Busco en el baúl de los recuerdos, y te encuentro como esa base que nos entronca con los buenos hábitos, con amistades profundas. Eres figura, estampa, gallardía. Te he visto muchas tardes, pero me fijo en una en especial.
Eres la mejor ayuda, una suerte de terapia que procura efectos por hallar en ti referentes. Veo esas luces que brillan por la historia que acarreas.
Los juegos han sido múltiples. No obstante, algunos han manifestado más valor. Se han basado en fuerza, en esperanza, en superar para continuar en el siguiente nivel desde la honradez y la humildad, que son los mejores tesoros.
Hay presentes del pasado que son casi como dones. Son guías, divisas: aglutinan un arte que es religión y que nos ubica en los emplazamientos de esas vidas que queremos saborear porque insertan equilibrio y felicidad. Es justo que así sea.
Nos mostramos contentos. Hemos sabido guardar cosas sin importancia, pero también hemos conservado aspectos, retratos, de lo que debemos considerar principal en las apuestas cotidianas. Hay, entre esas memorias, una corbata y un lazo. Fue esa tarde excepcional, aunque nadie la resalte. Yo sí.
No fue, insisto, nada fuera de lo común, pero la sonrisa y la amistad que aportan las cercanías la convirtieron, la convierten, en unos instantes vibrantes, aún lo son, para tenerlos en cuenta. No todos los días se conoce a un héroe vestido de una buena persona.