Ningún estado de la República ha aceptado poner en funcionamiento la alerta de género
Este fin de semana me envolvió la tristeza. No será fácil acabar de un plumazo con la violencia. Esa que un día se desató sin ton ni son. Esa que las autoridades, no importa de dónde, achacan a las fuerzas del “mal”, del narco, de la inseguridad. Lo cierto es que los hogares se llenan de cruces y rezos. Los vacíos se hacen grandes. Las mujeres son asesinadas inopinadamente, los hombres también. En los hospitales con frecuencia se acumulan las muertes evitables por cáncer de mama, por parto y los niños y niñas se mueren de una infección.
En los caminos, un día, una se entera que cayó un primo cercano. Pasan los años y se vuelve una a enterar que un primo lejano, que no hacía sino trabajar y ser constante, apareció ejecutado, a sus casi 70 años, ahí en Lázaro Cárdenas, Michoacán ¿quién sabe por qué?
Los organismos internacionales dicen, piden, denuncian. En apenas unos días sabemos que han asesinado nuevamente a periodistas. Y que muchos, de ellas y ellos, sufren hostigamiento y amenazas. Esto no es sólo de sexo, es como un huracán imparable. Como si de pronto nada se frenara en esta tierra, y los caminos se van sembrando de dolor y de impunidad.
Las mujeres organizadas en Oaxaca, han enviado un mensaje contundente: durante el gobierno actual, por tomar una fecha, la de la administración que encabeza Gabino Cué, van 198 mujeres asesinadas y 57 niñas y mujeres desaparecidas. Y el reporte de Morelos, donde acaban de estrenar gobierno socialdemócrata, la Comisión Independiente de Derechos Humanos ha documentado que sólo en 2012 se contabilizaron 50 mujeres asesinadas y apenas en los primeros tres meses de 2013, ya se contaron 13 asesinatos más.
En Michoacán, volvimos a ver la semana pasada, la aparición simultánea de cuerpos, todos masculinos, en varios municipios y se dio cuenta de dos enfrentamientos. Y no cesa la tensión y el horror en Guerrero, donde la cuenta se bifurca en una espiral de violencia.
Lo de la violencia específica contra las mujeres nos ha preocupado en los últimos 20 años. Sí. Hace 20 años que las vamos contando; que se hacen y reproducen comisiones, mesas de discusión. Que se hizo una ley que no parece ser más que papel mojado. Que se abren expedientes y denuncias, en el país y ante los organismos internacionales. Y nada, que nada parece parar nada.
Y luego este afán de legislar y hacer comisiones. Para tipificar el feminicidio. Ahora una diáspora está abierta para ver si se hacen leyes protectoras de periodistas y se abren y cierran mesas, mecanismos de protección, y se alega, se palmotea en las mesas oficiales y encarcelan a tres por el desastre fraudulento de la Estela de Luz y se pide perdón a las víctimas de Atenco y ahora sí, los campesinos encarcelados del asesinato en Acteal, resulta que eran inocentes.
En Oaxaca esta semana que comienza las organizaciones de mujeres firmarán un Pacto por la vida de las mujeres. Están, dice su campaña, “Totalmente indignadas” y solamente piden ver al gobernador, tener una audiencia, decirle de frente que por favor tome en serio este asunto, en medio de las calles que se llenan un día sí y otro también de los militantes de la sección 22 del magisterio.
En Guerrero se empieza a formar un frente popular. Están contra la reforma educativa, pero están contra la pobreza y el hambre: vi a una mujer indígena decir a las cámaras de televisión que ya no le creen a ninguna autoridad. Y luego, las y los políticos, se echan la culpa, unos a otros y hay revuelo.
Es decir, que otra vez hay indicadores muy claros por todas partes de que la gente se mueve contra la desgracia, el asesinato, contra el hambre, contra cualquier asunto que parezca afectarles. Contra las instituciones que parecen inertes. Por todas partes hay protestas que aparecen con más o menos fuerza en los medios electrónicos, en las redes sociales, en los comunicados que anuncian que están fuera de la ley los nuevos inversionistas en minería, los de los parques eólicos porque ya no habrá pesca. Que los defensores de la región carbonífera recibieron amenazas.
Creo que estamos frente a una situación explosiva, con varios frentes. Lo más sencillo es pedir que los gobiernos se lo tomen en serio y atiendan las peticiones. La respuesta es abrir mesas de diálogo, donde ya se sabe, por experiencia, que no se llega a ninguna parte. De esas mesas luego surgen instituciones, elefantes blancos, tenemos de todo.
Las Indignadas de Oaxaca es probable que consigan la audiencia, y ¿luego qué sigue? Y ahí, donde cada rato se ataca a periodistas, tampoco sirven las cartas y las demandas, porque el asunto no puede resolverse con una firma o un compromiso.
Luego una se entera que un informe detallado del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) señala que todavía en lugares como Guanajuato, hay mujeres encarceladas por la sospecha de haberse interrumpido un embarazo. Es decir, llovido sobre mojado. Y otras, mujeres indígenas, son detenidas por llevar droga y están solas en las cárceles del norte del país, sin que sus expedientes sean atendidos.
