Adicción a la tecnología, ¿qué estamos fomentando?

Tras la decisión de tener un hijo nos damos cuenta que este nos reclama atención, nos pide y no nos deja volver a ser nosotros en unos años. De repente, hemos encontrado a la niñera perfecta que le devuelve todo aquello que pide con tan solo apretar un botón.

Así empieza la relación de los niños pequeños con la tecnología que no es otra que la que sus padres les han sugerido. Amén de esa situación, cuando están con nosotros, no ven que en casa se habla, sino que cada cual está con su aparato recibiendo información de los otros, que al parecer, son mas importantes que los que están junto a ellos.  Entonces, la pregunta siempre es la misma, ¿qué estamos haciendo con nuestros hijos?

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Su desarrollo emocional está poniéndose en peligro cuando crecen en una falsedad absoluta tanto en los conceptos referidos al amor, la amistad o simplemente quiénes somos. Nuestra marca personal empieza a promocionarse en la red y captamos amigos, tenemos miles y si no nos dan al «me gusta» nuestra frustración aumenta porque ellos han nacido con nosotros, les hemos visto crecer y son nuestros ídolos.

Las conductas por imitación realmente son las más peligrosas, y si nos ven con el móvil, pero nunca nos ven leer o escuchar música clásica, difícilmente podrán conocer las otras opciones que les invite a la reflexión. ¿Qué fue de la reflexión?

Estos comportamientos que no se notan en edades anteriores a la década, hacen que cuando el niño llega a la adolescencia, tenga abortada la creatividad, la forma de soñar, de imaginar, porque esta, realmente, nunca ha sido desarrollada. Su pensamiento se instala en su burbuja, la propia, la suya, la que le hace hablar de sí mismo y le hace ser egoista, narcisista y sobre todo, incapaz de afrontar una enfermedad, un duelo o el simple hecho de vivir.

Los niños burbuja instalados en su pensamiento ególatra se crecen ante los padres, la autoridad o el profesor. Son intolerantes con sus iguales y lo quieren todo y ya, precisamente porque la pantalla, esa, que le dieron a los dos años, le daba todo, ya, solamente con pulsar un botón. Si no existe diálogo, el amor adolescente no se conoce mirando al otro y tratando de conseguir una cita, si no existe la amistad, porque esta no se palpa sino que está al otro lado del charco y es un ser que ni siquiera tratamos, si no intercambiamos ideas, pensamos, analizamos y sobre todo, creamos, no podremos continuar salvo con una frustración inmensa que nos hará pedir ayuda a un profesional.

Quizá aún están a tiempo; a tiempo de devolverle el «caso» omitido a sus respectivos hijos; aún están a tiempo de ir al campo a disfrutar del otoño; quizá puedan encontrar un momento para la reflexión en familia, montar en bicicleta, comentar una película o de enseñarles  a leer un libro que les haga imaginar, soñar, crear…

Si todo eso lo deja en manos de las redes sociales, de sus instantes de felicidad absoluta, el niño que no tendrá límites porque nunca los ha conocido, será en breve un adulto que no tenga motivación, no quiera seguir y se de cuenta que la vida no es la de Paris Hilton ni la de Cristiano Ronaldo. Su vida es una, muy importante, a la que no le ha dedicado ni un segundo, precisamente porque ha perdido cerca de cinco horas diarias con las redes sociales; esas que solo le daban placer. Siempre hay algo mejor, siempre hay alguien mejor, siempre hay algo más…

Aprendamos a distinguir lo malo de lo peor, aprendamos a saber qué es bueno y qué supone un riesgo; de esa forma, con un pensamiento crítico, con la formación adecuada, nadie que nos envíe una noticia en donde figure que se adelgaza comiendo melocotones, nos servirá, porque sabremos elegir qué es lo correcto, y qué es lo que no. Si eso no sucede, nos convertiremos, o mejor dicho, les convertiremos, en esclavos de la tecnología, de una sociedad que les permite todo, y les haremos adultos tremendamente infelices.

Las cosas no suceden porque sí; todo tiene un comienzo, lo que sucede, es que nunca lo identificamos porque los responsables máximos son los padres. La tecnología está muy bien si se sabe utilizar, quizá, como cualquier otra cosa que hagamos en nuestro día a día.

Ana De Luis Otero
PhD, Doctora C.C. Información - Periodista - Editora Adjunta de Periodistas en Español - Directora Prensa Social- Máster en Dirección Comercial y Marketing - Exdirectora del diario Qué Dicen - Divulgadora Científica - Profesora Universitaria C.C. de la Información - Fotógrafo - Comprometida con la Discapacidad y la Dependencia. Secretaria General del Consejo Español para la Discapacidad y Dependencia CEDDD.org Presidenta y Fundadora de D.O.C.E. (Discapacitados Otros Ciegos de España) (Baja Visión y enfermedades congénitas que causan Ceguera Legal) asociaciondoce.com - Miembro Consejo Asesor de la Fundación Juan José López-Ibor -fundacionlopezibor.es/quienes-somos/consejo-asesor - Miembro del Comité Asesor de Ética Asistencial Eulen Servicios Sociosanitarios - sociosanitarios.eulen.com/quienes-somos/comite-etica-asistencial - Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland) - Libros: Coautora del libro El Cerebro Religioso junto a la Profesora María Inés López-Ibor. Editorial El País Colección Neurociencia y Psicología https://colecciones.elpais.com/literatura/62-neurociencia-psicologia.html / Autora del Libro Fotografía Social.- Editorial Anaya / Consultora de Comunicación Médica. www.consultoriadecomunicacion.com Actualmente escribo La makila de avellano (poemario) y una novela titulada La Sopa Boba. Contacto Periodistas en Español: [email protected]

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