Semana y media después, Argelia sigue en su rutina: inmovilismo del régimen y desprecio constatable de la mayoría hacia la clase dirigente. Las elecciones del 12 de junio de 2021 fueron organizadas por el presidente Abdelmadjid Tebboune (Abdelmayid Tebún) para reafirmar su legitimidad.
Sólo ha logrado demostrar que los abstencionistas constituyen el mayor partido del país.
«Para mí, el nivel de participación no tiene importancia. Lo que importa es que los elegidos tengan apoyo legítimo suficiente», ha declarado Tebboune. Esa especie de despotismo ilustrado presidencial hacia la participación ciudadana pudo constatarse por anticipado. Sabri Boukadum, ministro de Asuntos Exteriores argelino, ya declaró dos meses y medio antes del voto: «La legitimidad viene del pueblo incluso si vota un 20 por ciento» (El País, 30 de marzo de 2021).
Tanto las instituciones oficiales del régimen como las que integran el poder tradicional menos traslúcido, semioculto, ese que tiene que ver más con los militares, han seguido adelante con sus planes de reforma sin tener en cuenta las reivindicaciones callejeras del Hirak (movimiento): transición democrática pactada y no impuesta, respeto de los derechos civiles, independencia del poder judicial. Por ahora, no parece que la tantas veces denunciada infiltración de los islamistas en las manifestaciones haya desviado al movimiento de sus objetivos principales.
Tampoco la multiplicación de candidaturas (unas 1300) pudo esconder el boicoteo mayoritario, generalizado. En las redes sociales y en numerosos grupos asociativos, predominó el reclamo abstencionista. Rehusaron participar esta vez en las elecciones, el FFS (Frente de Fuerzas Socialistas), el RCD (Reagrupación por la Cultura y la Democracia), partidos predominantemente bereberes, ni el Partido Socialista de los Trabajadores de la histórica Louisa Hannoun. El pluralismo establecido y constituido por los partidos asociados al esquema habitual de poder –desde hace décadas– se mostró impotente para evitar el rechazo masivo de las urnas.
Para muchos observadores, la victoria del histórico (prehistórico) Frente de Liberación Nacional (FLN), que obtuvo 105 diputados (de un total de 407) es difícil de aceptar. Hasta difícil de creer. El segundo partido oficialista, la Reagrupación Nacional Democrática (RND), cuenta ahora con 57 escaños. Ambos formaron el eje del apoyo al expresidente Abdelaziz Bouteflika, forzado a dimitir por el Hirak en abril de 2019, cuando el cabildeo de los clanes de poder (y una parte de su familia) preparaban su candidatura por quinta vez, a pesar de su vejez, sus enfermedades y su casi parálisis generalizada.
Junto a FLN y RND, el parlamento, denominado Asamblea Popular Nacional (APN), cuenta ahora con un número variado de diputados considerados independientes (78). Éstos expresan –al menos– la mirada distante de los votantes jóvenes hacia los partidos establecidos, considerados colaboracionistas. Persiste también una fuerza islamista legal y asimilable al oficialismo, el Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP, exHamas) que dispone de 64 diputados. Todos cambian algo, todo sigue igual.
La participación fue del 23,03 por ciento. Oficialmente. En las áreas bereberes de Cabilia votó menos del uno por ciento de los ciudadanos. Por debajo del cinco por ciento los argelinos de la diáspora.
Entre la ciudadanía, muchos no pueden creer que se llegara ni siquiera al nivel declarado por el ministerio del Interior. En todo caso, se trata de la participación más baja de toda la historia electoral del país.
Tras la revisión constitucional del uno de noviembre de 2020, estas elecciones se presentaban como un intento más de acercamiento del régimen hacia el desafecto visible del pueblo argelino.
Esa desconfianza se mantiene intacta.
Y la victoria del FLN refuerza la imagen esclerotizada de años y años de la Argelia independiente. No es difícil recordar las similitudes con los tiempos del régimen sovietizante de partido único, a pesar de la existencia actual de partidos muy diversos.
La APN tendrá muchas menos mujeres: apenas 34 diputadas frente a las 146 que había en la anterior. Otro retroceso constatable, a pesar de que hubo miles de candidatas.
Con estos mimbres, parece difícil creer que habrá un proceso de entendimiento político y de normalización institucional. «Los resultados no resultaron sorprendentes y las elecciones se desarrollaron en un clima de represión» [contra el Hirak], ha dicho Said Salhi, vicepresidente de la LADDH (Liga para la Defensa de los Derechos Humanos).
En las dos semanas previas al voto, unas dos mil personas fueron detenidas durante el desarrollo de las manifestaciones callejeras del Hirak. Más de doscientos ciudadanos siguen encarcelados por motivos políticos. Los ataques al libre ejercicio del periodismo continuaron. No faltaron detenciones de periodistas. Algunos como Ihsane El Kadi y Khaled Drareni fueron liberados a los dos días, como Karim Tabbou, significado en el Hirak y portavoz de un grupo de la oposición política cabil.
Incluso después de que tuviera lugar la cita electoral, las autoridades retiraron la acreditación a France-24 alegando “hostilidad manifiesta” de esa cadena pública francesa.
Los reflejos autoritarios no desaparecerán de la noche a la mañana. El Hirak y la demanda de un auténtico poder civil, tampoco.
El poder se resignó a clausurar la era Bouteflika, pero no tiene intención de romper con sus estructuras y vicios políticos tradicionales. El problema para el país es que tampoco los dirigentes del Hirak han sido capaces de impulsar un liderazgo bien visible y aceptado por la inmensa mayoría de los participantes en las protestas. Argelia amenaza con seguir así en el bloqueo de siempre. Un permanente callejón sin salida.
El efecto simultáneo de varios hechos contribuye a ello y no deja lugar a dudas: la bajada del precio de los hidrocarburos (60 por ciento de los ingresos del Estado), enorme desempleo de los jóvenes, economía sin posibilidad de transición energética factible. El salario mínimo asciende a veinte mil dinares (125 euros). Las reservas de divisas han caído un 80 por ciento desde 2013. Los impactos internos y externos de la pandemia terminan de cerrar cualquier hipotética perspectiva de mejora.
Argelia celebrará al año que viene (el 5 de julio) el sexagésimo aniversario de su independencia. El régimen cambia de piel una vez y otra, pero su realidad camaleónica parece inmutable. Ninguna crisis –que no faltaron en más de medio siglo– ha producido una verdadera ruptura, ni el desalojo de una cierta clase heredera de los privilegios del poder.
A pesar de las periódicas purgas internas, de sabor estalinista, los militares siguen controlando la estabilidad argelina, tan apreciada desde el exterior. Desde luego, no hay que olvidar la contribución de los militares argelinos en el control de los grupos islamistas que actúan en las fronteras del sur del país, en el Sahel. Pero sin dejar de lado ese factor, está claro que desde el 5 de julio de 1962, el día de la independencia, ningún giro organizado desde la cúpula del poder ha logrado ofrecer una cara auténticamente democrática, creíble y aceptada por la mayoría.