Tenemos suerte. Vuelve el sueño de un mundo feliz, pero no como nos indican algunas obras de fantasía dura, en negativo, sino desde la naturalidad de la dicha que compartimos y elevamos al Cielo de los Dioses en la Tierra. Hay entusiasmo y energía para recomenzar. Es relevante.
Regresa la elucubración, con sorpresas, advirtiendo que algunos anhelos se quedaron en otras dimensiones, en otro juego, con sus cartas descubiertas. Nos dijeron ser amigos, y puede que hasta lo intentaran, pero nada fue suficiente, ni siquiera su egoísmo. En su día no los advertimos bien: no supimos mirar.
No pasa nada. De todo se aprende: la jornada viene con el placer de la lección amarrada a la realidad, al ecosistema de los próximos, que emprenden las mejores singladuras aunque el viento no acompañe.
Juntamos las experiencias con las nubes en sus puntos más atractivos, donde admiramos la belleza de la Naturaleza, que nos compone con fórmulas de amor intenso en sus más diversas variables. Vuelve, y lo saboreo, ese universo de elementos de jovialidad con el que sentimos que estamos más vivos que nunca.
Además, la bondad de esta aventura es que vamos, como dijo el poeta, ligeros de equipaje. El mar que nos aguarda, extraordinario, tiene a los que debe tener, un doble motivo para la esperanza. Saltamos de contento. No dejemos que lo factible, y, fundamentalmente, lo imposible en teoría nos fragmente la fiesta. Los datos son lo que son. Los sentimientos los superarán.