Tomando el título de una célebre frase del poeta de la generación beat estadounidense Lawrence Ferlinghetti –“La historia se construye con las mentiras de los vencedores”- la diecisiete edición del Festival del cine alemán de Madrid, celebrada entre los días 9 y 14 de junio de 2015, se inauguró con el largometraje «Las mentiras de los vencedores», del realizador Christoph Hochhäusler, 42 años, formado en la Escuela de Berlín y perteneciente en lo que se conoce ya como “la nouvelle vague” del cine alemán, además de editor y crítico de la revista Revolver.
Una historia de periodismo de investigación, muy al estilo de algunas buenas películas del Hollywood de la primera mitad del siglo XX (Hochhaüsler reconoce influencias de Luna nueva de Howard Hawks, o de Primera plana de Howard Hughes), sobre un periodista consagrado y una inexperta, pero inteligente y testaruda becaria, que intentan desentrañar un caso de envenenamiento de algunos soldados enviados a luchar en Afganistán con la coalición aliada lo que, como no podía ser de otra manera, les lleva a topar con los intereses de un poderoso lobby químico que maneja los hilos para que la UE apruebe una normativa que favorezca sus planes. Muy flojita y poco convincentes sus protagonistas.
«Deberíamos hacer más películas sobre lo que ocurre en Bruselas. Muchas de las cosas que nos afectan a diario se disputan allí. En general, pienso que en Europa deberían hacerse más películas basadas en la vida real, en lo que está sucediendo por ejemplo en Grecia, o estos días en España con Podemos», comentó el director en rueda de prensa.
Como siempre hay que optar, me quedo con dos títulos de interés en la sección oficial: «Entre mundos», película de guerra “pero no bélica”, y «Cuando éramos reyes», relato del género “asuntos internos” policíaco, testosterona a tope con la originalidad de que no se trata de la policía de Chicago, o Los Angeles, sino la de una capital europea; y el ciclo “Reflejos del pasado”, tres películas realizadas por jóvenes sobre acontecimientos más o menos cercanos de la historia reciente alemana, y una cuarta en torno a los amores del escritor romántico Friedrich Schiller.
«Entre mundos» – “un film menor con fuerte aroma a verdad” (Nouvel Observateur)- es una historia valiente y emotiva, dirigida por la realizadora Feo Adalag, (vienesa de 43 años, ganadora del Festival de Tribeca en 2010 con su obra anterior, El extranjero) sobre la relación que se establece entre el jefe de una compañía desplazada en Afganistán para proteger un pueblo asediado por los talibanes, cuyo hermano perdió la vida poco antes en el polvorín afgano, y el intérprete local que les acompaña en su misión. El intérprete tiene una hermana menor, estudiante en la universidad y por ello perseguida y acosada en la ciudad donde reside. Las suspicacias entre dos culturas, dos mundos, que se entienden con dificultad en un poblacho perdido en el desierto, no impiden una cierta sintonía entre los dos hombres.
«Cuando éramos reyes» (Wir waren Könige), de Philipp Leinemann, ganadora del premio a mejor película en el Festival de Cine de Austin, una realización que recuerda series de culto recientes como The Wire, nos cuenta las deventuras de una unidad policial de élite que en un clásico encuentro con criminales mata a dos mientras el tercero consigue huir dejando malherido a uno de los oficiales, lo que naturalmente da origen a una nueva oleada de violencia en la ciudad, en la que se cruzan los policías con las bandas de jóvenes y traficantes de droga.
“Nosotros somos lo que ustedes juegan en el ordenador», reza un trozo de papel clavado en la pared del establecimeitno policial. Pero, a diferencia del juego en la consola, donde siempre se puede apretar la techa de pausa, en la vida real los errores de los protagonistas tienen consecuencias desastrosas. Thriller, pues, inquietante, en el que priman la venganza y la autodefensa; thriller frío, helado, cuya acción transcurre en el invierno de una ciudad helada.
