Estoy regresando a la nave que se encuentra en una órbita geoestacionaria sobre la Tierra esperando nuestro retorno, junto con los aprovisionamientos necesarios para nuestra siguiente misión.

Durante el viaje voy recordando nuestra visita Cuba, tan sólo de una semana y apenas cuatro ciudades, nunca es suficiente la estancia temporal en un país, en una región o en una ciudad o pueblo, pero al menos hemos podido hacernos una idea de esas ciudades y un poco de sus paisajes durante los viajes de traslado.
Fue un vuelo tranquilo, el de La Habana, y sin más novedad que ir procurando que pasaran las nueve horas y media de viaje lo menos aburridas posible.
En el trayecto terminé el libro «Ir a La Habana» de Leonardo Padura, quería estar un poco situado en la ciudad y desde luego su lectura me ayudó. Es un recorrido vital del autor por la ciudad de toda su vida desde el barrio de Mantilla hasta el centro histórico pasando por todos los demás, y siempre acompañado de Mario Conde, el personaje de sus novelas detectivescas.
Es un buen juego, los recuerdos del autor y las vivencias de su personaje, que se van entrelazando hasta perder un poco la noción de quién nos habla por más que separe las intervenciones de cada cual. Da igual de quién sean esos recorridos, ellos me han acompañado en este viaje y me han ayudado a entender la ciudad.
Padura sigue viviendo en su barrio de toda la vida, según nos confiesa, pero no sabemos si aguantará por mucho tiempo, se le nota muy cansado de la situación y del deterioro de su ciudad, y los dirigentes del país es probable que también empiecen a estar cansados de él.
En La Habana
Llegamos al Aeropuerto internacional de La Habana «José Martí» transcurridas todas las horas programadas, sobre las 19,30, seis horas más en Madrid. Una se nos fue en bajar del avión y los trámites de aduana y otras dos esperando las maletas. Llegamos al hotel pasadas las once de la noche con el tiempo justo de tomar unos sándwiches antes de acostarnos, después de casi veinticuatro horas despiertos.
La primera visita que hicimos por la ciudad fue a una fábrica de tabaco que bien pudo ser la de Romeo y Julieta, por el paseo del Padre Varela, pero la verdad es que no sé si por el humo del tabaco o por mi despiste no estoy muy seguro de que fuera esa.
Después, con el autobús fuimos callejeando hasta el centro histórico donde pudimos comprobar el gran contraste entre los edificios que están reformados y los que no lo están. Lo que veíamos desde el autobús a veces era desolador y otras hermoso, pero siempre interesante. La Habana tiene mucha vida callejera.
Este paseo por el centro de la ciudad estuvo acompañado de muchas personas, hombres, mujeres que nos pedían insistentemente dinero y medicinas, sobre todo paracetamol. Nos ofrecían monedas o billetes de la revolución a cambio de dólares o euros. Apelaban continuamente a su estado de necesidad, a tu conciencia, a que, por favor, les ayudaras.
Quien más y quien menos fuimos dando algo de dinero, algún caramelo, algunas medicinas, procurando repartir lo más posible. Pero, también, ignorábamos a muchas personas intentando hacernos los despistados, estas situaciones nunca son agradables sobre todo para quien tiene que pedir.
Nos pidieron pero también nos dieron mucho más a nosotros. Todo el mundo estaba dispuesto a pegar la hebra. Nos preguntaban de dónde veníamos, si nos estaba gustando la ciudad, qué tal era la nuestra. Contaban que las cosas estaban muy malas, que costaba mucho el día a día. Pero, como nos decía nuestro guía, hay que ir viviendo cada día con buen humor a ser posible, no adelantar preocupaciones, dejarlas, en todo caso, para cuando lleguen.
Al final de una calle lateral, donde se encuentra la Catedral, una mujer grande, vestida toda de blanco con un tocado del mismo color que contrastaba perfectamente con el color negro de su piel, venía cantando en el tono más suave que se puedan imaginar «El manisero», mientras ofrecía cucuruchos con el fruto seco, se nos acercó, me agarró del brazo, me apretó contra sí, mientras buscaba la complicidad de mi pareja, y nos siguió susurrando la canción. Aún recuerdo su cuerpo, su olor y la melodía, fue uno de los momentos más lindos que guardamos.
Casi todo el mundo conoce la historia de los «almendrones» cubanos. Con este nombre se denomina en la isla a los coches importados de los Estados Unidos durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Debió haber varios cientos de miles, porque aún en la actualidad se cuentan por millares. Cosa realmente sorprendente que habla muy bien de estos coches, pero sobre todo de los mecánicos y chapistas cubanos, da gusto verlos circular por todo el país.
Las calles de La Habana, y de las otras ciudades, más allá de las avenidas y bulevares, impresionan, sobre todo de noche. Apenas hay luz, ya saben, el gran problema que hay con la generación eléctrica. La gente se reúne alrededor de los portales con pequeñas luminarias obtenidas, supongo, de pilas, acumuladores y paneles solares, pero que dan un aspecto, ciertamente, fantasmagórico a cada rincón. No tuvimos ningún problema con nadie, nadie nos molestó, pero tampoco fuimos demasiado osados a la hora de internarnos en la noche.
