Rabioso, desbordado por las multitudes que llegaron al Zócalo y a más de cien plazas de todo el país para defender la democracia y exigirle que saque las manos del proceso electoral que culminará el próximo 2 de junio (2024), López Obrador no encontró mejor forma de desahogarse que insultando a los participantes.
El enérgico discurso del hasta hace poco consejero presidente del INE Lorenzo Córdova lanzado desde la tribuna en la que estaba el primer presidente ciudadano de esa institución, José Woldenberg, recalcó que la democracia que tenemos costó años de intensa lucha, a millones de mexicanos.
Y demandó cesar con todo lo que no ayuda al voto libre e informado como:
Destinar dinero público a las campañas del partido oficial y presionar al INE, Tribunal Federal Electoral para evitar hagan su trabajo con independencia y autonomía; someter a la Suprema Corte de Justicia, amenazar medios y censurar periodistas; mentir diciendo que si gana la oposición se acaban pensiones y becas; o corromper empresarios y promover encuestas falsas para hacer creer que la elección está decidida.
Los manifestantes apoyaron todo y especificaron que no queremos políticos y campañas que tengan detrás garras y dinero de los narcos.
Miedoso como es, López Obrador blindó el palacio presidencial que siente suyo con vallas metálicas; como si fuera violento estallido y no pacífica demostración de preocupación, lo que habría en el Zócalo.
De ese tamaño es su terror a los cientos de miles que no necesitaron de acarreos para llenarlo y manifestaron civismo al dejarlo impecablemente limpio; al contrario de lo que sucede en las concentraciones a las que él convoca.
Y mezquino como es, ordenó quitar de la plancha del zócalo, la monumental bandera nacional que siempre ondea y también cree suya.
Lo enoja darse cuenta de que la mayoría de los mexicanos están a favor de las leyes y contra él, por violarlas a diario.
Y miedoso, se agarra de lo que puede porque se le termina el sexenio en el que destruyó el país.
Ha caído tan bajo que aprueba que obispos católicos intenten, fallidamente hasta el momento, negociar treguas con narcotraficantes que por su incompetencia o complicidad mandan en prácticamente todos los aspectos de la vida diaria, en muchas regiones del país.
Insensible como es, ni el dolor de las madres buscadoras que rascan hasta con las manos en fosas clandestinas que brotan en todo el territorio nacional lo conmueven y las califica como «politiqueras».
Tramposo como es, inventa temas distractores con el consiguiente derroche de recursos que merma a cuestiones indispensables, como salud y educación.
Y va a enviar ochenta marinos y funcionarios, con equipo y recursos suficientes, a buscar los restos del periodista Catarino Erasmo Rodríguez al que, ignorante como es, llama «general revolucionario»; muerto en 1895 en una guerra ajena en una isla que hoy pertenece a Panamá.
Y ordenó que la Fiscalía General de la República cite al capo del narcotráfico guerrerense Celso Ortega, no para enjuiciarlo por sus fechorías, sino para que pruebe lo dicho al Portal Latinus de que los Zetas aportaron varios millones de pesos en 2006 para su primera y perdida campaña por la presidencia.
¿En dónde lo encontrarán para entregarle la citación? Seguramente en la PGR lo saben bien.
Cada cosa en la que sale a flote su índole dictatorial me recuerda el artículo que hace tiempo escribí, sobre el Síndrome de Hybris; que ataca y enloquece a los poderosos.
Haciéndoles perder la capacidad de gobernar, y llevándolos a cometer actos crueles y gratuitos, sin sacar provecho de la experiencia por su ego desmedido, ideas fijas, sensación de omnipotencia y deseo de transgredir límites.
López Obrador, quien fue elegido presidente en 2018 por solo un tercio de los sufragantes, debiera recordar que el PRI perdió las elecciones del 2000, por el hartazgo en el que nos tenía tras setenta años de gobiernos antidemocráticos.
Hartazgo menor por cierto al generado en su contra en solo cinco años de gobierno y al que día con día se suman arrepentidos de haber votado por él.
Presidente, deje de dividirnos entre el «pueblo bueno, único que tiene valores nacionales» y el resto; porque no es esa, forma democrática de comprender un país.
Presidente, saque las manos de la elección y sepa que esa democracia por la que tanto hemos tantos luchado, es por ello nuestra; adjetivo que tanto lo enojó y como nuestra que es, no permitiremos que la destruya.
Lo dijo Lorenzo en el Zócalo: «La Constitución que está hoy bajo amenaza no es propiedad de nadie, pertenece a todos; la democracia es una obra colectiva y es también colectiva, su defensa».