El conflicto de Ucrania ha figurado en el orden del día de las dos importantes cumbres económicas internacionales celebradas a finales del mes de mayo. En Davos, lugar de encuentro predilecto de la flor y nata del empresariado devoto a las normas de la economía de mercado, los ponentes clave fueron George Soros y Henry Kissinger, máximos exponentes de corrientes de pensamiento diferentes, cuando no antagónicos. El multimillonario de origen húngaro se erigió en el Dios de la Guerra; el politólogo de origen alemán, en adalid de la tolerancia.
Como era de esperar, la estrella invitada del aquelarre de este foro alpino fue el presidente ucranio, Volodímir Zelensky, quien aprovechó la oportunidad para reclamar el envío de más armamento (y dinero) para la guerra contra el consuetudinario enemigo de su pueblo: Rusia. La Rusia del criminal de guerra Putin, el sátrapa totalitario que hay que derrotar.
El principal valedor de Zelensky fue George Soros, quien lleva tiempo apoyando política y económicamente el régimen de Kiev, haciendo suyo el combate de Ucrania contra el comunismo. Para el octogenario financiero, el auténtico rival de Occidente es la Madre Rusia, sus gobernantes y su cultura. Borrarla de la faz de la Tierra supondría la victoria contra las fuerzas satánicas que tratan de controlar los destinos de la Humanidad. Sabido es que Soros cuenta con numerosísimos adeptos en los círculos empresariales; el dinero llama al dinero.
El veterano diplomático y politólogo Henry Kissinger, también enemigo declarado del comunismo, hizo hincapié en la posibilidad, cuando no, necesidad, de encontrar una solución pacífica, véase negociada del conflicto entre las dos naciones eslavas. ¿La integridad territorial de Ucrania? Hoy por hoy, parece un mito, estima el que fuera durante décadas la eminencia gris de la diplomacia mundial. ¿Concesiones territoriales? Si implican la vuelta al equilibrio geopolítico, bienvenidas, insinúa el exsecretario de estado norteamericano, cuyo nombre apareció al día siguiente en la lista negra de los enemigos de Ucrania. No hay que extrañarse; la división creada por la guerra fomenta y alimenta el extremismo.
En la cumbe de Davos no quisieron escuchar este año la voz de Vladímir Putin; el bien no se junta con el mal.
En el otro foro que abordó el tema del conflicto entre Rusia y Ucrania -el Foro Económico Euroasiático– una mini agrupación de Estados exsoviéticos patrocinada por Moscú, se vertieron opiniones diametralmente opuestas. Aquí, Vladímir Putin condenó a quienes tratan de apropiarse de los bienes ajenos, recordando que la incautación del capital de otros no beneficia a nadie. Una alusión directa al proyecto de la Casa Blanca de expropiar y vender los haberes rusos confiscados en Occidente, pertenecientes tanto a las autoridades de Moscú como de los mal llamados oligarcas. El mensaje de Putin parecía transparente: no hay que robar al enemigo.
Curiosamente, el mismo mensaje fue transmitido por el presidente chino Xi Jinping, quién advirtió en una asamblea del Partido Comunista a las llamadas élites del establishment –equivalencia de los oligarcas de Putin– que sería conveniente repatriar urgentemente los fondos depositados en bancos extranjeros: No es prudente tener depósitos en Suiza o Singapur; nos exponemos a que éstos sean incautados por nuestros enemigos, advirtió Xi Jinping. Las palabras del presidente chino recuerdan, extrañamente, el refrán: cuando las barbas de tu vecino veas cortar…
Nada sorprendente, teniendo en cuenta que Pekín comparte con Moscú el liderazgo de un ambicioso proyecto geoestratégico: la unión de las potencias económicas emergentes, integrada por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica (BRICS). De hecho, para contrarrestar las poco amistosas -por no decir, agresivas- iniciativas de Washington en la región del Indo-Pacífico, el Gobierno chino sugiere la expansión de BRICS con la incorporación de nuevos miembros: Pakistán, Malasia, Indonesia e incluso Turquía, la novia desdeñada por los señores del club de Bruselas.
¿Error de cálculo? ¿Enemistad declarada? O, pura y simplemente, una reacción lógica ante los alegatos del secretario de estado Antony Blinken, quien afirmó rotundamente ante las cámaras de televisión americanas: Rusia no es el principal rival de los Estados Unidos; China sí lo es. China es la amenaza más grave para el orden internacional actual.
Conviene aclarar que el orden internacional actual es un eufemismo que trata de ocultar las reglas de conducta impuestas por los Estados Unidos a partir de los años noventa del pasado siglo, cuando Washington lideraba el mundo unipolar emanante de la desaparición de la URSS.
Pero ¡ay! el oso ruso ha despertado; su descarado coqueteo con el panda chino empieza a levantar ampollas.