En la muerte de David Bowie

En 1970 el mundo de la música pop-rock estaba conmocionado por la noticia de la disolución de The Beatles, anunciada oficialmente por Paul McCartney en marzo de ese año. Se necesitaba una nueva estrella y un nuevo estilo que aglutinasen al público de las tendencias que en aquel momento se postulaban para sustituir a la música que había marcado la década de los sesenta.

Xulio Formoso: David Bowie

Dice el crítico e historiador del pop Bob Stanley (“La historia del pop moderno”. Turner) que quien ganó la pelea fue el glam rock, que un joven pálido y sofisticado llamado Marc Bolan, líder del grupo Tyrannosaurus Rex, inventó cuando en “Top of the pops”, el programa musical con más audiencia de la televisión británica, apareció ataviado con blusas de Zandra Rhodes, chaquetas con bordados de colores y la cara espolvoreada con purpurina.

El color, que acababa de llegar a la televisión, contribuyó en gran medida al impacto de esta imagen. En 1971 Bolan protagonizó “Born to Boogie”, un película producida por Ringo Starr, lo que parecía certificar la entrega del testigo.

Pero si Bolan inició el glam, quien iba a perpetuar el nuevo estilo musical era David Robert Jones, un joven saxofonista que había tenido cierto éxito con su grupo los Konrads cuando militaba en las filas mod, y un estrepitoso fracaso con su primer disco en solitario, que grabó con el nombre de David Bowie, su nuevo apellido.

Pero 1969 fue el año en que el hombre puso por primera vez el pie en la Luna, y el mundo se interesó por todo aquello que se relacionaba con la carrera espacial. En un álbum de ese año que había pasado casi desapercibido había una canción de Bowie que colmaba a la perfección esas ansias por la aventura espacial, “Space Oddity”, un tema que Bowie había grabado con el acompañamiento del órgano de Rick Wakeman, quien pasaría a integrarse en The Yes, que hablaba de un astronauta a la deriva en medio de la inmensidad del universo.

Consolidado su lugar en el mercado británico con “The Man Who Sold the World”, Bowie se fue a la conquista de América. Su cuarto álbum, “Hunky Dory”, que incluía algunas de sus mejores canciones, era un homenaje a Andy Warhol y a Bob Dylan, dos creadores que representaban a la perfección sus dos preocupaciones artísticas: la imagen y el sonido.

Como la civilización de la imagen se imponía en todos los ámbitos, Bowie puso especial interés en su aspecto físico, cambiante y camaleónico, para convertirse en un personaje mediático y multidisciplinar, aplicando a su aspecto las enseñanzas que había recibido en las clases del mimo Lindsay kemp y su intuición para el diseño de trajes y vestidos espectaculares, influencia de Alexander McQueen, Armani y Kansai Yamamoto.

Se transformó en “El hombre de las mil caras” y se declaró bisexual. “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars” fue su consagración como artista internacional y, como el nuevo rey Midas del pop-rock, a partir de ese momento convertía en platino todo lo que tocaba: sus cuatro siguientes sencillos se colocaron en lo más alto de las listas de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, mientras sacaba álbumes a una velocidad sorprendente: “Aladdin Sane”, “Diamond Dogs”, “Young Americans”, “Station to Station”.

Pero en el mundo del pop-rock, además de que todo tiene un comienzo y un final, los artistas viven momentos de auge y caída. Los más bajos de Bowie llegaron en los años finales de la década de los setenta, cuando no conseguía colocar ninguno de sus discos más arriba del top 20. Su salvación fue Berlín. Se trasladó a esta ciudad para huir del agobio en que se había convertido el ambiente musical de las islas y para recuperarse de su adicción a la cocaína.

En Berlín publicó la obra que significó un cambio en todo lo que había sido su música anterior: “Low”, “Heroes” y “Lodger” fue una trilogía que marcó además el rumbo de la música de los 80, década en la que aun sacó dos joyas, “Scary Monsters” y “Let’s Dance”, sin apenas repercusión.

En los noventa sus discos aún seguían interesando en Gran Bretaña (“Black Tie White” fue número uno) pero ya menos en Estado Unidos, aunque la calidad no había bajado en absoluto: “The Buddha of Suburbia”, con Lenny Kravitz, y “Outside”, con Eno, se escuchan aún hoy sin perder nada de su atractivo original.

En 2003 los problemas de salud le obligaron a interrumpir una gira. No volvió a grabar hasta 2013, año en el que lanzó su álbum “The Next Day”, que aunque alcanzó el número uno en varios países, gracias también a una gran exposición sobre su figura y su obra en el Victoria & Albert Museum, mostraba a un Bowie que ya no era el mismo.

Marc Bolan se mató en un accidente de coche en 1977, después de abrazar el punk-rock, cuando no había cumplido los 30 años. Bowie acaba de morir de un cáncer a los 69, dejando uno de los legados más influyentes de la historia de la música contemporánea.

Su muerte coincide con la publicación de su último disco, “Blackstar”, que hace el número 26, uno de cuyos temas, “Lazarus”, comienza con un verso premonitorio: “Mira aquí arriba. Estoy en el cielo”. Que así sea.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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