Ollantay Itzamná[1]
COVID19 desarticula lo poco que quedaba de «la sociedad» moderna, en especial en las ciudades. De ahora en adelante, al parecer, el solipsismo (auto aislamiento individual) será sinónimo de seguridad, y la fobia al «abuelo enfermo», quizás una virtud de citadinidad. ¿Murió el proyecto moderno de societas? ¿Venció el proyecto «transmoderno» de comunitas? No sabemos aún.
Desde hace algunos años atrás, retomé mi proceso de reencantamiento con nuestra Madre Tierra, y salí del asfalto para volver a la comunidad rural. Allí, a algunos kilómetros de distancia del asfalto urbano, convivo en comunidad con otras familias indígenas. Algunas de ellas, culturalmente mestizas, genéticamente indígenas.
Contamos con patios reducidos donde criamos nuestros animales menores para el sustento. Algunos tenemos huertos. Otros alquilan pedazos de suelo a las fincas vecinas para el cultivo de granos. Algunos intercambiamos entre vecinos lo que producimos. Tenemos un nacimiento de agua comunitario que la criamos con mediano esmero.
Nuestros niños, al igual que los abuelos/as, conviven con nosotros, en la comunidad. En estos días de «toque de queda», con satisfacción nos enteramos que fuimos varios los vecinos que llevamos alimentos a las dos abuelas en sus ranchitos…
¿Cómo transcurre la vida en nuestra comunidad, en tiempos de agorafobia (fobia al encuentro)?
En lo que va de la pandemia de COVID-19, el ritmo de vida de mi comunidad no cambió en demasía. Ellas continúan saliendo, antes del amanecer, al molino llevando consigo el nixtamal (maíz hervido) para hacer las tortillas. Ellos, al clarear el día, continúan marchando temprano como jornaleros a las fincas vecinas. Nuestros niños ya no van a la escuela comunitaria, pero continúan reuniéndose para jugar, y aprendiendo en los huertos.
Nuestra comunicación con el pueblo más cercano se redujo al mínimo. Ya no pasan los camioncitos de transporte público por nuestra comunidad. Salimos una vez a la semana al mercado del pueblo para comprar lo esencial… Al parecer, ¿el pueblo, o la zona urbana, se vuelve menos atractiva que antes para indígenas rurales?
Aunque el Estado carece de capacidad para registrar casos de contagios de COVID-19, indican que el caso de contagio confirmado más próximo está a un promedio de 150 Km de distancia… No está muy lejos geográficamente, pero socioculturalmente pareciera que estuviese en otro Continente…
Algunos de nuestros vecinos de comunidades aledañas continúan aún saliendo hacia la ciudad próxima a trabajar. Incluso en la comunidad, dos de nuestros vecinos aún salen diario a trabajar a la ciudad próxima… Posiblemente nos llegará COVID-19 si las ciudades no tienen capacidad, ni voluntad política, para controlar el virus.
Por ahora, estamos en «auto» aislamiento comunitario. Mas no encarcelados. Consumimos menos del mercado, pero nos dedicamos más a cultivar/criar en el patio/huerto. No sufrimos el pánico colectivo. Temor sí tenemos. Pero, seguimos criando y cuidando la vida en comunidad.
¿Qué ocurrirá cuando COVID-19 nos llegue, si acaso? No lo sabemos con certeza. Lo único cierto es que no abandonaremos a nuestros abuelos, ni a nuestros seres queridos difuntos. Los enterraremos, con todos los cuidados posibles, en los huertos, porque muy probable que los «protocolos de sanidad estatal» jamás voltearán la mirada hacia nuestras comunidades indígenas.
Y no tendrían por qué hacerlo, porque estas u otras comunidades indocampesinas subsistimos sin estados, ni repúblicas por cerca de doscientos años. Incluso contra la voluntad estatal subsistimos. Tampoco seremos motivos de titulares noticiosos.
- Ollantay Itzamná (@JubenalQ) es un defensor latinoamericano de los Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos