La vida es un eterno tránsito, una mudanza hacia un espacio infinito donde saboreamos dosis que procuramos, al menos en ocasiones, que sean de felicidad. El afán en esta dirección ha de darse. Los cambios son, además de necesarios, inevitables: se hallan ahí.
Los debemos afrontar no sólo con la deportividad que ha de caracterizar la existencia, sino con la premisa de aprender de ellos. Lo que no nos derrota definitivamente, recordemos, nos hace más fuertes. Algo así nos subrayaba Nietzsche.
En paralelo, convendría interpretar las ocasiones vitales en cualquier etapa de nuestras vidas como opciones que suman. Las rutas de las «intrahistorias» nos brindan ingentes fortunas en forma de docencias, de creencias en el porvenir. La fe mueve montañas, incluso en el sesgo literal.
La credibilidad y la confianza son aspectos cruciales. Sin la una y sin la otra no vamos a parte alguna. Por eso las crisis, que suponen puesta en cuestión de lo vigente, nos regalan las intervenciones necesarias para que las estructuras caigan, para que todo se defina de otra guisa.
La transformación es un tesoro. No hay riqueza mayor que la instrucción que nos viene de levantarnos tras caídas diversas. El corazón, como la mente, ha de estar abierto. No debe tener prejuicios, ni debemos vivir en un limbo inmutable. Las derivaciones de los orígenes fortalecen las raíces y dan un ramaje más denso, verde y prometedor.
Comenzar el día con esta perspectiva es ya una garantía de que todo marchará bastante mejor. La Esperanza, como podemos comprobar constantemente, sana en todos los territorios. Además, es la hermana del Amor. Os deseo ambas cualidades en la nueva jornada.