El año terrestre se va acabando, hay partes de la nave que ya están decoradas con motivos navideños, son aquellas en las que la tripulación es mayoritariamente cristiana, bien por creencia o bien porque nacieron en países de esa confesión, y tienen esas costumbres.
Se es más bien moderado en la decoración, nada de lucecitas centelleantes, que para eso ya tenemos todas las estrellas que nos rodean, además no se puede derrochar tanta energía. Hubo un tiempo, ridículo por cierto, en el que los ayuntamientos competían por ver quién ponía el árbol navideño más grande, quién iluminaba más calles, quién, en fin, era el más innovador y hortera en la decoración navideña de sus municipios, hubo incluso alcaldes que se hicieron famosos por fomentar tal despropósito. No importaba ni la contaminación lumínica, ni la acústica ni la medioambiental, no importaba la acumulación de personas, aun con riesgo de su integridad física por la acumulación de ellas sin posibilidades de escapar de calles y plazas atestadas. Hasta decían orgullosos que su pueblo o ciudad ahora sí se veían desde el espacio.
Pero desde el espacio lo único que se veía era el desastre y derroche que suponía ese exceso de iluminación.
Pero lo que realmente es frustrante ver desde el espacio son los fogonazos de luz provocados por las bombas de los países en conflicto. Todas y en todos los lugares nos impresionan pero las que están sufriendo en Gaza nos duelen especialmente por que de todas las guerras parece la más injusta.
No puedo dejar de pensar en la masacre, el genocidio, que se está cometiendo contra el pueblo palestino, sobre todo, y de momento, el que habita en la franja de Gaza. Recuerden, todo empezó con el ataque terrorista de Hamás a unas poblaciones israelitas, un ataque cruel y desalmado, en el que murieron mil doscientas personas, asesinadas, y más de doscientas fueron secuestradas de las cuales algunas han muerto, otras fueron rescatadas, casi cien aún están retenidas, aunque un tercio de ellas han sido dadas por muertas. Fue una barbaridad condenable sin ninguna duda ni reparo.
Pero la respuesta nunca debió ser atacar un país, arrasar con él, destruir sus infraestructuras, sus viviendas, sus hospitales, matar a miles de personas, eso sí que es absolutamente y criminalmente desproporcionado. Desde la invasión de Gaza y los bombardeos por parte de Israel han causado ya más de 44.000 muertes, en su gran mayoría civiles, más de 17.000 niños y niñas, más de 10.000 mujeres, más de 100.000 heridos, en los ataque indiscriminados del gobierno israelí.
En nuestro país sufrimos hace décadas el terrorismo de ETA, con atentados brutales en Barcelona, Zaragoza, Madrid,… y nunca se decidió invadir el Pais Vasco, ni, por supuesto, arrasar con sus ciudades y la personas que las habitan. Esas respuestas son propias de estados que no respetan lo más mínimo la legalidad, ni la suya ni la internacional. Por eso el estado de Israel está cometiendo un genocidio.
Resulta muy doloroso contemplar como la respuesta internacional, salvo algunas excepciones, está siendo tan tibia, sin ningún tipo de represalias ni apenas sanciones internacionales, como vemos que sí se toman en otros conflictos. No se puede dejar abandonado a un pueblo como el palestino cuando además las resoluciones de Naciones Unidas están de su parte. Es Israel quien no cumple y a la que se le está permitiendo esta barbarie.
Estas Navidades tienen pocos motivos de celebración, los dioses de las tres religiones monoteístas que nacieron en esa zona de oriente parece que han abandonado cualquier esperanza de convivencia pacífica entre las comunidades que las habitan, y en su nombre se alimentan esos conflictos.
Mientras, el resto, miramos embelesados las luces navideñas que adornan nuestras ciudades, olvidando todo lo demás.