Este 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, ella nos recuerda que o la cuidamos entre tod@s o no habrá sobrevivencia: su contenido es nuestro mayor legado. No permitas que se pierda.
En 1824, Simón Bolívar desde Pativilca, Perú, escribió a su maestro don Simón Rodríguez: “Amigo de la naturaleza, venga usted a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; usted no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas”.
Si hace casi dos siglos atrás, el Libertador hablaba del daño ambiental sufrido por el planeta, imaginemos cuál es el estado actual y qué entregaremos como testigo de una carrera de relevo a las generaciones futuras.
Ante esta perspectiva surge una plegaria a Isis, M’ma, Gea, Terra, Pachamama, Cibeles, Áditi, Dana, Amalur, Ñuke Mapu, Atabey. No importando el nombre dado, hay coincidencia universal en el respeto debido.
Te invocamos Madre Tierra, endurécenos como la piedra en la fidelidad a tu protección; danos la aversión al derrame innecesario de sangre y a la tortura de cualquier ser viviente.
Haznos sonrientes y, en una madrugada cuando los frailejones abren entre nieblas sus transparentes soles, renueva la decisión de no interponer nuestra absurda versión de desarrollo a tus ganas inmensas de multiplicarte.
Permítenos tener la voluntad de organizarnos para que el medio ambiente sano deje de ser solamente una palabra pura y garanticemos con el coraje de los cuchillos fríos de las cumbres y la furia embravecida de nuestros ríos su conservación, no como reliquia sino como legado.
Haz que no seamos un cuerpo mustio por las calles sin voz ni grafía, ojos vendados y alma en cadenas, sino cambiemos la tumultuosa rabia de quienes sufren en lugares inhóspitos y sin alimento por lecho, casa y pan a todos y todas repartido.
Que la dignidad alegre nuestra mirada como una estrella recién nacida y la única especie en extinción sea la indiferencia de quien da la espalda y abandona la esperanza escurriéndose por la puerta trasera de la vida.
Danos la inmortalidad de la coherencia ética que nos anime a no desperdiciar ni el más mínimo de los recursos disponibles. Enséñanos a no tener una perspectiva antropocéntrica; que las flores no son sólo alegría, los animales mascotas, el aire llena nuestros pulmones, los frutos nos alimentan, el agua nos hidrata y por eso son necesarios, sino que tú, en ti misma, eres.
Madre Tierra, a ti dedicamos nuestro tesonero trabajo diario por promover, garantizar, defender y educar en valores ecológicos.