Niños que se caen, niños que trepan, niños que inventan; ora juegan al fútbol, luego suben una montaña, después tienen que jugar a las cartas. Esos niños que comienzan a manejar el juego aprenden necesariamente a lidiar con la vida; aprenden a discutir, a negociar, a salvar el pellejo y mantienen su desarrollo psicológico en orden.
En el otro lado, figura el padre protector. Ese que grita cuando el niño se tropieza, ese que no le permite perder cuando juega al baloncesto; ese que interviene y le protege cuando discute con otros menores; ese niño, débil personaje, desarrollará necesariamente ansiedad y tendrá una personalidad depresiva cuando se acerque a la adolescencia.
La adquisición de las habilidades y destrezas de la vida; la negociación, el pacto, pasarse de la raya o sobreponerse a las adversidades normales de cada edad, les permite mejorar su propia confianza y autoestima. La sobreprotección y la privación de sus actividades les confunde y les hace aprender a mentir permanentemente a los padres porque ante la falta de libertad para explorar por ellos mismos, ante la falta de resolución de sus emociones y ante la pauta y norma de todo cuanto hacen, les privamos sin querer, de las herramientas necesarias para utilizar sus recursos propios en situaciones vitales que tengan lugar en su corta vida.
Los niños ahora son inseguros, vulnerables, tienen un riesgo contínuo y una desconfianza en su persona que les lleva como en un círculo vicioso a ser sobreprotegidos y alertados constantemente. Un desarrollo psicológico sano pasa por trabajar con sus iguales de forma permanente desde la más tierna infancia. De nada sirve a los 15 años intervenir si antes no se ha dejado que el niño aprenda por sí solo. Siempre existe la supervisión, el halago permanente, la intervención si algo va mal. No existe la confrontación, el obtener las cosas sin ser halagado y el saber resolverlas si algo se tuerce.
Trabajar la creatividad, la imaginación, aprender a hacer cosas; a pintar, a coser, a tener fantasías con juegos y deporte, les hará crecer y tener habilidades sociales; primero en grupo y luego, individualmente.
Que se hagan responsables con pequeñas tareas, les hará grandes en torno a otras más complicadas que tengan que manejar. Hablamos de adolescentes sanos, no de otros que han tenido que manejar la discapacidad, la falta de igualdad de condiciones, el abandono de sus amigos, la falta de lealtad ante una enfermedad, etc. etc. problemas que no les pertenecen por su juventud pero que sí les hace crecer como personas.
Estar al aire libre sin móvil, sin juegos, crear y desarrollar la imaginación es parte del crecimiento y si ello lleva implícito que se caiga, que se manche, que venga con los pantalones rotos, se acepta y es realmente lo que tiene que ser. Aprender a jugar de nuevo es volver a empezar a utilizar otros planes como arma arrojadiza; esa que todavía a pesar de la vida, no saben manejar. Superar la frustración si algo no sale bien, jugar en grupo y autocontrolar los impulsos, sirve no solo para mejorar la autoestima sino para aprender a manejar la vida a través de pequeñas cosas. Cuando los niños están solos aprender a manejar los tiempos, los riesgos, las aventuras y sobre todo, la imaginacion. Manejar la impaciencia, tenerlo todo, comprarlo todo, hacérselo todo; desde los deberes hasta darles de comer les estará poco a poco achicando en su autoestima.
Hablar con ellos con naturalidad, que la comunicación sea la puerta abierta, hará que poco a poco retomen el contacto perdido con los padres; esos que ven como los ogros que no me permiten que me desarrolle como persona; esos que día a día me vigilan; esos que me han enseñado a mentir. Los adolescentes llegan como un elefante a una cacharrería y nada es casual; no podemos echarle la culpa al empedrado; no podemos culpabilizar a alguien; quizá, simplemente, no les hemos enseñado a manejarse en la vida; no han adquirido las destrezas necesarias para vivir y por ello, no solo no son felices, sino que se refugian en las redes, en el alcohol, en la droga, o en aquellas cosas que les determinan sine die la vida; desde una foto en Instagram en donde alguien les vuelve a admirar hasta otras redes en donde se relacionan con desconocidos con quienes se identifican por fin porque necesariamente, ahora sí, les hacen más caso que a sus padres, que se han convertido en espías.
Saber educar pasa por pasar cada etapa y cada responsabilidad necesariamente y siempre con ayuda pero desde la distancia, invitándoles a que en cada momento, resuelvan sus propios conflictos y aprendan a manejar los tiempos.
Si eso no sucede, finalmente el menor de edad, tendrá enfermedades mentales como consecuencia de su crianza; desde trastornos de la alimentación porque no es quien dicen que es; hasta depresión, ansiedad o miedos para enfrentarse a la vida. Adultos flojos que no son capaces de vivir sin un refuerzo que les indique alguien e incapaces, sin duda, de enfrentarse a la vida, por buena que esta sea.
Plantear otras ofertas de ocio, acampada, senderismo, jugar al aire libre y alejarles de la tecnología les supondrá que estén lejos del sedentarismo, del consumo de drogas y alcohol y de los problemas mentales derivados de las redes sociales. El desarrollo neurocognitivo, el bienestar mental y la eliminación de las conductas tóxicas derivadas de Internet y sus páginas, hará que sean preadolescentes y adolescentes aprendan a manejarse con valores como el compañerismo, la solidaridad, la nobleza, la responsabilidad etc. que les hará crecer como adultos necesariamente sanos. No hablemos de la pareja, que sin duda se echará la culpa acerca del porqué su hijo ahora está así. La situación no se hace en dos días sino en una década y los dos, o mejor dicho, su forma de vida, hace que exista una crisis familiar en torno a una persona, que casualmente, es su hijo. Evitar todo esto será lo mismo que encontrar en dónde empieza el hilo que ha derivado en lo que ahora tenemos en casa. ¡Hay solución, nunca tire la toalla!
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