A propósito del Presidente Allende: «La (indigna) Imaginación del futuro»

Francisco Javier Alvear

Han sido airadas y contundentes las no pocas reacciones de rechazo que ha provocado el montaje “La Imaginación del futuro” de la compañía de la compañía de teatro La Re-sentida dirigida por Marco Layera, a su paso por algunos escenarios internacionales en donde se presentó este verano, al menos en Francia, Canadá y España.

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Ello, fundamentalmente, debido al trato francamente irrespetuoso y ofensivo (y no desmentido por su director) que esta “ficción política, libre, desfachatada e insolente” –como ha sido catalogada por algún sector de la caverna mediática chilena- otorga al proceso de la revolución chilena y, especialmente, a la figura del presidente Allende, al cual representa bajo el infamante rótulo de “títere, cocainómano y cobarde”.

Al respecto, la Casa Salvador Allende de Toronto, uno de los colectivos que se manifestó con rotundidad al respecto, al punto que debió ser disuadido por la policía en su protesta en el momento mismo de la actuación del colectivo teatral, manifestó en parte lo siguiente:

“Ver en el transcurso de la obra a un Allende, títere, sin opinión y su vista perdida en el cenit, manipulado por los ministros y la prensa, es caricaturizar torpemente a Allende y no se ajusta a lo que fue Allende en vida. Mostrarlo como un cobarde que se esconde debajo de una mesa durante el bombardeo a La Moneda, es una ofensa más (…) Más aún, establecer que Allende consumía cocaína, y que desata el frenesí de sus actores, es una ofensa monumental a la memoria de Allende que rayana en la injuria y en la vejación” (Muñoz, 2015).

En efecto, resulta más o menos evidente que estamos en presencia de un verdadero sacrilegio, cuando menos de un (ostensible) tratamiento deshonroso que distorsiona gravemente aspectos tan importantes y sensibles de nuestra historia reciente; cuando no, derechamente, constituye una flagrante injuria (gravísima) respecto de una de las figuras más universalmente queridas y respetadas de nuestra historia como nación. De ello dan cuenta las numerosas calles, avenidas, parques y plazas, facultades y bibliotecas, etcétera, que llevan su nombre, junto a los innumerables bustos y estatuas que adornan los espacios públicos de cientos de países en el mundo entero.

Asimismo, resulta evidente, también, que no se puede confundir –como se ha insinuado-, en absoluto, un contundente rechazo frente a una “escandalosa e inaceptable provocación como ésta”(sic), con un burdo caso de censura (política) al estilo de la implementada por los gobiernos dictatoriales contra la libertad de expresión/creación; máxime si se tiene en cuenta que el polémico montaje ha sido auspiciado por organismos públicos.

No hace mucho (2013) el quinto informe (A/HRC/23/34), a cargo de la Relatora Especial sobre los derechos culturales, Sra. Farida Shaheed, en su parte sustancial examinaba, precisamente, “las múltiples formas en que puede restringirse el derecho a la libertad indispensable para la expresión y creación artísticas”, reflexionando “acerca de la preocupación cada vez mayor en todo el mundo por las voces artísticas que han sido o están siendo silenciadas por medios diversos y de maneras diferentes”.

Por lo demás, este informe, “se refiere a las leyes y normas que restringen las libertades artísticas, así como a las cuestiones económicas y financieras que repercuten de manera importante en estas libertades. Las motivaciones subyacentes suelen ser de índole política, religiosa, cultural o moral, residir en intereses económicos o ser una combinación de todos estos aspectos” (General, 2013).

“Nosotros hacemos todo lo contrario a lo que hace el teatro chileno, que lo encuentro una lata. Pronto empiezan a copiar formas, se vuelve antiguo, denso, ñoño, cobarde. A mí me gusta la crueldad, que genere risa, que haga pensar a las personas en por qué se están riendo de algo que no deben” (Marco Layera) (Alvarado, 2014).

