La familia es un universo de alto riesgo y Volver a vivir en casa de la madre, cuando se tienen 40 años y una lleva media vida emancipada, puede convertirse en un infierno. La comedia francesa “Vuelta a casa de mi madre” (Retour chez ma mère) retrata con humor una realidad que se impone en nuestros sociedades cuando el llamado estado del bienestar abandona a un sector importante de ciudadanos.
En el caso de Francia, las cifras oficiales hablan de que cada año, a causa de un divorcio o por problemas económicos, más de 400 000 personas se ven obligadas a regresar a vivir en casa de sus padres (ignoro si existen cifras de lo que ocurre en España, seguramente sí y seguramente son más elevadas que las francesas porque aquí la crisis lleva casi una década instalada, y una de sus consecuencias ha sido justamente la vuelta de muchos hijos al nido familiar).
“Vuelta a casa de la madre” es un divertimento ligero, una comedia simpática y muy real, sin mayores pretensiones pero bastante eficaz, muy apropiada para disipar el letargo de una tarde de domingo invernal. Sobre un tema social grave se ha construido una parodia popular que funciona en la pantalla.
Todo el peso de la historia recae en la figura de la madre, la actriz Josiane Balasko (“Felpudo maldito”, “El erizo”), una intérprete cómica con muchos registros. Le acompañan en el reparto las dos hijas, Alexandra Lamy (“Ultima oportunidad”, “Los infieles”) y Mathilde Seigner (“Harry, un amigo que os quiere”), bien en sus papeles. La realización es de Eric Lavaine (“Incognito”). Si acaso, el final “es demasiado hermoso para ser creíble”, como dice un comentarista canadiense.
A los 40 años, Stephanie vuelve a casa de su madre, en espera de que se arregle su situación. Para las dos mujeres, la convivencia supone una complicación: la hija tiene que soportar una calefacción excesiva en la casa, las canciones de un pegajoso Francis Cabrel que su madre adora y los repetidos consejos acerca de cómo arreglar su vida; la madre ve amenazada la segunda juventud que está viviendo, y quiere esconder las novedades que ha introducida en su vida, la existencia de un amante dos pisos más arriba.
Las dos tienen que hacer alarde de mucha paciencia para soportarse. Lo peor llega cuando los otros dos hermanos acuden a un almuerzo familiar, que todos aprovechan para sacar a relucir antiguos rencores y arreglar cuentas pendientes.