Este thriller ambientado en Canarias y Colombia cuenta la historia de una venganza: una mujer cuya hija es violada y asesinada por tres paramilitares en Colombia, se traslada a España con su hijo pequeño para encontrar a uno de los tipos que cometieron el doble crimen, un mercenario canario que durante los hechos perdió su cartera, con una foto que llevaba escrito en le reverso el nombre de Iván.
Mientras lleva a cabo su incesante y bastante inverosímil búsqueda, establece una relación amorosa con el psicólogo escolar que intenta ayudar al niño –testigo de lo ocurrido a su hermana- a integrarse en la escuela.
Tiempo sin aire, protagonizada por Juana Acosta (Libertador, Una hora más en Canarias), Carmelo Gómez (La playa de los ahogados, Días Contados), Adriana Ugarte (Gente en sitios) y Félix Gómez (Insensible), dirigida por el dúo formado por Samuel Martín Mateos y Andrés Luque, trabajadores de televisión y debutantes hace seis años con el largometraje “Agallas”, es un relato con cierto suspense, pese a que el espectador conoce desde el principio la identidad del mercenario que tomó parte en el doble crimen, con una primera parte ambientada en el conflicto colombiano (aunque rodada en Tenerife) de hace una década –una guerra a tres partes, ejercito, guerrilla de las FARC y paramilitares, ahora oficialmente desmovilizados aunque la realidad es que no todos han entregado las armas y siguen actuando por cuenta propia, y también ajena cuando se venden al mejor postor y constituyen la escolta personal de narcotraficantes y otras joyas sociales-, con sus distintos uniformes, sus bombas y sus desalmados y corruptos atropellando a las poblaciones; y una segunda parte, relativamente tranquila en Canarias, donde la mujer colombiana, enfermera de profesión, encuentra trabajos esporádicos mientras persigue al objeto de su venganza.
Toda la película, bastante flojita, descansa en el personaje que interpreta Juana Acosta, una mujer muy herida en sus sentimientos y hermética, que ha planeado una venganza y no repara en obstáculos hasta conseguirla. La castración del violador –recién casado, que intenta tener un hijo y vive con su pareja en el piso comprado con su sueldo de mercenario- es el desenlace de todas las tensiones y para la mujer el final del trayecto: después regresa a Colombia intentando retomar su vida donde la dejó, y hasta allí la sigue el psicólogo (un personaje sin personalidad el de Carmelo Gómez).