Déjame enredarme entre tus fibras. Sentirme vetiver, enea, moriche, algodón, dispopo, cocuiza, sisal. Ser trama y urdimbre, tejido distendido o estrecho, asumirnos muestra artesanal del universo.
Quiero trenzarme contigo en discusiones con raíces que, de tan profundas como las del vetiver, sostengan la geografía escarpada de nuestro momento político. Quiero penetrar tu suelo ideológico y ramificarme en él; que cada palabra pronunciada tenga una extensión insospechada incapaz de romperse radicalmente.
Permite que el agua de mi llanto se seque en la resolana de tu enseñanza. Tras el corte necesario con lo improcedente, haz de mí estera de enea para el reposo de tus anhelos; techo ancestral que no se opone a la conjunción cósmica sino que se integra a ella; paraban para la distribución del espacio vital entre lo público y lo íntimo.
Aspiro ser fruto, aceite, hoja de palma que sirva de reencuentro con nuestras costumbres. Poderte ofrecer no sólo el chinchorro que columpie nuestros sueños de libertad y el balance hídrico que permita la vida sostenible sino en el moriche tener la metáfora del liderazgo oportuno: si se quema la copa, toda la palma desaparece.
Consiente que me entorche en el cuerpo de tu alma y compacte mi ser flexible en tu hilo histórico. Construye un telar vertical donde el algodón se entrelace en multicolor armonía y la diversidad que somos se manifieste en unidad estética puesta sobre el tapete: distintas comunidades, distintas voces, distintas maneras de organizarse, un mismo país.
Deseo el misterio del dispopo, cocuiza y el sisal ocultos en la penca del agave cocui, maguey o sisalana respectivamente; ser planta xerófita resistente a los tiempos más inclementes y cuyos filamentos se hacen presentes sólo con un duro lavado y cepillado pero luego, una vez que sus dedos se han entrecruzado, se perpetúan amorosamente en ese lazo.
Amor, somos tejido.
- Palabra: Ileana Ruiz
- Ilustración: Xulio Formoso