Los espectáculos del Teatro Villamarta en el marco del Festival Flamenco de Jerez están dedicados a la danza, bien acompañada de guitarras y otros instrumentos de cuerda, compás y percusiones varias. Y ciertamente, al servicio de la diversidad y la creación.
Y así fue el 28 de febrero de 2018.
Rocío Molina, bailaora y coreógrafa de larga y exitosa trayectoria, presentó en estreno absoluto su nuevo proyecto Caída del cielo. Tras la caída, inicia un largo viaje por la tierra que la llevará a espacios personales muy insólitos. Y ella es la única protagonista en este descenso desde las alturas hasta profundidades imprevisibles. Porque sus cuatro excelentes colaboradores, el guitarrista, compositor y director musical Eduardo Trassierra, el bajo eléctrico y cantaor José Ángel Carmona, el compás y percusionista José Manuel Ramos Oruco y la batería de Pablo Martín Jones tienen una actuación relevante pero justita. Ella, Rocío, es la figura omnipresente durante la larga hora y media en escena, incluso para cambiar sus atuendos cuando el ánimo o las pasiones de esta mujer en transición cambian de lugar. Música, silencios y ruido contribuyen magistralmente a ese deambular por territorios desconocidos.
El arranque de la caída es tan bello como espectacular. Con un precioso traje de cola blanco, tirada en el suelo, ella necesita hacer un reconocimiento del nuevo territorio, que desconoce absolutamente. Y lo hace, con una belleza de movimiento que promete otras bellezas por venir. Como también muy bella la secuencia siguiente, en que su traje se desliza hasta sus pies descubriéndola desnuda y que cual nueva Eva se cubre el sexo y los pechos con sus manos. El traje celestial no sirve aquí abajo. Y hay que partir desde donde está.
Después, lo primero que se pone para tomar tierra es una versión de traje goyesco, malla hasta debajo de las rodillas, corpiño y chaquetilla torera. Estamos en el sur y puede interpretarse como su primer encuentro con la vida en este valle. Más tarde llegan las secuencias con movimientos y gestos que deberían expresar y transmitir sensualidad, oscura o hermosa, pero no lo hacen.
La danza, la más plástica de las artes plásticas, lleva la sensualidad adherida a la piel, como su sombra. Pero aquí, donde debería haber sensualidad, hubo en ciertas secuencias vulgaridad. Quien esto escribe ha visto danzas con muchas clases de erotismo de alto calibre. Quizá lo más de lo más fue aquella Consagración de la primavera de Stravinski coreografiada por Maurice Béjart. En el momento de eclosión final se hacía el amor en escena pero era la consecuencia natural de todo lo anterior. Había en todo momento belleza y armonía, algo que nunca debe faltar en la danza.
Vimos a Rocío en las distintas etapas de su camino terrenal con atuendos y danzas que alternaban belleza y feísmo. Y al final, se vistió de hawaiana para actuar su por fin lograda libertad tras recorrer una larga senda de rosas y espinas. Siempre muy lejos del territorio de confort, siempre avanzando hacia el caos que culmina en la celebración final. En cada situación, la presencia, el movimiento, el gesto, perfectos. El alma no siempre.
Dice Rocío que el propósito de Caída del cielo es llegar a un espacio de profunda libertad, aunque en el camino se quiebre el alma, se interne en paraísos oscuros y tinieblas y que al final el cuerpo llegue a la celebración de ser mujer.
Dice Rocío que se inspiró en la obra maestra del Bosco, El jardín de las delicias para desarrollar este proyecto. Un cuadro pintado en el siglo XV que narra que ya estaba el mal en el paraíso, que los desnudos no son cosa de ahora, que sus metáforas son expresión de realidades que ya estaban presentes en aquella sociedad y que el infierno tiene más de una lectura, que puede ser fin o principio.
Entonces ¿podría ser la Caída del cielo un regreso del infierno?
El concepto del proyecto es extraordinario. Pero, a ese proceso, por todos los estadios o transformaciones que atraviesa para llegar al fin a la libertad particular de la protagonista, ( la libertad tiene muchas opciones, tipos y lecturas) le faltó algo en momentos de su desarrollo que si tuvo en su arranque. Alma, belleza.
Pero quizá ese era precisamente el propósito de Rocío Molina.
Rocío Molina es artista asociada con el Teatro Nacional Chaillot de la Danza de París.