Aunque a alguien pueda parecerle extraño en estos momentos, este hombre que tienen ante ustedes tan puesto y gentil se llama José María Aznar y fue en su día Presidente del Gobierno de España por el Partido Popular en aquel tiempo de nuestra pasada memoria histórica.
Lo designó como candidato el patrón popular Manuel Fraga, don Manuel para los deudores, y se vino de Valladolid a Madrid con lo puesto, porque la cosa le cogió de sorpresa y no era cuestión de perder oportunidades. Vestía a la sazón la ropa de andar por la calle con los amiguetes tomándose unos vinos de la ribera del Duero, aunque eso sí, sin cogerse las cogorzas que acostumbraban algunos paisanos que acababan confundiendo al río Pisuerga con la bañera, y claro, a la hora de intentar despejarse pasaba lo que pasaba.
Una de las cosas que caracterizó siempre al presidente Aznar fue su eterna sonrisa, siempre a flor de piel, su campechanía, lo próximo que se sentía con la gente, sobre todo entre los suyos. Como al parecer, y según el rotativo Financial Times, versión sánscrito, le gustaba el trinque cosa fina, en un momento dado llegó a pronunciar una frase que pasó a la historia, como aquella de “Yo solo sé que no sé nada”, de Sócrates.
Pero a diferencia del filósofo griego, al parecer Aznar sabía mucho, y por eso llegó a retar a propios y extraños preguntándose, cual filólogo consumado: “¿Quién me va a decir a mí los vasos de vino que tengo que tomar?”.
Lo de filólogo le viene porque, además de vallisoletano, el que fuera Presidente Aznar ha llegado a decir en ocasiones que habla catalán en la intimidad; es decir, cuando Ana, su esposa, está “frita” en los brazos de Morfeo y no puede oírle. Así, cualquiera.