Con una seriedad trágica que de repente se convierte en sonrisa feroz (enseña al hacerlo todas las muelas), la mezzosoprano estadounidense Vivica Genaux parece querer sorprender a cada paso: cariñosa, ocurrente, espontánea, tocada por la gracia, parece imbuida del espíritu que animara a La Gitanilla de Cervantes, por ejemplo.
Sin embargo, esta Vívica que ofreció el pasado martes 9 de abril, en el Teatro de la Zarzuela, el concierto Memoria de Farinelli, dedicado al más famoso de los castrati, nació hija de un catedrático de Universidad.
El programa es barroco, sus temas también: ese debatirse del hombre como una barquichuela frente a las inmensas olas que lo arrastran, esa alma dividida entre dos pasiones que se la disputan, ese monstruo que, escondido, acecha a la ninfa que va a bañarse inocente al arroyo; esa alabanza desmesurada a Júpiter que, como otorgador de todo bien, la convierte en súplica.
Pero ¿y el cantar? ¿Se cantaría así en el barroco? ¿Lo haría así el gran Farinelli?
Sus vestidos (dos a lo largo del concierto, uno en cada parte) son un homenaje a España: el primero, flores rojas sobre un fondo negro, es un vestido de gitana con mantilla calada que le cuelga de los brazos. Soltura y elegancia en el manejo, lleva el pelo recogido en lo alto sólo con una sencilla goma… de brillantes. En la segunda parte, lleva un vestido pantalón recamado, ancho de perneras y volantes en las mangas. Homenaje a Elvis según ella, muy español a todas luces.
Va acompañada por Les musiciens du Louvre, el grupo francés dirigido por Thibault Noally. De su mano, los maestros del barroco Porpora, Torri, Vivaldi, Hasse, Giacomelli o Ricardo Broschi vibran en el sentido más literal del término vibrar con inusitada energía. Una energía desconocida para los profanos. La artista pone en juego todo su cuerpo para representarlos y revivirlos.
Hay piezas meramente instrumentales, como los conciertos de Vivaldi y Hasse, en los que la voz descansa, pero Vívica, quien hace homenaje a su nombre, se ganó muy bien los aplausos con un recital vibrante que dejó admirado al público.
Este aplaudió con ganas y, ya en la parte final, la apoteosis. Menos mal que ella lo tenía todo previsto con sus dos bises. Y cuando cogió la carpeta de las partituras para irse, ya no volvió más.
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