Yo sería el hombre más triste del mundo si me llamara Zapatero y me restasen unos miligramos de lucidez. Como no pienso que Rodríguez Zapatero sea un cínico, ni un corrupto, ni un traidor, creo que únicamente cabe considerar que ha perdido absolutamente la lucidez.
Derrotado, soportando sobre su nombre las críticas de las derechas y de las izquierdas (perdón por usar una vez más un lenguaje tan convencional, tópico y falaz: ¿Dónde están, quienes son hoy día las derechas y las izquierdas?, pero lo hago para que el discurso encaje en los convencionalismos de la lectura política) ha optado por responder a las preguntas que le formulan como dando por sentado que los lectores carecen de capacidad de análisis para valorar las respuestas. Porque éstas son de una gravedad que nos deja perplejos.
El escenario era llegar a las elecciones o a la campaña electoral con Gobiernos técnicos.
Así habla sobre las medidas que como Presidente de Gobierno tomó para favorecer a los bancos y oligarcas a costa de la mayor parte de los ciudadanos. Dice sentirse satisfecho de que frente a ese hipotético gobierno tecnócrata del que nos habla, propiciara un proceso electoral que otorgó al neofascismo la posibilidad de gobernar por decreto -¡bendita democracia!- aunque esto nos haya retrotraído a los tiempos del franquismo en aspectos sociales, culturales y de libertades públicas.
Sí, él prefirió tomar -y reproducimos sus formulaciones tan de moda en el habla de políticos y analistas y tertulianos de baja capacidad mental- algunas iniciativas de calado que supusieron una imagen de fortaleza y credibilidad.
¿Cuáles?
El peaje de la deuda pública gozará de prioridad absoluta.
Y los ciudadanos que regresen a los tiempos de la semiesclavitud. Él se seguirá moviendo entre botines y cardenales, academias y palacios, gentes de papel couché.
Hasta siempre, Zapatero, le deseamos que no recupere la capacidad de pensar para que no sufra abochornándose de su estúltica sonrisa.
EN EL CENTENARIO DE CAMUS. PALABRAS SUYAS PARA NUESTROS DIRIGENTES POLÍTICOS
No hagamos conmemoraciones rituales. Si queremos recordar al escritor, leamos palabras suyas, pensemos en ellas, y entreguémoslas a sus destinatarios. Pues las palabras de grandes escritores carecen de tiempo, nacionalidad, nombres concretos. Son universales. Todos los días debiéramos leer a Shakespeare: a través de él encontraríamos retratos de Esperanza Aguirre, Rajoy, Cospedal, Rato, Guindos o Aznar, por ejemplo. E igual ocurre con Albert Camus. Entresacamos estas líneas de su magnífica Calígula
Por otra parte, piensa que no es más inmoral robar directamente a los ciudadanos que gravar con impuestos indirectos los artículos de primera necesidad. Gobernar y robar son una misma cosa, eso es de dominio público. Pero cada cual lo hace a su manera. Yo por mi parte, pienso robar sin tapujos.
A veces quienes gobiernan saben hacerlo de las dos maneras, y la última frase pueden muy bien pronunciarla los Roldanes o Bárcenas de turno, eficientes empleados de la casa o cosa.
En cuanto a los ciudadanos, se entiende que nos referimos a los «otros» ciudadanos, no a la élite de los suyos que se benefician si no es que ordenan el lucro, se limitan a aceptar esa imposición de impuestos que no pueden evadir como muchos de los que los imponen. Y ni que decir tiene, señor Ministro de Justicia, que esta requisitoria es propia de Albert Camus, no mía. ¿Ha escuchado hablar de quién escribió La Peste?
LA NUEVA CENICIENTA: DE LA BASURA SURGE EN LA MADRUGADA UNA BOTELLA DISFRAZADA DE PIELES
Esto era una vez una mujer a la que un hada poderosa que llegó a gobernar en el reino le otorgó un palacio para que desde él manejara los bienes y las conciencias de sus súbditos. No había sido dotada de mucha inteligencia, pero rodeándose de algunos fieles lacayos y otros bien remunerados vasallos, consiguió imponer sus leyes por muy desastrosas que fuesen. Un día, algunos de quienes se consideraban siervos, se sublevaron y ella entró en pánico y contempló como se deterioraba aún más su pequeño reino. Hasta que asesorada por los más fanáticos de sus servidores comprendió que el hedor que en el territorio reinaba podría espantar a las gentes que de otros lugares a él acudían y decidió salir, con sus guardias y servidores a alentar a los esclavos que se aprestaban a poner fin a la situación reinante y así acallar a los revoltosos. Acicalada, vistiendo sus mejores pieles, se apostó en la noche en un estratégico lugar para aparecer al día siguiente como reina de la basura, en los medios de comunicación. Y cuando tras algunas pequeñas dádivas que se vió obligada a conceder para terminar con el estado de la basura que la impedía continuar realizando sus desmanes por el territorio otorgado se sintió segura, llamó a sus abogados para que prepararan nuevas leyes que impidieran repetirse en el futuro semejantes desagradables acontecimientos, y regresó a encerrarse en el palacio que su hada madrina le había otorgado.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado (de momento). Basta decir, como en los rótulos de las películas, que cualquier semejanza con hechos o personajes reales de lo aquí narrado sería mera coincidencia.