El segundo día propiamente dicho de nuestro viaje lo empezamos en lo que vendría a ser la antigua zona residencial de la capital, el barrio de Miramar, si no me equivoco. Antes de la Revolución era donde vivían los más pudientes. Al triunfar el levantamiento sus habitantes abandonaron estas propiedades en su huida hacia la Florida. Ahora sirve de sede a muchas embajadas y organismos oficiales. Es un barrio que no parece tan maltratado como el resto de ellos, en La Habana y en el resto de lo que vimos.
Desde allí nos dirigimos, en autobús, pasando por el cementerio de Cristóbal Colón, inmenso, a la plaza de la Revolución, donde nos esperaba el monolito dedicado a José Martí, y en frente, los inmensos rostros apenas esbozados sobre unas fachadas, cada una a un lado, que daban a la plaza, de Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, que nos recuerda que seguirá «Hasta la victoria siempre» uno y el otro que «Vas bien Fidel», en fin, viendo la situación en la que se encuentra el país estos mensajes no son muy alentadores.
La plaza es una inmensa explanada con el monumento a José Martí, poeta y gran defensor de la independencia de Cuba, rodeado por jardines. En los laterales se encuentran los edificios de la Presidencia y Consejo de Ministros, el Ministerio de la Fuerzas Armadas, la Biblioteca Nacional y en frente de ésta, al otro lado, el Teatro Nacional.
Recorriendo la ciudad llegamos a otro lugar en el que sentirnos verdaderos turistas, al restaurante bar Floridita, la cuna del daiquiri. Para variar nos pedimos una cerveza y mostrar nuestra rebelión, no sea que se pensaran que éramos unos guiris. Mucha gente, lo mejor, la música en vivo.
La tarde la dedicamos a pasear por nuestra cuenta por La Habana vieja, desde la plaza de Armas a la Catedral, y callejeando hasta el paseo del Prado, o Martí, para llegar al Malecón y recorrerlo bajo una fina lluvia mientras caía la noche hasta que pudimos encontrar un taxi que nos devolviera al hotel. Casi todos los días teníamos nuestra impresionante tormenta.
Recorriendo Cuba
A las puertas de Santa Clara, entrando por el oeste se encuentra el Mausoleo y Memorial de Ernesto «Che» Guevara. Allí se encuentran sus restos, desde 1997, y un pequeño museo que no pudimos visitar, una pena, a pesar de estar incluido en el viaje, al parecer la lluvia hizo que estuviera cerrado.
De La Habana a Santa Clara hay unos 290 km que se hacen por la A1, autopista construida por los soviéticos y en un estado bastante deteriorado, durante unas tres horas al menos. De Santa Clara a Cienfuegos unos setenta kilómetros que recorrimos en una hora y media, más o menos. El paisaje, como de La Habana a Santa Clara, seguía siendo muy verde, de todas las tonalidades, y la vegetación frondosa, en algunas zonas casi selváticas.
Cienfuegos es una ciudad de la provincia del mismo nombre. Se encuentra en el centro sur de la isla, en la orilla derecha de la bahía de Jagua que se abre al Caribe por un estrecho canal. Su centro histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad. Su población ronda los ciento setenta mil habitantes. Llegamos un sábado por la tarde y no se apreciaba mucho ambiente.
Al caer la noche la ciudad, como casi todas, se sumió en la oscuridad por la falta de luz, salvo en los paseos centrales de El Prado, San Fernando, y San Carlos, al menos de lo que pudimos ver.
La mañana del domingo teníamos que visitar Trinidad, pero antes hicimos una parada en la Hacienda Ingenio Manaca Iznaga, donde nos hicieron una demostración de cómo se obtenía el jugo de la caña de azúcar con un trapiche. No deja de ser un molino con dos traviesas que giran alrededor para imprimir la fuerza necesaria, humana, que mueve el mecanismo de rodillos y engranajes que prensan la caña.
Después de esta visita llegamos a Trinidad, según la Wiki la tercera ciudad fundada por la Corona española en Cuba, allá por 1514. Es una ciudad muy bien conservada, salvo por los estragos de la gran crisis económica que sufre la isla y que se nota en su edificios y calles empedradas que van necesitando cierta nivelación. Fue una ciudad muy rica por su producción azucarera y se nota en sus casonas y palacetes.
La tarde del domingo estuvimos paseando por el muelle real de Cienfuegos desde donde se podía apreciar hacia la izquierda, mirando al mar, el malecón de la ciudad. Nos hicimos unas fotos en la avenida con la estatua de Benny Moré, famoso cantautor cubano del pasado siglo, según nos explicaron los vecinos que se acercaban a charlar con nosotros. El lunes por la mañana, cuando nos íbamos, descubrimos una ciudad llena de vida, parecía que toda su población se había echado a la calle y caminaba hacia el centro.
Fuimos a dar el paseo en barco por la bahía que no pudimos hacer cuando llegamos, por el mal tiempo. Una vez terminada la pequeña travesía por este mar menor (ya quisiera el de Murcia estar tan presentable) subimos al bus y comenzamos la ruta para atravesar toda la isla y llegar a Varadero. A donde llegaríamos para comer.
