Todavía no sé cómo enjuiciar esta obra y ya ha pasado una semana desde que la vi.
Dos hermanos diferentes en todo que, puestos a prueba, asombran al mundo descubriendo que se admiran tanto como se detestan. En un tiempo muy breve, intercambian los papeles y el que era bueno resulta ser el peor de los malos: no hay tonto peor que el tonto malo. Y lo ves en escena y alucinas porque te deja frío este cambio brusco, tanto como una hora antes te alucinó el choque frontal de dos caracteres opuestos.
Todo esto alimentado por dos actuaciones formidables y cocinado por una dirección magistral. El mito es antiguo, siempre renovado. Son Caín y Abel que, en el fondo, se envidian tanto como en apariencia se detestan, he ahí la pelea -primero dialéctica, luego a las manos, cuchillos y cuerdas- incapaces siempre de hablar tranquilamente de lo que les pasa. Como en las mejores familias, que para eso el mito sigue vivo.
De momento, los vemos llegar por separado y por casualidad a la casa materna (ojo, sólo materna, el padre gravitará sobre ellos durante toda la obra pero en otra parte), y pronto empiezan a reabrirse las viejas heridas; a cada palabra, salta la chispa del agravio pasado o sentido. Los dos hermanos llegan allí por casualidad, lo que, dada la atracción mutua y fatal que experimenta el uno por el otro, se pone en duda desde el principio.
El uno es escritor con posibilidades de llegar a ser alguien en Los Ángeles, el otro es un delincuente de poca monta que no dudará en robarle todo, hasta el guión, su obra. Pero todo lo que le roba, hasta “la obra”, acabará siendo un mero leitmotiv para la eterna rivalidad entre ambos. Esto divierte al principio, luego deja de divertir por lo consabido, lo esperado, lo ya visto, y por fin subleva pero -repito- no emociona sino que desespera. En este sentido, el tercer personaje sólo contribuye a exacerbarlos como jurado ya que, en última instancia, también a él se lo disputarán. Son historias y personajes de otro tiempo (el Oeste, La Biblia) pero que siguen vigentes porque es la esencia posesiva del ser humano lo que importa.
Los celos entre ellos se desatan, cada uno empieza a añorar la vida del otro, sustituirlo, suplantarlo. El mal tiene más brillo que el bien, atrae más de entrada, hipnotiza como el agujero que aguarda cumplirse como una profecía: el padre está ya en el agujero y, la madre, que aparece sólo al final y que es una niñita ausente, resulta estar a la vuelta de todo y vaticina: Los dos acabaréis en el mismo agujero.
Estamos ante una historia sin redención.
Pero el alcohol ayuda y es un arma poderosa de aniquilación, que no de creación. El escritor espera encontrar en ella lo que le ha sido robado y, aunque no bebía, se apunta al carro. Todo son apuestas a vida o muerte. Como dice también La Biblia, Todo verdor perecerá, y los enseres de la casa perecen arrasados, como los brotes verdes del sentimiento amoroso que no cuaja.
Y el público, cuando ha presenciado ya todo el destrozo, se pregunta: ¿Para esto tanto despliegue, tanto trabajo actoral y tanta dirección, tanto escenario bellísimo y tanto paraíso de la infancia inexistente?
Ellos, los hermanos, cuando al final saludan, parecen habérselo pasado mucho mejor que nosotros. ¿Acaso todo era un juego y nos lo hemos creído a pie juntillas? Pero la pelea por la escritura, con no ser lo más brillante, es de lo más real, y el que lo vivió lo sabe: capaz de asesinar por una frase.
Autor: Sam Shepard
Director: José Carlos Plaza.
Reparto: Joaquim Abad, Alberto Berzal, Inma Cuevas, Israel Frías.
Diseño de Luz y Escenografía: The Blue Stage Family.
Teatros del Canal.
Fecha: 12 de septiembre (Hasta el 27 de septiembre de 2014 en la Sala Negra, sin numerar). Duración: 1h 35min.