Es fácil imaginar, entre las imágenes familiares de mujeres que retrata Cristina Toledo, a Emily Dickinson: con sus silencios obstinados, sus pasiones exacerbadas al calor de esos silencios, su soledad elegida junto con su tozudez de prisionera en la casa familiar protegiendo celosamente lo que ella, en su papel autodesignado de guardiana, consideraba su herencia indestructible: la familia, la casa, los recuerdos compartidos y los propios.
Ahora bien, las imágenes cotidianas y a la vez trascendentes de Cristina Toledo invitan a preguntarse si estas mujeres eligieron libremente ese papel de guardianas de negro, viudas perpetuas que, en una época como la Victoriana, hacen un recorrido por la emoción o la ausencia de la misma.
Porque estas mujeres en duelo componen, como a pesar suyo, un mundo misterioso y privado donde es difícil distinguir entre el sufrimiento y la pose, en una sobreactuación ofrecida en momentos muy escenificados, muy preparados para la ocasión. De ahí que sea tan difícil distinguir en esta elección del dolor fingido algo de auténtica emoción.
Viene a cuento a propósito de esta representación del dolor lo que refiere Giacomo Casanova en sus Memorias de España. Cuenta este grandísimo observador de costumbres cómo desde su carruaje presenció una comitiva de mujeres penitentes que iban desfilando campo a través disfrazadas de monjes benedictinos. Y lo que más le sorprendió es que dichas mujeres fueran seguidas de cerca por una multitud de hombres que no quería perderse el espectáculo “porque seguramente iban sin camisa debajo del hábito”.
Así Cristina muestra, con La emoción secuestrada, que justas u opresivas esas formas de sufrimiento, somos capaces de asumirlas ¿libremente? Con tal de hacernos dignos de pertenecer al grupo.
- Galería Tournemire (Plaza de las Salesas, 2, Madrid)
- La emoción secuestrada
- Hasta 13:04:2019