Si se busca un común denominador de las relaciones entre la Unión Europea y Turquía, la palabra más idónea sería desconfianza. Desconfianza, desprecio, recelo son los términos que podrían emplearse a la hora de calificar los fluctuantes, cuando no, tormentosos vínculos entre los herederos del renombrado imperio Otomano y los eurócratas de la capital belga.
Los turcos no reniegan de su glorioso pasado; los máximos exponentes del club cristiano de Bruselas (Erdogan dixit) miran con recelo a los emisarios de esta nueva potencia regional, dispuesta a hipotecar parte de su reciente historia para convertirse, con el beneplácito de alemanes, franceses, italianos o portugueses, en un miembro más de la familia europea. De la hasta ahora opulenta familia, preocupada por su prosperidad.
Es cierto; los tiempos cambian. Turquía, que solicitó su ingreso en la CE/UE en 1987, sigue manteniendo su estatuto de aspirante a la adhesión. De eterno aspirante, al que se le ha contestado siempre con peros o evasivas. Los turcos saben que detrás de los argumentos esgrimidos por Bruselas: carencias del sistema democrático, violación de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la discriminación de la minoría kurda o la situación de la mujer, se oculta el verdadero motivo: la competitividad de las exportaciones hacia los países miembros de la Unión. Los europeos temen el dinamismo de la economía turca. En realidad, el hombre enfermo de Europa goza de buena salud.
Desde el punto de vista político, los neo-otomanistas de Ankara muestran una lucidez digna de los herederos de un gran imperio. En las últimas décadas, los turcos lograron resucitar o reactivar las relaciones con los países y territorios que pertenecieron al imperio Otomano, incrementando su presencia en los Balcanes, Asia Central, el Golfo Pérsico, el Cuerno de África. Sin olvidar, claro está, el siempre conflictivo espacio postsoviético: Rusia, Ucrania y los estados de la región caucásica.
Turquía firmó acuerdos de cooperación económica y estratégica con Rusia, que cubren la adquisición de sistemas de defensa antiaérea, instalación de centrales atómicas dotadas de tecnología rusa, maquinaría de construcción o productos agroalimentarios.
A Ucrania le suministró tecnología moderna para la fabricación de drones y vehículos militares; a los países de la antigua Yugoslavia, numerosas patentes industriales.
Como miembro fundador de la Alianza Atlántica (OTAN), Turquía tomó partido desde el primer momento a favor de Ucrania en el conflicto con Rusia, pero sin olvidar los compromisos contraídos con el Kremlin. Pese a las desavenencias surgidas durante la segunda guerra de Nagorno Karabaj, en 2020, la relación entre Recep Taiyp Erdogan y Vladímir Putin sigue siendo muy fluida. Bastante fluida, al parecer, para que los eurócratas decidan llamar a capitulo al rebelde presidente turco.
La pasada semana, el embajador de la UE en Ankara, Nikolaus Meyer-Landrut, le trasladó a Erdogan la preocupación de Bruselas ante la supuesta ambigüedad de la política de Turquía, país que no se sumó a las sanciones decretadas por la UE, no prohibió las emisiones de la cadena de televisión rusa RT, no cerró su espacio aéreo a los vuelos de las compañías rusas, no… En pocas palabras, sugirió que Turquía, mero candidato a la adhesión a la UE, debía alinearse a la política comunitaria.
Turquía no podrá seguir haciendo malabarismos, advirtió Meyer-Landrut, diplomático de carrera germano, quien se desempeñó como asesor principal para asuntos europeos de la canciller alemana Angela Merkel, una de las principales detractoras del ingreso de Ankara en el selecto club de Bruselas. ¿Malabarismos? Pero si Turquía no debe nada a los comunitarios…
Es cierto: el Gobierno de Ankara decidió mantener abierto su espacio aéreo para que los rusos residentes en la UE y los ciudadanos comunitarios pudieran seguir viajando a la Federación Rusa.
Erdogan ha subrayado en reiteradas ocasiones que no tiene intención de renunciar a las relaciones con Kiev ni con Moscú. En deterioro de los contactos con Rusia podría tener consecuencias dramáticas para la política de su país. Por otra parte, el presidente turco criticó recientemente la respuesta de Europa a la invasión rusa de Ucrania, calificándola de caza de brujas dirigida contra el pueblo, la cultura y el arte rusos.
Por ende, conviene recordar que, en la guerra de Ucrania, Ankara ofreció sus buenos oficios como mediador. ¿Malabarismos? Ninguno.