Tardamos como unas tres horas. Hicimos una pequeña parada a mitad de camino para descansar un poco, tomar un café e ir al baño. Las dos áreas de servicio en las que hemos parado fueron una verdadera sorpresa. Ya quisieran estar y ser así de bonitas las españolas. Un verdadero contraste comparado con el estado de las carreteras y de muchos de los poblados que nos íbamos encontrando.
El trasiego de gente en todo tipo de vehículos es constante pero pocos coches en comparación. Nos comentaba el guía que el transporte público de autobuses y ferrocarril funciona bastante regular, no en el sentido positivo del tiempo, sino, más bien de servicio, poco, en mal estado, recorridos interminables y atestados de gente cuando los pueden coger. De hecho es muy habitual encontrarse en la carretera con gente, andando en un sentido u otro, haciendo gestos para que se parase y les pudieran llevar.
Cuando contratamos el viaje, el paquete estaba cerrado, es decir, el recorrido era La Habana, Cienfuegos, pasando por Santa Clara y Trinidad, y Varadero. No teníamos ninguna ganas de ir a un resort de todo incluido, hubiésemos preferido ir a Santiago de Cuba, por ejemplo.
Pero visto lo visto no sería honesto si no reconociera que nos vino bien estar dos días en ese hotel, en un centro vacacional. El recorrido nos había dejado tocados por la situación que la población está viviendo y cómo se encuentra el país. Nuestro conductor nos llevó, no sé si porque se equivocó, hasta el final de la lengua de tierra donde se encuentra Varadero, y pudimos contemplar, al menos, la preciosa Reserva Ecológica Varahicacos. Del hotel tan solo reseñar sus magníficas vistas de las puestas de sol.
Un viaje duro
Teníamos mucha ilusión por visitar Cuba, y no nos arrepentimos para nada, pero es un viaje duro. La situación económica es dramática, y se aprecia en las infraestructuras, las tiendas desabastecidas, la basura que se acumula sin recoger, los edificios, los maravillosos edificios, en ruinas, cayéndose literalmente.
Los cortes de luz son continuos y las ciudades aparecen inquietantes por las noches, aunque más por nuestros propios miedos. La gente pidiendo insistentemente a cualquiera que tenga pinta de turista medicinas, alimentos, dinero, los médicos que te ruegan que lleves medicación.
Su gente, encantadora, que intenta ser feliz a pesar de todo, no tienen para vivir con los sueldos que cobran. Las pensiones están alrededor de los 2500 pesos al mes, el salario en agricultura en unos 6100 pesos, en comercio en unos 4500 pesos, en hoteles y restaurante en unos 5300 pesos, al igual que médicos y personal sanitario; en la construcción y empresas de luz, gas y electricidad entre 11.000 y 12.000 pesos (parecen un poco desproporcionados comparados con los otros), según fuentes seleccionadas del Sistema Empresarial y Presupuestos de 2025.
En el mercado «la cesta de la compra» es muy cara, el medio kilo de lomo de cerdo puede estar a 2000 pesos, un pollo de dos kilos 1000 pesos, la leche en polvo 2000 pesos, las naranjas el medio kilo en torno a 200 pesos, el arroz, básico en Cuba, nos decía el guía que a 400 pesos el kilo.
Por un dólar o un euro, en el mercado oficial te ofrecen unos 27 pesos, en el mercado alternativo (así llamado) el cambio está en unos 400 pesos. Una pensión al cambio alternativo no llegaría a los 10 euros y al oficial a 92 euros. Echen cuentas.
Lo que hemos visto es un país pobre, un país de gente ilustrada gracias a la educación pública, da gusto hablar con cualquiera, pero muy pobre. Con una población que ha menguado un veinte por ciento en los últimos años, hay unos 2,5 millones de cubanos en el exterior. Nos decían que en Cuba no se va quien quiere sino quien puede.
También nos comentaban que en la actualidad la situación es soportable gracias a las remesas, llamadas donaciones, de los exiliados y emigrantes. Que si no sería absolutamente inviable vivir en Cuba.
El bloqueo y embargo económico de los Estados Unidos es injusto e insoportable, no creo que haya otro país que esté sufriendo las terribles consecuencias que supone unas restricciones de tal calibre, ni siquiera Rusia. Pero eso tampoco exime de responsabilidad al gobierno cubano, tanto en lo político como en lo social y económico. Cuba no funciona y algo tendrán que hacer.
Toda mi vida he intentado defender que la gran mayoría de la gente pueda vivir en condiciones dignas, y por eso entiendo tener un salario que te permita llegar a fin de mes sin demasiados agobios, poder calentar o enfriar tu casa, tener una vivienda, que ahora resulta tan difícil, aquí y allí. Poder comprar pan, leche, carne, frutas, poder alimentar a tu familia, poder vestirla.
Y en Cuba, desde hace muchos años, para la mayoría de la población eso no es posible. En otros países, no nos engañemos, tampoco, o están peor; pero para una parte de mi generación Cuba fue un sueño que se ha visto malogrado.
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