“Contundente, sobria e irrefutable La ley del mercado se impone como una de las mejores películas que hemos visto en este festival”.
(Julio Feo)[1]
Cuando, a finales de los años ’90, el Partido Popular llegó al gobierno y sus acólitos hicieron limpieza en RNE (entre otros lugares), me vi en la cola del paro con cincuenta años y supe que nunca más volvería a encontrar un trabajo “decente”.
Eso es exactamente lo que le ocurre a Thierry, el personaje de La ley del mercado (Vincent Lindon, excelente, Premio de Interpretación Masculina en Cannes 2015, Welcome, Los canallas, La crisis… más de treinta años de profesión ininterrumpida, cerca de un centenar de papeles en cine y televisión, también guionista y realizador, el único actor profesional del reparto), un parado de larga duración que pasa por todas las incongruencias de un sistema despiadado y brutal, y todas las humillaciones de una burocracia siniestra, en su desesperada búsqueda de un empleo. Cualquiera, prácticamente el que sea y en las condiciones que le ofrezcan; detrás de él hay una familia con un hijo minusválido. Cuando por fin consigue un contrato lo hace en uno de los trabajos más tóxicos que existen, el de vigilante en una gran superficie, a la caza de clientes “descuidados” y compañeros que incumplen las normas.
Espléndida película intimista, profundamente social y política, y un retrato perfectamente conseguido de la sociedad cruel y la amarga situación laboral actual en muchos rincones de Europa, incluidos algunos de la Europa locomotora económica, La ley del mercado es el sexto largometraje firmado por Stéphane Brizé (Entre adultes, Mademoiselle Chambon, Quelques heures de printemps): una película que “no se parece a ninguna otra; moderna, potente, comprometida” (nouvelobs.com), una fotofija de los innumerables obstáculos que los trabadores en paro encuentran en su agotador recorrido por oficinas de empleo, páginas de anuncios, sitios de internet, reuniones en oficinas, entrevistas por skype… sin olvidar los bancos, cuando necesitan solicitar un crédito, por mínimo que sea y aunque vaya destinado a pagar los estudios del hijo o comprar un coche de segunda mano. Y sin olvidar tampoco situaciones absurdas como la obligación de asistir a cursillos de formación que no tienen nada que ver con su especialización, ni tampoco ninguna posibilidad de servirle para un futuro empleo.
Situaciones que, a fuerza de repetirse, “por efecto de la acumulación, acaban por demostrar que La ley del mercado no es una película que conmueve, trastorna o inquieta, sino que indigna y rebela” (Culturebox), revuelve toda la rabia acumulada durante décadas por la clase trabajadora en su implacable representación de un mundo violento, de un violencia sorda que se hace evidente entre otras cosas en el lenguaje: el gerente del supermercado, el funcionario de la oficina de empleo, la ejecutiva del banco o el director de recursos humanos utilizan las palabras que escuchamos habitualmente a quienes desempeñan este tipo de trabajos, esos recursos lingüísticos y esas trampas gramaticales que manipulan la realidad, haciéndola aun más brutal, y contribuyen a la alienación colectiva.
La película de Brizé “consigue el efecto buscado : equiparar la ley del mercado a una ley de la jungla en la que, en nombre de la supervivencia, estamos obligados a sufrir lo peor. Una visión vitriólica del paro y el mundo de la empresa (…) ante todo un documental sobre Vincent Lindon hundido en una realidad despiadada e intentando responder con el máximo de sensibilidad. Misión cumplida” (Vincent Ostria, L’Humanité).