Ahora bien, no obstante a mi juicio, lo más importante de esta estéril polémica que -voluntaria o involuntariamente- ha instalado este colectivo teatral con su obra (que no he visto ni veré) dice relación con el tema de la ética en el arte. Una cuestión que, consustancialmente, lleva aparejado el tema de la libertad de expresión/creación (un derecho, por lo demás, consagrado por una serie de cartas y declaraciones internacionales de derechos universales y recogidos en casi todas las legislaciones de los distintos países del mundo) y, más puntualmente aun, relativo a las restricciones y límites que ella impone de suyo a estos derechos y libertades, a partir de una ética entendida -por cierto-, además, como responsabilidad social concreta (Dussel, 1998) del creador.

Porque, es evidente, que en nombre de ciertas libertades no se puede violar ni mancillar la honra y la honorabilidad de las personas como tampoco mentir ni distorsionar reproduciendo la estigmatizaciones y lógicas de opresión respecto de lo más sagrado –para muchos- de nuestra historia, una historia de derrota y traición de nuestras más nobles causas. El Papa Francisco con motivo de los repudiables hechos del semanario Charlie Hebdo, decía al respecto, “no se puede provocar ni insultar la fe y las creencias de los demás”, en nombre de ninguna libertad por sagrada que sea ésta.

En este sentido, parafraseando a Tzvetan Todorov, diremos que uno de los pilares centrales de nuestra convivencia social y democrática lo constituye, precisamente, el hecho de que en un sistema democrático todo poder tiene limitaciones. Y eso valido para el arte y la creación, la cual adquiere legitimidad precisamente cuando es capaz de (auto)regularse y ponerse sus propios límites (Gambaro, 2015). Por lo que, la hipocresía y el cinismo es una práctica que debemos desterrar del arte y la libertad de creación para que no se constituya en su manifestación más importante como suele como muchas veces suele ocurrir en la práctica.

No obstante, sabemos que en el arte existe una única regla, que apela -paradojalmente- a la no existencia de reglas, pero al mismo tiempo, huelga decir, que depende de cada artista y de su ética (su moral) el realizar una producción impoluta: que, fundamentalmente, no ofenda a nadie ni que se mienta ni distorsione.  Y, resulta evidente, como señala Steven Pinker (La tabla rasa, 2003), que en todas las culturas podemos distinguir perfectamente que es lo “malo” de lo “bueno”, como la “verdad” de la “mentira”.

“Es una obra más bien nihilista que hace preguntas. Le hacemos preguntas incómodas a Allende como generación: ¿Valió la pena?¿Valió la pena esa utopía para después tener 17 años de una dictadura atroz” (Marco Layera) (Alvarado, 2014).

Por otra parte, según Heidegger (El origen de la obra de arte, 1973), lo que hace que una obra sea artística es, precisamente, su postura ética (no la ausencia de ella). Ello hace, por ejemplo, que Baudelaire sea el gran artista que fue, en el acto de establecer un nuevo paradigma que subvirtió el orden anterior de los románticos, en donde el motor y de dicha subversión/trasgresión más que una determinada postura estética -que también-, es fundamentalmente una posición ética (de distanciamiento y diferencia respecto de lo anterior).

Y, en segundo lugar, el filósofo alemán habla del “acontecer de la verdad” (Heidegger, 1973) y ya lo decían los griegos, “el conocimiento está amenazado por el error y la mentira”. De donde se desprende que lo que realmente importa es procurar no equivocarse e intentar obtener la re-presentación correcta del ente (las cosas) y del acontecimiento (Foucault, Las palabras y las cosas, 1997)) tal y como es.

Aunque, ya sabemos que la negación de la verdad (fáctica) y la mentira tienen su fuente de inspiración última en la inteligencia y en la imaginación tanto como en la estupidez.

Pero lo que resulta particularmente grave de la negación de la verdad (y de la mentira), en el fondo, es que con ello -entre otras cuestiones- se están violando las condiciones pragmáticas específicas de la afirmación apropiada y la expectativa de credibilidad (Pinker, 2003) en que se funda el acto de habla (Foucault, 1970) y los cánones éticos de la sinceridad que están en la base de la interacción humana (Van Dijk, 2009).

