Al ver el cartel de La segunda mujer, las dos mujeres, una joven y otra vieja, parecen sacadas de un fresco de Goya, uno de aquellos que celebraban la vendimia, tal es el color y la frescura de la más joven, que exhibe sus galas con verdadero donaire.
Ahora bien, si se mira un poco más la actitud de ambas y el conjunto que forman, estamos ante una de aquellas pinturas negras, a pesar del color, en que la joven se ofrece a la vieja. Ésta hará de intermediaria.
Y así es y así ocurre en todos los sentidos imaginables de la acción que representa La segunda mujer, sólo que aquí la diferencia estriba en un punto: no sabemos a quién se la va a ofrecer la vieja porque no hay nadie más en el cuadro. Y cuando lo descubramos, nos dejará desarmados. Pero esto sólo ocurrirá más tarde, cuando ya hayan transcurrido los 20 primeros minutos arrebatadores, perturbadores, plenos de insinuaciones conspiradoras, de una boda en un pueblo de las montañas de Turquía. Es allí donde arranca la acción que enseguida se traslada «en furgoneta» hasta Viena.
Una familia numerosa turca emigrante en Viena ha vuelto a Turquía para casar a su único hijo. Es necesario que la joven, llegado el momento, esté preparada para asumir el título y el cargo de jefa de la casa y de madre sustituta. ¿A qué momento se refieren? Ya nos iremos enterando si conseguimos no perder el oremus.
Es así como arranca este verdadero carrusel de emociones y de acciones soterradas que discurren solapándose con aquéllas. Primero es la acción, luego nos enteramos de qué es lo que realmente ha pasado y sólo después, cuando ya todo esté consumado, aflorarán las emociones como en un torbellino incontenible. Los giros a la narración son espectaculares, sorprendentes como el carácter de ambas protagonistas del cuadro. Pero hay otras personalidades poderosas y magníficas actuaciones individuales: el padre, el hermano, el coro de las mujeres en la casa y en el súper.
Es decir, cuando crees que va a pasar una cosa, porque sí, porque por eso fue la boda, resulta que sucede la contraria, un deus ex machina que pone todo patas arriba. Esto sucede al menos cuatro veces dosificado de manera absolutamente magistral.
Los saltos en el tiempo son inesperados y, al mismo tiempo, tan claros, que la acción avanza en zigzag con unos volantazos dignos de un rally. Uno no se entera apenas porque sólo le llegan datos sueltos, algo que le viene por aquí y por allá y que ha de ir ligando, hasta que de repente, la novedad estalla por los aires.
Y la mujer turca, de tonta, ni un pelo. Es una sociedad patriarcal, pero quien manda es la mujer. De ahí que estemos ante un mundo de convicciones firmes que altera un pequeño detalle. Un mundo de compasión y de bondad donde la crueldad asoma al paso de los intereses familiares. Un mundo de secretos muy bien guardados donde nadie se asombra de nada: ¿es que lo sabían? Todo queda en el aire. Con una osadía del mejor teatro, se revierten situaciones que la tradición ha consagrado. La víctima está contenta y bien pagada, pero ha de mantenerse fiel a la familia porque los trapos sucios se lavan en casa… y si no, la hasta entonces protectora, será implacable Bernarda.
El director de La segunda mujer, Umut Dag, debe conocer muy bien estos protocolos puesto que es turco de origen, aunque luego haya sido discípulo de Michael Haneke en la escuela de cine de Viena. La producción de la película es austriaca. Es emigrante, como los personajes de su película, a los que sitúa en Viena, en un barrio de emigrantes turcos, donde la familia sólo se relaciona entre sí y con otros turcos.
Ambas cosas (el ser discípulo de Michael Haneke y su origen turco) se le notan. Nada es lo que parece hasta que van encajando las piezas del mosaico que tejen entre todos. Los más con su silencio; los menos con frases breves, punzantes. Pero siempre puede pasar lo inesperado, y de esos puntos de inflexión está tejida la trama.
La Segunda Mujer, película inaugural de la Sección Panorama de la 62ª Edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, se estrena en cines el próximo 14 de febrero.