Acaba de dejarnos un hombre que con un humor a flor de piel y unos gruesos trazos de rotulador ha dejado huella de la historia de este país en el último medio siglo. Se llamaba Antonio Fraguas, pero era de todos conocido como Forges, el Forges para millones de seguidores.
Junto a su vena humorística, podría decirse que Forges era, además de eso, un sociólogo, un historiador que con un rotulador ha sido capaz de decir cosas, de plasmar el día a día de un país que se reía de sus ocurrencias, pero que al tiempo se veía reflejado en sus trazos. Y todo ello, bajo el prisma de un humor blanco, nunca ofensivo ni insultante con nadie, si bien adobado a veces con cuarto y mitad de mala leche, como requiere el oficio, pues los humoristas no son en modo alguno ángeles custodios.
Larga ha sido la trayectoria humorística de Forges: tanto como cincuenta años al pie del cañón, que ya es decir, en los que ha acarreado una magra cosecha de doscientos cincuenta mil chistes. Aquel joven técnico de Televisión Española que en un rato de asueto se le ocurriera dibujar un chiste siguió dándole al rotulador hasta el último día. Como decía con gracia al referirse a su currículum, era un trabajador con 53 años de cotización, que ya son años.
Decía el humorista en una ocasión que «Forges somos todos», y tenía razón, porque media España se veía reflejada en sus viñetas y la otra media se reía de las mismas, al tiempo que algunos se cabreaban por dejar patentes a veces las miasmas de unos y otros, diciéndoles las verdades del barquero, llamando a las cosas por su nombre, o inventado palabras para describir una situación.
El que más y el que menos seguro que se ha visto en alguna ocasión reflejado en alguno de sus personajes, que fueron mucho, tales como Blasillo, Mariano, Romerales, o aquella Concha enorme que siempre nos metía en cintura a los maridos con una mirada de soslayo. O ha empleado palabras por Forges inventadas y ya admitidas por propios y extraños, como bocata, gensanta, imposeibol, y tantas otras.
Pero Forges era una especie de máquina de producción, porque además de chistes hacía libros sobre Historia, u otras materias, siempre bajo la óptica del humor. Me tocó vivir una anécdota curiosa con uno de sus libros algo que me sucedió creo que fue en los años noventa, cuando comenzaba la informática. Forges había publicado un libro que se titulaba «Informática para torpes», y me dije: «esta es la mía, lo que estoy necesitando», habida cuenta de mi poca experiencia en los cosas de Bill Gates. Fui a la Casa del Libro de Madrid y en voz baja, para que no se me oyera, ya que el título me delataba, pregunté a un empleado por el libro en cuestión, y ni corto ni perezoso el chaval me dijo en voz alta, delante de todo los clientes: «¡Ah, lo que usted quiere es el libro de ‘Informática para torpes’, ¿verdad? No se preocupe, que como usted hay muchos». Como pueden imaginar, el cachondeo fue mayúsculo, pero salí con mi libro…
En el adiós a Forges solo queda agradecer que este hombre, este grandísimo humorista nos haya hecho reír durante tanto tiempo, y del que tanto hemos aprendido algunos. Hasta siempre, maestro.