Por último, sabemos, que la libertad de expresión como concepción liberal apunta al hecho indesmentible de que son libres de expresarse quienes tienen objetivamente las condiciones y los medios materiales para ello, por lo que cabe preguntarse: ¿Por qué -ante tamaño privilegio- no reflejar la visión de los vencidos en vez del propagandismo (los “mitos del fascismo”) que habla del verdadero estiércol que se ha instalado en nuestro imaginario por imperativo de la fuerza y la sin razón?

¿Por qué reforzar la estigmatización y -con ello- las dinámicas propias de la reproducción discursiva del abuso de poder (Van Dijk, 2009), a partir de infectos relatos dominantes en vez de rescatar el relato aun in-visibilizado de los vencidos, de la “cultura de izquierda” (de la que habla Naomi Kleim (2010)) oprimida y silenciada, y que la transmodernidad busca rescatar (Dussel, 1998)?

Dussel (1998) dirá: el relato del Otro, el relato desde la alteridad; que no es otra cosa que una escrituración de la historia gegen den strich (“a contrapelo”), a partir de la visión de los vencidos (de clase) que ponen en práctica -con alguna diferencia no menor- tanto Walter Benjamin (Tesis sobre el concepto de historia, 1940) como Nietzsche (De la utilidad o inconveniencia de la historia para la vida. Consideraciones intempestivas Nº 2, 1874).

En conclusión, por todo lo anterior, lo que esta obra hace, voluntaria e involuntariamente, oportunista o deseintersadamente -o no-, en mi opinión, no contribuye en absoluto a la necesaria e imprescindible reflexión/discusión crítica (desde el arte) de nuestra (como sociedad) tan mal asimilada historia reciente y de la “tragedia de Chile” (a partir de supuestas “preguntas incómodas”); sino que, por el contrario, lo que hace, derechamente, es contribuir a reforzar las más duras estigmatizaciones instaladas por toda una abrumadora dinámica de dominación e impunidad que han operado en Chile en estas últimas décadas. Ya lo decía George Orwell, “quien controla el pasado controla el futuro”, y justifican -diría yo- su denostado e indigerible presente.

Trabajos citados

– Alvarado, R. (2 de abril de 2014). theclinic.cl. Recuperado el 3 de agosto de 2015, de http://www.theclinic.cl/2014/04/02/la-resentida-el-triunfo-de-los-punks-del-teatro-chileno/
– Benjamin, W.(1940) Tesis sobre el concepto de la historia.
– Dussel, E. (1998). “Autopercepción intelectual de un proceso histórico”. Revista Anthropos (180), 16.
– Foucault, M. (1970). La arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI.
– Foucault, M. (1997). Las palabras y las cosas. Buenos Aires: SIGLO XXI.
– Gambaro, F. (9 de enero de 2015). revistaenie.com. Recuperado el 2 de agosto de 2015, de http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Tzvetan_Todorov-Charlie_Hebdo-Bin-Laden_0_1282671741.html.
– General, N. U. (2013). “Informe de la Relatora Especial sobre los derechos culturales”, Farida Shaheed. El derecho a la libertad de expresión y creación artísticas. Washington.
– Heidegger, M. (1973). El origen de la obra de arte. México: Fondo de Cultura Económica.
– Kleim, N. (2009) La doctrina del Shock, Paidós, Barcelona.
– Muñoz, A. A. (20 de julio de 2015). elclarin.cl. Recuperado el 3 de agosto de 2015, de http://www.elclarin.cl/web/noticias/cultura/16318-chilenos-en-toronto-defienden-memoria-de-allende-ante-obra-teatral-que-lo-ridiculiza.html
– Nietszche, F. (1874). Consideraciones intempestivas Nº 2.
– Orwell, G. (1949), 1984.
– Pinker, S. (2003). La tabla rasa. Barcelona: Paidós.
– Van Dijk, T. (2009). Discurso y Poder. Barcelona: Gedisa.

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