Músico y director de cine francés, Betrand Bonello firma con “Zombi child” su octavo largometraje, afirmándose de nuevo como uno de los cineastas autores más originales y brillantes de su generación.
Su carrera en el cine empezó en 1998 con “Algo de orgánico”, y desde su paso en 2001 por la semana de la crítica en Cannes con “El pornógrafo”, no ha cesado de ser reclamado por los programadores de festivales internacionales.
Vinieron después “Tiresia” 2003, “De la guerra” 2008, “L’Apollonide, recuerdos del prostíbulo” 2011, “Saint Laurent” 2014, o la muy controvertida “Nocturama” en 2016, obras de temas muy diferentes pero que llevan siempre el sello de una brillante puesta en escena, servida a menudo con sensualidad e ironía. El cine de Bonello no deja nunca indiferente tanto por la temática de sus guiones, como por su elegante mirada y sus opciones visuales.
“Escucha blanco mundo, las salves de nuestros muertos, escucha mi voz de zombi, en honor de nuestros muertos” con estos versos de un poema del haitiano Rene Depestres se abre esta fascinante historia de zombis, de muertos y de vivos, sin grandes estrellas en su reparto, e interpretada con gran espontaneidad por sus jóvenes intérpretes. Excelentes las dos protagonistas: Louise Labeque (Fanny) y Wislanda Louimat (Melissa).
“Zombi child”, rodada entre París y Haití, con una evidente economía de medios, es una brillante incursión en el mundo de la magia negra, de los vudús y los zombis en Haití, pero a través de la historia de unas colegialas francesas, alumnas en nuestros días de la reputada institución de la Legión de Honor en Saint Denis, fundada por el emperador Napoleón I.
“Napoleón, Haití, la abolición y el restablecimiento de la esclavitud, a veces hay intuiciones que fabrican significados muy potentes” explica Bonello quien, aunque no quiso hacer una película política, reconoce que la escritura del guion le condujo poco a poco a mostrar ese legado histórico que existe entre Haití y Francia.
Por una parte, la historia de un hombre “zombificado” que regresó a la vida al cabo de un tiempo está inspirada en un hecho real sucedido en Haití en los años sesenta, el caso de Clairvius Narcisse, documentado por un antropólogo canadiense. Mezclando lo real y lo imaginario, aborda Bonello así la cuestión de la esclavitud y la opresión de los negros en las colonias, explotados y maltratados como verdaderos muertos vivientes.
Pero ese punto de partida sobre un episodio de la inquietante magia negra en los ritos de la santería, se relaciona inmediatamente en la ficción con la historia de Melissa, una adolescente haitiana en la Francia de hoy en día, cuya madre opositora al régimen de Duvalier fue condecorada en Francia con la legión de honor, y que resulta ser descendiente en la ficción del ya citado Clairvius Narcisse.
Alumna en esa institución escolar que pretende formar las élites en Francia, Melissa, quien perdió a sus padres en el terremoto, es admitida en un circulo de pensionarias que se reúnen por las noches para intercambiar sus inquietudes, sus adicciones por el teléfono móvil, la música rap o las películas de horror.
Fascinada por la historia que les cuenta Melissa en sus reuniones nocturnas, una de las quinceañeras se dejará tentar por la experiencia del vudú, para liberarse de un desengaño amoroso, dando lugar a un inesperado desenlace.
En un montaje que nos lleva sucesivamente de Haití a París y viceversa, Bonello establece un evidente paralelismo entre la leyenda de los zombis haitianos, nacida de los tiempos de la más terrible esclavitud, y la uniformización de esas adolescentes formateadas para triunfar en su escolaridad en nuestra sociedad de consumo a ultranza, pero que buscan transgredir el estricto marco educativo que las agobia. De una época a otra, de la esclavitud al neoliberalismo se opera así la magia cinematográfica filmada por Bonello con sugestivas imágenes.