Helen Hernández Hormilla
La posibilidad de regular productos culturales que muestren imágenes estereotipadas, vulgares y sexistas en la televisión y la música cubanas, anunciada recientemente por algunos directivos de la isla, reanima la polémica sobre las estrategias para enfrentar imaginarios machistas en la comunicación y el arte en Cuba.
Las medidas adoptadas por el Instituto Cubano de la Música (ICM) para limitar este tipo de producciones van desde «la descalificación profesional de aquellos que violen la ética en sus presentaciones hasta la aplicación de severas sanciones a quienes, desde las instituciones, propician o permiten estas prácticas», declaró a la prensa local Orlando Vistel, presidente de esa institución gubernamental.
En comentarios al diario Granma, en noviembre pasado, Vistel hablaba de la necesidad de frenar la difusión musical y audiovisual de «textos agresivos, sexualmente explícitos, obscenos, que tergiversan la sensualidad consustancial a la mujer cubana, proyectándola como grotescos objetos sexuales en un entorno gestual aún más grotesco».
Actualmente se prepara la norma jurídica que regirá los usos públicos de la música en Cuba, en la cual se hará mención al sexismo y otras discriminaciones, tanto en los medios como en los espacios de recreación, transporte, escuelas y otros sitios.
Durante las sesiones de la Asamblea Nacional (parlamento cubano) en diciembre de 2012, el presidente del Instituto Cubano de Cine Radio y Televisión (ICRT), Danilo Sirio López, dijo que los canales nacionales de radio y televisión no transmitirán música y videoclips de contenido grosero, banal, con letra ofensiva o que atenten y denigren la imagen de la mujer.
Aunque aún no se percibe la aplicación completa de esas disposiciones, sí se han suprimido en algunos dramatizados, sobre todo de producción foránea, algunas escenas con desnudos, sexo explícito o expresiones de amor homosexual. Una nota explicativa acompaña a veces estas «modificaciones», citando como causa «la política informativa de la televisión cubana».
Especialistas en género y medios de comunicación consultadas por SEMlac estiman que es un paso de avance que las instituciones culturales tomen conciencia de su responsabilidad como reproductoras de patrones reduccionistas y ofensivos de la imagen femenina.
Sin embargo, creen que los juicios apriorísticos terminan siendo igualmente lesivos, pues lo femenino y lo masculino son construcciones sociales complejas, sujetas a múltiples interpretaciones.
La falta de coherencia e integralidad para aplicar las medidas enunciadas es otro punto candente. Mientras la mirada se concentra en musicales, dramatizados y humorísticos televisivos, anuncios de bien público e informativos siguen transmitiendo discursos sexistas.
Vaivenes de la censura televisiva
Para Isabel Moya Richard, directora de la Editorial de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), urge implementar un código ético antidiscriminatorio en los medios de comunicación en un país donde, además, estos medios son públicos y existe la voluntad expresa de acortar las brechas de género en la sociedad, combatir la violencia contra las mujeres y superar la vulgaridad e incultura de ciertos sectores sociales.
«La televisión debería contar con indicadores de género insertados de manera transversal en su programación», refirió a SEMlac Danae Diéguez, profesora de género y cine en el Instituto Superior de Arte.
La preocupación radica, a juicio de la investigadora, en quiénes y cómo implementarán esas políticas cuando no existe una asesoría especializada en las teorías de género dentro de los medios.
Cuestiones como el desnudo femenino se prestan a la ambigüedad porque se tiende a censurarlo sin analizar sus anclajes dramatúrgicos. Según Moya, esta visión es simplista, pues el feminismo ha abogado siempre por las libertades sexuales.
«No es lo mismo cuando eres mujer objeto del deseo que sujeto de placer y, para percatarse de esto, hay que tener un ojo entrenado en temas de género», apostilló Diéguez.
Una política editorial con esta perspectiva debería reconocer la complejidad del proceso artístico, con diversos actores y mediaciones, añadió la periodista Lirians Gordillo Piña. «Los mensajes sexistas tienen muchos niveles de representación y sutilezas que van desde una palabra hasta una omisión», recordó.
Para la realizadora Magda González Grau, la regulación no debería estar escrita, sino partir de una voluntad institucional y la capacitación a las personas que intervienen en los medios. «La política editorial debe construirse en consenso, porque la sociedad cambia de manera muy rápida y lo que pones en papel hoy, tal vez mañana no se aplique», comentó.
Más allá del documento o la declaración pública, se requiere de un debate multidisciplinario y constante entre quienes trabajan en los medios y la academia especializada en género.
«La solución definitiva viene desde la capacitación y discusión de los productos comunicativos en las universidades y, sobre todo, entre los creadores y creadoras», enfatizó Moya.
Pese a los ritmos ágiles de la televisión moderna, Moya aboga por establecer normas generales de programación y llevar a debate materiales más polémicos. «Este tema necesita estudio, reflexión y diálogo», consideró.
Para Gordillo Piña, las contradicciones evidentes en la regulación televisiva sobre estos temas se explican en el desconocimiento que a nivel social, político y sistémico existe en Cuba sobre el feminismo y la producción académica de los estudios de género.
Con limitar lo «grosero, escandaloso y denigrante», que por lo general se busca en musicales y dramatizados, solo se atiende la punta del iceberg, pues hay espacios informativos, campañas de bien público o programas de participación que siguen presentando a las mujeres en sus tradicionales roles de ama de casa, madre y esposa y se refuerzan valores como la ternura, la fragilidad o la belleza.
«Han crecido las noticias y programas donde las mujeres son protagonistas, pero el enfoque es machista. Para el ojo naturalizado, con el hecho de hacerlas visibles es suficiente, pero en realidad se siguen legitimando viejos prejuicios», ejemplificó Diéguez.
Dejar de transmitir un programa, videoclip o reportaje con una representación supuestamente denigrante para las mujeres no siempre es la solución, sino que se debe fomentar una recepción crítica de esos productos.
La diversidad de representaciones es la apuesta de Gordillo Piña, porque cuando «se promueven múltiples maneras de entender la realidad existen menos posibilidades de ser discriminatorios».
Según Moya, no debe reducirse la representación de mujeres y hombres a objetos sexuales, como en el caso de videoclips donde se les fragmenta el cuerpo y se les genitaliza. Tampoco deben admitirse frases que sigan proponiendo a las mujeres como débiles, necesitadas de protección, de cuidado y, por tanto, subordinadas al hombre.
La violencia simbólica contra las mujeres ha de combatirse en todo momento, consideró Diéguez, aunque reconoce matices, en dependencia del tipo de obra y la mirada de sus autores.
«Hay que establecer un equilibrio entre libertad artística y política editorial, porque la creatividad se coarta cuando se hace una lectura chata de la obra», aportó González Grau. «Los límites en temas de género tienen que ser muy casuísticos y estar basados en el debate científico», agregó.
A juicio de Moya, tampoco debe olvidarse que la ideología patriarcal legitimada en la cultura es causante de otras agresiones machistas, de baja autoestima en las mujeres o de que las muchachas no vayan a la educación técnica y profesional.
«Algo que puede parecer inocuo está reproduciendo un canon que la sociedad cubana, sus políticas públicas y el discurso de sus principales líderes se están cuestionando en estos momentos», consideró la profesora de la Universidad de La Habana.
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