El pasado viernes 26, el Gobierno presentó el nuevo cuadro de previsiones contenidas en el Programa de Estabilidad y el Plan Nacional de Reformas.
Lucas León Simón
Al día siguiente la portada de El Mundo, un periódico nada hostil a la línea gubernamental, incluía una foto reveladora. Tres ministros compareciendo tras el consejo, Soraya Sáenz, De Guindos y Montoro, todos con la cara tapada por algo.
La reencarnación en impotencia de los tres monos míticos de Toshogu en Japón, Kikazaru (no oye), Iwazaru (no habla) y Mizaru (no ve).
Un gobierno que desdice sus previsiones cada dos meses no tiene ninguna credibilidad. Un gobierno que reforma y reforma, pero que no sabe ni lo que tiene que reformar, no tiene ninguna legitimidad. Un gobierno que acepta una cifra de 6.200.000 parados y anuncia que al final de su legislatura va a ver una destrucción de empleo de 1.400.000 puestos netos no tiene ningún coraje.
El Gobierno no tiene ni las más remota idea de lo que quiere hacer con la economía española. Tienen una dialéctica hueca, llena de frases: mercados, deuda, déficit, emprendedores, paro, pensiones… pero desestructurada, inconexa, trampeada, y al pairo de una retórica demagógica, basada en la fe o el milagrismo.
Visto de lejos y con un máximo de objetividad se ve un gobierno incapaz, no logran hilar una cadena de medidas que sirva para algo, no contienen el déficit público, ni reducen el desempleo, ni frenan la recesión, ni cumplen una sola de sus previsiones y no digamos de sus promesas electorales.
Hacen lo fácil, recortar, aumentar impuestos, cargar sobre los trabajadores, pensionistas o débiles todo el esfuerzo, contentar a la banca y a los mercados y contemplar, desde el muelle, como se les hunde el barco.
Con la décima parte de su trayectoria, cualquier gobierno normal, fundamentado en prácticas democráticas, hubiera dimitido. No pueden, no saben ni tienen la dignidad de irse y abrirse a nuevas soluciones, a nuevos gestores.
El mito de la derecha como gestora eficaz se les ha derretido entre las manos. Quizás con una visión malévola sus objetivos no fueran otros: transferir un 25 % de las rentas del trabajo al capital y crear un enorme ejército de mano obra barato, semi esclavizada.
Y lo más grave es que, Kikazuru, Iwazaru y Mizaru, nos toman por tontos.