por las tiranías árabes de la marcaespaña (Arabia Saudí, Kuwait, Marruecos…).