Crónicas Alemanas
En un momento en que el mundo está conmemorando el 70 aniversario de la liberación en la Polonia ocupada del campo de concentración de Auschwitz, llevado a cabo por el ejército soviético el 27 de enero de 1945, no está de más recordar otros campos de concentración y otras atrocidades llevadas a cabo por el nazismo alemán de un Hitler enloquecido que llevó a Europa y a otros países del mundo a una segunda guerra mundial sembradora de millones de muertos por doquier.
He conocido en Alemania dos campos de concentración de aquella época, y produce escalofríos solo pensar lo que allí pudo pasar, paliado solamente por saber que el deber del periodista, como es de oficio, ha de ser el de mostrar las huellas de una realidad que fue la que fue, y la historia es testigo. Uno de ellos es el campo de concentración de Dachau, situado al lado de una localidad del mismo nombre a pocos kilómetros de Munich.
Dachau era, según reza un cartel, “Eine Welt ohne Gnade”, (“Un mundo sin piedad”). Fue el primer campo de concentración que se construyó en Alemania y el último en cerrarse, durando de 1933 a 1945, y sirviendo de modelo y prototipo para otros campos de concentración que se construirían en años sucesivos. Concebido en un primer momento para albergar a prisioneros políticos alemanes, sobre todo comunistas, así como a aristócratas e intelectuales, pasando con el tiempo a ser ocupado por judíos alemanes, gitanos, homosexuales y algo no muy conocido, también fue el primer campo de concentración concebido para albergar a prisioneros religiosos cristianos, como católicos, protestantes y greco-ortodoxos. Incluso hubo religiosos musulmanes.
Unos 200.000 prisioneros de más de 30 países pasaron por este campo, muchos de los cuales dejaron la vida, pues la vida era algo que no valía nada en opinión de los regidores, las terribles SS, un cuerpo especialmente cruel creado ex profeso por Hitler a su imagen y semejanza, ya que el dictador no se fiaba de nadie. Según relata un prisionero, a la llegada de las SS el jefe arengó a sus subordinados con estas palabras: “¡Camaradas de la SS! Todos sabéis para qué nos ha llamado el Führer. No estamos aquí para tratar a esos cerdos de ahí dentro de modo humano. No les consideraremos hombres como nosotros, sino hombres de segunda clase…”.
Así fueron considerados los prisioneros en Dachau: como cobayas, como animales, sometiéndoles a todo tipo de experimentos. El médico de la Luftwaffe Sigmund Rascher llevó a cabo con prisioneros experimentos inhumanos, y terminales, con los que pretendía mejorar la capacidad de supervivencia de los pilotos alemanes en condiciones extremas. Se calcula que en la operación de exterminio murieron unos 41.000 prisioneros en este campo, aparte de los otros muchos miles que perecieron por las condiciones infrahumanas en que vivían, aunque la verdad es que nunca se sabrá el número exacto.
Otra de las muchas maldades existentes era que en uno de los lados del campo no existía muro, sino una alambrada electrificada; si alguien intentaba salvarla quedaba automáticamente electrocutado. Pero previo a la alambrada había un foso que servía de frontera, y quien intentaba saltar el foso era abatido desde una torreta por un miembro de las SS. Cuando al final de la guerra vieron que el ejército norteamericano avanzaba en territorio alemán, iniciaron con 7.000 prisioneros lo que se conoció como la “marcha mortal”, en la que éstos murieron de agotamiento, hambre, frío, o los que resistieron fueron fusilados.
Finalmente, el 29 de abril de 1945 una división blindada del ejército norteamericano liberaba el campo de concentración, ante los ojos atónitos de los supervivientes, que veían, al cabo de tanto tiempo, que su vida tenía sentido, pues empezaban a dejar atrás aquel “mundo sin piedad”.