Los vientos y las primeras lluvias torrenciales golpean el frágil paisaje que alberga a unos 700 000 refugiados, provocando deslizamientos de tierras que han causado la muerte a un refugiado y heridas a algunos más mientras continúa la respuesta humanitaria, informaba el pasado 13 de junio de 2018 Caroline Gluck desde el asentamiento de refugiados de Chakmarkul, Bangladesh, gestionado por ACNUR.
Explica Caroline Gluck que hace meses que ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, y sus socios trabajan contrarreloj apoyando al Gobierno de Bangladesh para mitigar los riesgos de deslizamientos de laderas debido a las lluvias monzónicas.
Gracias al apoyo solidario de miles de personas en todo el mundo se han tendido puentes nuevos, se han construido canales de drenaje, reforzado caminos y facilitado a más de 83 000 familias kits mejorados para sus albergues, para que puedan autoprotegerse mejor.
Más de 30 000 familias también han recibido “kits de amarre” en previsión de la estación monzónica, que consisten en cuerdas y estacas de acero para asegurar mejor sus albergues ante los fuertes vientos. En los próximos días se distribuirán más.
Se calcula que entre 150 000 y 200 000 refugiados viven en zonas que son vulnerables a los deslizamientos de tierras, a las inundaciones o a las dos cosas. Y esto es solo el principio de la estación del monzón que se extiende hasta principios de septiembre.
Al leer esta noticia en el sitio web del ACNUR recordé el fotorreportaje de nuestro colega Javier Sánchez-Monge y busqué la fecha en que lo publicamos: el 23 de noviembre de 2017. Y de nuevo es difícil evitar que la frustración anule nuestra capacidad de reaccionar ante las atrocidades que se cometen en diversas partes del mundo con minorías étnicas o religiosas, o simplemente con personas que huyen de conflictos armados o de la hambruna que se genera cuando se destruyen los medios de subsistencia de comunidades rurales.
Estos días hemos vivido en España días de solidaridad gracias a la movilización de personas, de voluntarios, de instituciones y de administraciones públicas después de que el Gobierno de España autorizara recibir en el puerto de Valencia a 629 personas recogidas del mar cuando se hundían las pateras y cayucos en los que se habían embarcado para llegar a Europa.
Y la pregunta es por qué en el mundo no se ha levantado una ola de solidaridad proporcional a lo que están sufriendo los rohinyás.
Contaba Javier en la nota con la que acompañaba sus fotografías sobre lo que acontecía en el área de Cox Bazar (Bangladesh) cercana a la frontera con Birmania, que presenció gestos de amor, como el de una anciana desconsolada que recibía una caricia por parte de un miembro del equipo de voluntarios que les atendía.
E impactaba esa fotografía de una niña rohinyá que muestra la tarjeta de identidad con nacionalidad birmana expedida por las autoridades de Bangladesh, porque aunque ella nació en el estado Birmano de Rajine, el gobierno Birmano rechaza reconocer su ciudadanía, lo que le otorga la singular condición de ser una apátrida.
Contaba Javier que mientras la niña desaparecía entre una fila de refugiados conducidos por soldados, con su único ojo empañado en el vaho de la tristeza, no quiso que ella también viera su sufrimiento, que ni siquiera intuyera o sospechara que a pesar de ser ambos seres humanos, una parte de la humanidad había estipulado que ella fuera una rohinyá o que perteneciera a una raza que se mereciera un trato diferente, que se les masacre ante una comunidad internacional que paradójicamente alardea sustentarse en la protección de los derechos humanos, y que a aquellos que hayan podido sobrevivir, se les expulse hacia el limbo, formen parte de los “stateless”, los apátridas , esos hacia los que apunta ACNUR y que suman ya diez millones en todo el mundo incluyendo a los rohinyá.
Las autoridades birmanas argumentan la barbarie contra los rohinyas camuflándola como un movimiento contra el terrorismo impulsado por integristas que se produjo a finales de agosto de 2017 por parte de la “Arakan Rohinyá Salvation Army”, que sirvieron para justificar la represión por parte del ejército birmano contra los rohinyá del estado de Rajine de Birmania, durante los meses de septiembre y octubre de 2017, tras cuyo ataque quienes sobrevivieron emprendieron su éxodo hacia los campos de refugiados de Bangladesh.
Esta es la situación extrema que se vive en los campos de refugiados para rohinyas que gestiona ACNUR en Bangladesh, y debemos apoyar ese trabajo sosteniendo a sus voluntarios y facilitando recursos mediante donación a la ayuda humanitaria para adquirir los materiales que les sean necesarios para desarrollar su labor.