Que vuelva la honorabilidad

Soy jugador y una de las escasas habilidades que tengo es convertir casi todo en un juego –ahora se le llama gamification– y aprovechar lo lúdico para simplificar cosas abstrusas.

Jugar supone ganar y perder y si importante es saber perder, no menos lo es saber ganar. En los países de ascendencia católica son legión los tramposos que no dudan en escoger el engaño y luego confesarse. La ética y la belleza del juego no importan, solo ganar.

Las sociedades cuyo motor es el perdón derivaron en dos subsistemas, uno que no ofrece perdón parcial en este mundo y que asume que cuantos más pecados, peor vida. No hacen trampas y se esfuerzan más. El otro, católico, ofrece perdón exprés y confesión con cura –de curar- para cualquier latrocinio. Así, son legión los tramposos y usurpadores que no hacen nada de acuerdo a las reglas, normas o leyes y optan por la trampa y el fraude. En ellos el esfuerzo no importa y la verdad es solo para los tontos.

Ahora ya sabemos que las elecciones generales serán (sobre) el 20 de diciembre ya que el 27 cae en plenas fiestas y si alguien habría de faltar a la cita en tal día serán justamente los más acérrimos al partido de la corruPPción.

El 20 tiene un no sé qué que qué sé yo: se acaba de cobrar la paga extra, está la ilusión de la lotería y el subidón anímico de las Navidades. Además, los estudiantes acaban de salir de vacaciones y, como es bien sabido, solo uno de cada diez vota al PP así que dificultarles el voto servirá para dividir más a los no-PP, por utilizar la terminología aristotélica. Se trata, pues, de hacer tramPPas, eso que durante los últimos 1460 días el partido de corruPPtos que sustenta al gobierno corromPPido ha utilizado como única manera de hacer política en un país al que las fullerías le parecen de listo y que a los decentes nos parecen de “listillos”.

Será muy lamentable que vuelva a gobernar este partido intelectualmente inútil y políticamente incapaz porque si en cuatro años ha acabado con el derecho al trabajo, a la vivienda, a la jubilación y a la sanidad, dejando muy tocados el de reunión, la libertad de expresión, la de prensa y el librepensamiento, la siguiente legislatura nos traerá la Formación del Espíritu Nacional y la persecución de rojos, maricones y putas reimplantando la Ley de vagos y maleantes.

No puedo entender que subsista nadie que vuelva a votar a estos criminales conjurados, sobre todo cuando ahora la derecha tiene opciones ideológicas modernas y honradas en Ciudadanos y UPyD y pueden dejar de votar con la nariz tapada. Debe tratarse de esa capilaridad PPutrefacta de un partido que reparte tarta de heces hasta en los barrios marginales pero ya se sabe, pecunia non olet.

Mario Puzo lo puso en boca del capo di tutti capi: nuestros hombres están muy bien pagados, en esto se basa su lealtad. El residuo social de los simPPatizantes, cohesionado porque no hay mejor argamasa que la complicidad en la mordida, vota en masa, como un solo hombre y sin pensar en más nadie que sus bolsillos llenándose del alijo saqueado o por saquear. No son muchos, pero con las trampas descritas y alguna más que se saquen de la manga conseguirán un 25 % de los votos –apenas un 10 % de la población- y si de aquí a entonces cuelan lo de “la lista más votada” con prima en escaños hasta la mayoría absoluta, la España que hemos creado con esfuerzo, trabajo y lágrimas desde 1979 simplemente desaparecerá para convertirnos en la cantera de camareros y chachas de Europa.

Si eres honrado y de derechas tienes la obligación ética de no votar al PP. Si eres de izquierdas, quedarte en casa es de estúpidos. Si eres joven y tienes algo mejor que hacer –siempre tenéis algo mejor que hacer-, has de saber que en cuatro años estarás todavía peor, con menos estudios y seguramente más ebrio. Tú verás porque estos han hipotecado también tu vida.

Deberían a lo menos ser valientes y utilizar como eslogan el refranero: “Trampeando y mintiendo, vamos viviendo; mintiendo y trampeando, vamos pasando.”

Manuel Pascua
Analista político y económico. Mis armas son las palabras y mi razón mis convicciones. Me gustan los números y la economía a la que, sorprendentemente, hasta entiendo. Sé que hay otros caminos para nadar las aguas negras de la vida y que el que nos imponen -comer basura, tragar inquina y vaciarnos los bolsillos- es el resultado de mezclar ineptos gobernantes con espabilados banqueros. Soy filólogo, soy letraherido y he vivido en Suiza, en Inglaterra y en Colombia. En España he vivido en Barcelona, en Madrid, en San Sebastián y en Cádiz y mi alma y mi carácter son castellanos: seco y claro, aunque con un sentido del humor ácido y las más de las veces corrosivo cuya primera víctima soy yo y la segunda la realidad estrambótica que me rodea. Mi ley es la opinión y prefiero construir a destruir, sumar a restar, el ruido al silencio, la furia a la calma del camarón dormido en la corriente. Amo nuestro siglo de Oro y no creo que otro mundo sea posible: estoy absoluta y completamente seguro de que es así.

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