En los días más recientes he tenido el placer de conversar varias veces vía telefónica con mi hermano Saúl Antonio Figueroa, estudioso de la historia de Venezuela, políglota, actor de teatro, cine, televisión, y preocupado por las cuestiones lingüísticas.
Nuestros diálogos giran en torno de la historia y de las impropiedades idiomáticas, tanto de los medios de comunicación, como las del habla cotidiana. Él reside en Caracas, y yo en un pueblo rural del estado Portuguesa.
No tengo dudas en afirmar que el origen de todas esas impropiedades (no me gusta llamarlas errores) está en la precaria instrucción de las personas que hacen vida en los medios de comunicación, y en el inmenso poder inductivo que estos ejercen, lo cual implica que todo lo que se diga o se escriba, mal o bien, tiende a arraigarse en el vocabulario. Es por eso que esa bondad (el inmenso poder inductivo), no debe usarse de manera muy libérrima, pues el efecto pudiera ser igualmente provechoso que dañino. Debe desecharse la basura, que la hay en abundancia.
Los medios de difusión masiva, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, están plagados de disparateros, de personas que no tienen la mínima noción de lo que es la comunicación social, y que desafortunadamente son los preferidos de los propietarios y/o directores. En tal sentido, ocupan los espacios de mayor audiencia en los medios radioeléctricos, o disponen de mayor centimetraje en los impresos. Es como diría un gran amigo mío, cantante de música llanera: «El mundo al revés».
Es encomiable que cualquier persona, especialmente si es locutor o periodista, se preocupe por enriquecer su vocabulario cada día, para lo cual deberá leer frecuentemente. Eso le permitirá familiarizarse con las palabras, instruirse y adquirir facilidad para leer y para redactar de una manera medianamente aceptable. Un locutor que no sepa leer, y un periodista que no sepa redactar, es mejor que se dediquen a otra cosa.
En esas amenas conversaciones con mi hermano Saúl Antonio, ha surgido la inquietud en cuanto a algunas palabras y frases que son utilizadas con un significado diferente del que registran los diccionarios. Tal es el caso de antonomasia, demagogia y diatriba, muy frecuentes en el vocabulario de personas que por lo general (se supone) tienen un nivel intelectual superior al del común de la gente. Al primero de estos vocablos se lo emplea para decir, por ejemplo, que fulano de tal es «el héroe por antonomasia».
Ese despropósito se lee en contenidos en los que se menciona al prócer José Antonio Páez, figura fundamental en la gesta emancipadora de Venezuela, a quien algunos ignorantes de la historia han pretendido negarle su rol protagónico y decisivo. ¿Qué habrán querido decir con eso de héroe por antonomasia?
Lo cierto del caso es que es un uso inadecuado de la mencionada palabra, si se toma en cuenta que «antonomasia es una figura retórica que consiste en sustituir un nombre apelativo por el de la cualidad que le caracteriza o que se le atribuye, bien en sentido inverso», como por ejemplo, un Rafael, por un gran pintor, o el Apóstol, por San Pablo”.
Sobre demagogia no existe un mal uso propiamente dicho; pero sí un empleo abusivo, a todas luces innecesario, dado que hay otras palabras con las que se puede expresar la idea de incumplimiento, sobre todo en el ámbito político, que es a lo que por lo general alude el mencionado vocablo. La demagogia consiste en el empleo de halagos y falsas promesas, muy común en los politiqueros de oficio.
En cuanto a diatriba, es frecuente su uso inadecuado, sobre todo en personas que se precian de ser excelentes oradores y redactores; pero en cada actuación dejan en evidencia su pobreza crítica en cuanto al lenguaje oral y escrito. Se habla de que «fulano tuvo una diatriba con mengano», para dar a entender que hubo entre ambos una disputa, una discordia, un pleito, desencuentro, etc.
Una diatriba es una «injuria o censura contra alguien o algo». Claro está, una diatriba pudiera generar una discordia, un pleito, un rompimiento, una enemistad; pero de allí a emparentarla con la consecuencia de algo, hay un abismo, un abismo ante el que hay que estar alertas para no caer.
La gama de palabras mal utilizadas es amplísima; pero solo me he referido a tres, con la finalidad de satisfacer la inquietud de mi hermano Saúl Antonio, que es la misma de muchas personas a las que les apasiona eso de escribir bien y hablar de la mejor manera.
Excelente explicación.