¡Ay, querido mío! ¿Cómo será la eternidad? Intuyo que se trata de una infinidad de presentes perfectos plasmados en un instante. Algo así como construir un reloj de agua y hacer que el océano pase a cuentagotas por la cintura del tiempo.
Seguramente tendrá un manantial surtiendo a los días de novedades. Un brote irreverente en medio de la historia. Agua cristalina de origen misterioso abriéndose paso entre capas de barro y rocas subterráneas. Nadie sabe de sus luchas por llegar a la superficie. Nadie imagina el empuje necesario para irrumpir desde el origen hasta lo evidente. Pareciera que algo lo impulsa, yo sé que alguien lo atrae. Puedo probarlo. Tan solo basta que la mano amada se aproxime para que la piel se perle con la constancia del deseo.
Sin dudas habrá un río de caudal crecido que arranque de cuajo la hierba frágil que nació a su orilla ante la mirada de los árboles perennes cuyas raíces abrazan al corazón terrestre y se mantienen erectos seguros de sí mismos tanto en tiempos de sequía como de abundante lluvia sosteniendo nidos, arrullando pájaros. Pareciera que algo lo ocasiona, yo se que alguien lo desata. Puedo probarlo. Tan solo basta que la palabra amada se pronuncie para que el pensamiento deseche lo que estorba y conserve lo imprescindible.
Con certeza semejará un impetuoso río como el Caroní, lejano y oscuro vuelto loca carrera hídrica en los Raudales de Cachamay. Una turbulencia indómita cayendo en cascada sobre las piedras. Subyugante. Embravecido. O, tal vez, será un sereno y soleado remanso del Caribe, invitación abierta para el amor. Seductor. Erudito. Salado como toda secreción humana. Pareciera que algo lo provoca, yo se que alguien lo precisa. Puedo probarlo. Tan solo basta que el corazón amado palpite para que una energía insospechada lo abarque todo con su temple.
¡Ay, querido mío! ¿Cómo será la eternidad? Tú no tienes pasado. Yo no tengo futuro. Solo hoy estás en mi presente. Nosotros somos. El agua se encargará de eternizarnos.