Pese a tratarse solo de cuatro obras, el ciclo «Los reflejos del pasado» ha puesto de manifiesto que entre las preocupaciones de los alemanes de hoy sigue figurando la desastrosa situación en que se encontraron los jóvenes del Este después de que en 1989 cayera el muro y se produjera la reunificación de las dos alemanias, perdedoras en la segunda mundial y separadas durante 28 años por 155 kilómetros de hormigón armado y varias torres de control desde las que los soldados del sector oriental disparaban sobre los desertores.
Dos películas, «Somos jóvenes, somos fuertes», del joven cineasta de origen afgano Burhan Qurbani, y «Cuando soñábamos», del consagrado Andreas Dresen (Stopped on Track, Premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes 2011, El séptimo cielo) –situaciones muy parecidas e incluso algunos protagonistas compartidos- abordan sin tapujos momentos muy conflictivos de la historia más reciente. La primera está centrada en los tristemente célebres “sucesos de Rostock” de 1992, cuando la policía procedió a la evacuación forzosa de unos gitanos que esperaban la concesión de asilo, lo que dio origen a una noche de violencia repetida ante la mirada cómplice de un vecindario que aplaudía los abusos policiales: “Una catástrofe nacional ocurrida en nombre del patriotismo”.
Tanto esta película como «Cuando soñábamos» parten de la tesis de que los tiempos de crisis alimentan radicalismos ciegos ultraderechistas (como estamos viendo estos años en muchos otros países de la Unión Europea). En el caso de la última, los acontecimientos se sitúan en la ciudad de Leipzig, muy poco después de la caída del Muro, en el momento en que la mitad del país estaba sometido a profundos cambios, y tienen como protagonistas a cuatro amigos –“una juventud perdida”- que han crecido con el régimen comunista y de pronto se encuentran con que sus valores y sus costumbres ya no existen; puestos a inventarse una nueva vida optan por la diversión a base de alcohol y drogas y la búsqueda incansable de una felicidad inexistente.
Completan el ciclo «Un apartamento en Berlín», interesante documental de la directora Alice Agneskirchner sobre tres jóvenes judíos –nietos de la generación que murió en el Holocausto- que se prestan a hacer un viaje al pasado compartiendo un apartamento en Berlín, que perteneció a una familia deportada y asesinada por los nazis, e intentando entender lo que sería la vida cotidiana de sus antepasados y, hasta cierto punto, revivir algunas de sus experiencias. Lo que nos dice esta película es que, pese a todo lo ocurrido, han pasado ya los suficientes años como para que una generación actual de jóvenes judíos quiera regresar a estudiar, trabajar y vivir en el lugar en que lo hicieron sus abuelos, y que el enfrentamiento con la cruel realidad de la Soha ciertamente les afecta, pero sobre todo les sorprende.
Y, finalmente, «Las queridas hermanas», película que representó a Alemania en la carrera por los Oscar en 2014, realizada por Dominik Graf mezclando historia y ficción y con la Revoilución Francesa de fondo, en torno al triángulo amoroso que formaron el poeta Schiller y las hermanas Charlotte y Caroline von Lengefeld, quienes de niñas se habían jurado que siempre compartirían todo.
La joya de esta edición del Festival del Cine Alemán de Madrid ha sido la proyección de «El gabinete del doctor Caligari», obra maestra del expresionismo alemán, en copia restaurada y acompañada por la música en directo ejecutada por uno de los grandes DJ, Raphaël Marionneau.
El principal fallo de una muestra que ya se ha asentado en nuestra ciudad y cuenta con muchos incondicionales –en especial, la gran colonia alemana afincada en Madrid- han sido los inconvenientes causados por la discrepancia de horarios entre el programa y las entradas, lo que ha impedido que unas cuantas decenas de personas pudieran asistir a las sesiones que habían seleccionado (y pagado).