Algunos amigos franceses me han dicho que se taparon la nariz antes de votar a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Los comprendo. Quizá deberían y debemos hacer lo mismo cada vez que abramos el enlace de un sitio digital o cualquier mensajito de Whatsapp. Incluso si viene de la familia o de los amigos más queridos: las intoxicaciones vienen ya tan bien cocinadas que parecen fabricadas por espíritus melifluos. Quienes nos las envían son unos ingenuos que ignoran el origen remoto. Me tapo la nariz antes de ver si abro el enlace o la foto de turno.
Y cada mañana me tapo la nariz cuando veo los titulares de media docena de diarios europeos, donde doy preferencia negativa a determinados tabloides británicos.
Los absorbo con cuidado, como si fuera una medicina necesaria de sabor desagradable.
Son como minas a cielo abierto donde los minerales y tierras raras son sucesos, naderías, tergiversaciones, frivolidades y mentiras.
Este domingo, Primero de Mayo, leo este titular “Putin’s army of saboteurs target Britain” (el ejército de saboteadores de Putin apunta hacia Gran Bretaña). Inquietante, ¿hasta qué punto? No lo sé. El Sunday Express cita una alerta de los servicios secretos. Ignoro el fondo del caso, pero vuelvo a taparme la nariz.
Coincide con una declaración del ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido (Foreign Office) denunciando que “el Kremlin utiliza fábricas de troles para difundir mentiras en las redes sociales y en los sitios de gran seguimiento”.
Estoy convencido de ello: la desinformación se multiplica en espiral en las redes sociales para manipular las ideas y sentimientos de la opinión pública. Mientras, prevalecen y se predican en todas partes los mantras de los evangelios digitales. Detrás siempre hay profetas, amenazas y algún poder político planetario que busca restringir nuestra capacidad de valorar la actualidad. La guerra de Ucrania ha exacerbado el fenómeno.
Tengo amigos que parecen decididos a buscar cualquier ángulo “crítico” contra la Unión Europea o Estados Unidos. Me pregunto si los troles de algún departamento lejano están detrás. Después, amigos o gente del mundo de la cultura o de medios digitales de cierta audiencia, a través Instagram, YouTube, Facebook, TikTok o Twitter, nos requerirán algo. Nos empujarán mentalmente, así que me tapo las fosas nasales y me pongo una prudente mascarilla ante el Covid informativo.
Trato de descubrir la intención y no es fácil, pero rechazo quedarme a solas con la primera imagen o con la primera apariencia. A veces, me tomo un vaso de agua fría y espero al día siguiente antes de empezar a reflexionar sobre el asunto.
Sobre las declaraciones de dirigentes internacionales o nacionales (o regionales), por ejemplo, hago lo mismo. Trátese del oscuro Putin, del literato Lavrov, de Macron o del ínclito Boris Johnson, sin que eso los iguale a todos. ¡Ah, no, no los considero iguales!
Me habría tapado la nariz y yo también habría ido a votar a Macron si fuera francés.
Seguramente habrá una oficina de troles en el Pentágono, supongo. Pero también asumo que son ciertas las unidades de intoxicadores multilingües que laboran en viejos edificios y fábricas de armamento de la Federación Rusa. Según leo, prevalecen en una determinada dirección de San Petersburgo, donde parece reinar el oligarca Yevgeny Viktorovich Prigozhin. Las capitales occidentales lo vinculan a las fábricas rusas de desinformación y al grupo militar privado (?) conocido como Grupo Wagner.
Sigo intentando aclararme. No siempre lo consigo siguiendo a colegas más sabios que yo en el asunto de la guerra de Ucrania. Eso sí, tengo amigos cercanos que me ofrecen siempre la misma perspectiva: es como si siguieran en una manifestación de Berkeley contra la guerra de Vietnam, siempre con el Yankee go home! que yo mismo grité tantas veces en manifestaciones distintas.
Releo sobre las injerencias rusas en las elecciones de Francia o de Estados Unidos, en el Brexit o en el procés.
Viajo a la nebulosa de las incertidumbres, mientras leo lo que escribe mi colega Rafael Díaz Arias en su blog https://periodismoglobal.com/ Es lo más honrado que conozco.
Lo único que empiezo a creer de verdad es que las certezas –tranquilizadoras o incómodas- me llegan mayoritariamente en mensajes privados. En pequeños textos familiares supuestamente críticos con el poder. No sé cual de ellos, ¿qué poder?
“No podemos permitir al Kremlin y a sus fábricas de troles que invadan con sus mentiras nuestros espacios en línea”, ha declarado Liz Truss, ministra responsable del Foreign Office. Truss ha añadido: “El gobierno británico alerta a sus socios de otros países. Seguiremos trabajando con nuestros aliados y con las plataformas dedicadas a combatir las operaciones (digitales) de los rusos”.
Lo creo. Me taparé la nariz ante muchos tuiteos y wasapeos de mis próximos, aunque parezca verosímil lo que me transmiten.
Y seguiré taponándome también mis fosas nasales ante algunos titulares y pies de foto. Como los estereotipos más tontos de los profetas digitales, parecen una sopa indigesta y que huele mal. Hay que seguir buscando lo más honrado a diario, aunque nos equivoquemos. En cocinas lejanas siguen prevaleciendo los malditos troles que cobran rutinariamente por su feo trabajo. Por sus sopas indigestas.
Esta reflexión de Paco Audije puede explicar el porqué la «Inteligencia del Reino Unido» aparece ahora frecuentemente como fuente de información de lo que sucede en la guerra de Ucrania