¡Un vuelo rasante sobre las mayúsculas y minúsculas!

Como ha sido costumbre, durante los más de veinte años que me he dedicado a publicar artículos relacionados con las impropiedades en los medios de comunicación y en el habla cotidiana, en muchas ocasiones he tenido que abordar un tema una y otra vez, en virtud de contribuir con la disipación de las dudas que aún pudieran quedar, unas veces por petición de los lectores, y otras por la frecuencia de aparición de impropiedades, tanto escritas como orales, ante lo cual siento la obligación moral de decir algo.

He perdido la cuenta de las veces que he escrito sobre el gerundio mal utilizado, sobre los signos de puntuación, sobre las palabras por la índole de la entonación (agudas, graves, esdrújulas y sobresdrújulas), así como de otros casos en los que muchos redactores incurren en despropósitos. Me satisface saber que a la luz de las observaciones mostradas, muchos también han sido los redactores que han asimilado la explicación y han adquirido soltura en el manejo del asunto. Eso demuestra que el trabajo no ha sido en vano, lo cual me estimula a seguir adelante, siempre convencido de que solo soy un aficionado del buen decir.

El tema de hoy es un «vuelo rasante» sobre el uso de las letras mayúsculas y minúsculas, que son un verdadero dolor de cabeza para una incontable cantidad de personas que utilizan la escritura como herramienta básica de trabajo. Las razones por las que el referido tema no se maneja con facilidad, en mi opinión, es que la normativa de la Real Academia Española de la Lengua es extensa, amén de que muchas empresas editoriales suelen tener sus propias reglas que difieren de las de la docta institución, y he ahí el problema.

Antes de entrar en materia, acuso recibo de sendas observaciones que de manera muy gentil me hicieron llegar el profesor José Vásquez Manzano y la doctora Omary Gutiérrez, respecto de la omisión de una tilde y de una preposición, en una publicación de WhatsApp y en el artículo de la semana pasada, respectivamente. A él y a ella, mis más expresivas palabras de agradecimiento por el merecido «templón de orejas», lo cual me impone la obligación de revisar bien antes de publicar, aunque «al mejor cazador se le va la liebre».

El meollo de los desencuentros en el uso de mayúsculas y minúsculas, está en el hecho de que a la hora de redactar, muchas veces no se tiene claro qué se considera nombre propio y qué no, a lo cual se aúna la dificultad de saber si los nombres propios que contienen varias palabras, todas han de llevar mayúscula, o si solo la primera. Por esa razón, es común leer: «Segunda Guerra Mundial», «Segunda guerra mundial», «segunda guerra mundial», y así por el estilo. Lo recomendable es seguir las reglas, para no ajar ni envilecer la escritura.

Para ilustrar este escrito, he tomado algunos ejemplos de la colección «Master Biblioteca Práctica de Comunicación», que generosamente me obsequió la abogada Agustina Parra, tomo ocho, Ortografía, de la Editorial Océano, que ofrece casos sencillos y fáciles de asimilar.

Desde la educación inicial (de esa manera se le llama en Venezuela) se enseña que la primera letra de un escrito debe ser mayúscula, así como después de punto, bien sea seguido o final. Son estos, quizás, los casos más sencillos; sin embargo, con el auge de las redes sociales y el uso de los teléfonos inteligentes, muchas personas, so pretexto de rapidez e inmediatez, siempre tropiezan con la misma piedra. También se debe utilizar mayúscula después de signo de interrogación y exclamación: «¿Cómo? Hable más claro, por favor»; «¡Ay! Vaya golpe me he dado».

Después de dos puntos en el encabezamiento de una carta o en las citas textuales, la palabra que sigue debe iniciarse con mayúscula: «Querida Gloria: Ayer recibí tu carta»; «El libertador Simón Bolívar dijo: Moral y luces son nuestras primeras necesidades».

Cuando se usan tres puntos suspensivos (que no son cuatro ni cinco), se inicia con mayúscula, si lo que sigue es una oración distinta: «Había leones, tigres, mono… Más adelante, cerca de una especie de choza, nos esperaba el jefe de la tribu». Ese no es el caso cuando por ejemplo, se expresa: «Tengo que decirte… no me atrevo».

No sobra recordar que los nombres propios de personas, animales, sitios geográficos y apellidos, se escriben con inicial mayúscula: Alfredo, Antonio, Aura, Baduel, Bartolo, Balsamino, Carlos, Catalino, Casandra, Buenos Aires, Bariloche, Bruselas, Chile, Caracas, Cortés, Quintero, Quintana, Quero, Venezuela, etc.

Se debe tener presente que los días de la semana, los meses del año y los gentilicios se escriben con minúscula, a menos que con ellos se inicie un escrito: lunes, martes, miércoles; enero, febrero, marzo; acarigüeño, portugueseño, venezolano, etc.   

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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