El perejil de todas las salsas cinematográficas de la primera mitad del siglo XX, el actor Mickey Rooney, uno de los primeros niños estrella del cine, ha fallecido con 93 años poniendo fin a una carrera que empezó hace casi un siglo, cuando era casi un bebé, se consolidó en los años 30/40 y no ha terminado todavía porque deja dos películas sin estrenar.
Fue una leyenda “imperfecta”, una estrella “a la antigua”. Las nuevas generaciones no le conocen ni de oídas.
Con 250 películas en su larguísima trayectoria profesional, este actor bajito y con sobrepeso fue el compañero preferido de Judy Garland en sus comienzos (Place for rythme y Debut en Broadway) y el marido de Ava Gardner en 1942, cuando la mujer más bella de la pantalla hollywoodiense todavía no era la estrella en que se convertiría después. Se divorciaron un año más tarde, el mismo día que murió la madre de la actriz, y después de que Ava confesara en una entrevista: “Yo no creo que hayamos cenado juntos, en casa, ni una docena de veces”. Mickey había continuado con su habitual vida nocturna, hecha de colegas, chicas fáciles y mucho alcohol.
El poco más de metro y medio de estatura le dio mucho juego porque aún se casó otras siete veces. Joseph Yule Junior, de nombre artístico Mickey Rooney, nació en Brooklyn en 1920 de una pareja que trabajaba en las variedades ambulantes; cuando hizo su primera aparición en un escenario tenía 17 meses y llevaba una armónica colgada del cuello. A los seis años, en 1927, se convirtió en una gran estrella del cine mudo interpretando durante ocho años un personaje de comic muy popular, Mickey Mc Guire, del que adoptó el nombre.
Eran todavía los tiempos del cine mudo, a los 13 años fue el duendecillo Puck en el Sueño de una noche de verano y después, durante varias décadas, una de las grandes vedettes de los estudios de Hollywood. En 1937 interpretó junto a Spencer Tracy Capitanes intrépidos de Víctor Fleming y en 1939 fue el Huckleberry Finn de Richard Thorpe. Veinte años más tarde, en 1957, recuperó la popularidad con Baby Face Nelson (El enemigo público), de Don Siegel. Nominado en más de una ocasión a los Oscar’s, la Academia le entregó finalmente la estatuilla de honor “a toda una carrera” en 1983.
Dicen los cronistas que nunca rechazó un papel, ni tampoco una copa de alcohol. Dicen también que toda su vida fue una representación y que dilapidó varias veces su fortuna en los tapetes verdes de casinos y garitos: “Ocho matrimonios y un entierro: una de sus mujeres apareció muerta en el baño con su amante. Especialista de la cosa, Rooney aconsejaba casarse por la mañana temprano, para no echar a perder un día completo… Este chiquillo sucio vestido de smoking arrastraba tras de sí una horda de parásitos y le importaba un bledo su reputación. Somos los dos Mickeys más famosos del mundo, decía refiriéndose al ratón de Disney”. Rooney fue quien sugirió a una chica llamada Norma Jean que, para el cine, eligiera el nombre de Marylin Monroe.
Era jugador de golf y reconocido tenista en las pistas de Hollywood; en la pantalla, gracias a su estatura, muchas veces jockey. En Baby Face Nelson fue un ganster con metralleta, en El corcel negro (1979) un entrenador. En Desayuno con diamantes el vecino japonés con dientes de conejo. Al final, arruinado, vendía sus autógrafos.