Lo más grave es que se cuenta con buenos diagnósticos. Es decir, que se sabe donde pasan estas cosas, en qué lugares hay peligrosidad constante, dónde viven los caciques, los aprovechados, los delincuentes, asuntos que por no ser mediáticos, parece no haber movilización y reacción inmediata de las altas autoridades, como la Secretaría de Gobernación y su recién estrenado cuerpo especial de policías.
Ningún estado de la República ha aceptado poner en funcionamiento la alerta de género. El domingo, mientras escribía, se informa que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) volvió, con datos y cifras circunstanciados, a reiterar que seis de cada 10 mujeres en este país sufren violencia de género, que viven en sus casas con miedo. Nos enteramos en las noticias cotidianas de cómo las golpean sus maridos, sus cercanos, sus amantes, quienes de acuerdo con la cultura debían protegerlas. Pero a esos maridos los protege la costumbre y la cultura, no pasa nada.
Es la CNDH, la misma que ha protegido a un hostigador hasta el límite y no amparó a sus propias trabajadoras, te hace desconfiar, una y otra vez. Y te llaman por el teléfono y te cuentan que no son ni las primeras ni las únicas y que hay muchas que prefirieron quedarse calladas. No existe, entonces, ninguna institución a quien recurrir. La CNDH debía ser un garante y no lo es.
A dónde ir en Morelos. Bueno ahí se afirma que hay cierta lentitud gubernamental y que el gobernador Graco Ramírez no recibe a los denunciantes. Ya se sabe que apenas hace dos meses hubo mujeres asesinadas en Temixco y en Yautepec. Que a pesar de todo desde enero, organizaciones sociales iniciaron una campaña para que se declare la Alerta de Género, porque como dicen las oaxaqueñas, ahí en Morelos, también son mujeres y niñas las que sufren violencia. Graco Ramírez envió a las activistas a la oficina de Atención Ciudadana.
Lo peor es que el Estado en todas partes está rebasado. En Morelos no se cuenta con el respaldo del Instituto de la Mujer para el estado de Morelos (IMM); como es inútil recurrir a las fiscalías especializadas, en 10 entidades, donde todavía se mantiene la cuenta de asesinatos de mujeres.
Luego se impone la burocracia. Las defensoras, oficiales o no, trabajan de lunes a viernes, y sólo por las mañanas. Quienes no se rinden se preguntan: ¿Cuál es la explicación oficial del crecimiento de la violencia feminicida en Morelos para negarse a aplicar la alerta de género? Ninguna, dice el coro del teatro Griego o la garganta profunda.
La Comisión Independiente de Derechos Humanos en Morelos se pregunta y opina: ¿Es responsabilidad solamente de las autoridades enfrentar el feminicidio? Por supuesto que no. Sería reducir todo a un problema de legalidad o de autoridad. No es nuestra opinión en ese sentido. Hemos dicho y analizado que el tema de la violencia feminicida tiene que ver con procesos estructurales de una sociedad capitalista en crisis, donde la violencia feminicida es una demostración palpable de la barbarie a la que hemos llegado. Y en ese sentido hay responsabilidad social, cultural, política, de toda la población.
¿Cómo entender que el feminicidio vaya en aumento a plena luz del día? Porque existe temor para denunciar, prevalece el silencio impuesto socialmente, la complicidad y la justificación de los que consideran culpables a las mujeres en cualquier circunstancia.
Es buena la explicación. Se trata de una cadena de circunstancias. Lo mismo podría decirse de Guanajuato, de Sinaloa, de Puebla, del Estado de México. ¿Entonces? No hay respuesta ni es entendible, ni se planifica ni es automática por ahora. Pero algo podría hacerse con voluntad política: urge una cruzada informativa y una cruzada formativa para cambiar las mentalidades. Me dirán que llevará mucho tiempo, no lo dudo, pero hay que empezar y eso significa dejar de un lado la simulación que nos invade. Dejar de suponer que con parches y leyes podemos enfrentar el remolino y el huracán. Al menos ese, el de la violencia contra las mujeres.
Las otras violencias enseñan todos los días. La institucional que ahora ensaya retiro de maestros en operaciones limpias. Pero los maestros están muy enojados y muy violentos. Los vemos a diario en la tele; ¿cómo evitar que alguien sea atacado en la carretera o mi primo baleado inopinadamente?
Yo creo que los sabios y sabias tienen que sentarse a pensar, antes de derramar tanta energía; dejar vacías las mesas inútiles de diálogo y buscar una estrategia abarcadora, seria, tomar las televisoras, las radios, tomarlas figurativamente, intervenirlas para entrar en contacto con la gente; armar verdaderas campañas, menos creativas pero muy eficientes. Retar al magisterio a tomar sus responsabilidades; decirle al gobierno que en sus medios no se puede fomentar la exclusión femenina y la violencia; tomar los diarios y no cansarse de denunciar, pero no se vale que se sienten a diálogos de sordos, meras triquiñuelas donde no se salvan las vidas, esas concretas que nos llenan de luto y de tristeza.