¿Dijo Alcmeón de Crotona (mejor que de Cretona, que es una tela y no una ciudad calabresa) eso de que “los hombres perecen porque no son capaces de unir el principio con el final”?
¿Hubo en el siglo XVIII un médico apellidado Hofer que inventó la nostalgia?
Malditismo de litio a cambio de una muerte intransferible, suya, nuestra, “mía”.
En el libro de numerosísimos relatos titulado Preludio de una borrasca, del escritor español Alberto Masa, la palabra que más se repite es mamá. Seguida de la palabra madre. Mamá. Y el nombre de pila que más he leído en sus páginas es Alberto. Y Masa el apellido con mayor número de apariciones. Alberto Masa.
A Masa hay usuarios de Facebook que le piden que les cuente ocurrencias a ellos solos. Determinadas ocurrencias, insólitas y exclusivas. Pero Masa no sólo escribe sus ocurrencias, también sabe ser brillante. O puede serlo. No sé muy bien. Por eso me decidí a leer otro libro de él, después de aquella novela suya de hace dos años, también publicada por Eolas Ediciones, titulada Confesiones de un hombre raquítico, de la que escribiera yo en mayo de 2017 ‘El descanso después del fin del mundo: Alberto Masa, escritor’ para el diario Nueva Tribuna.
Al fin y al cabo, él es un tipo capaz de escribirnos las preguntas de nieve que se hace, como esa de ¿en qué cambiaría el amanecer si se afeitara? Si se afeitara él, no el amanecer. Preguntas como esa.
Lo de los usuarios de Facebook que le piden a Alberto Masa sus ocurrencias es mentira. Es un cuento. Como los de este libro de cuentos. De muchos cuentos. De relatos. Da igual. Un libro de relatos en cuya presentación pude presenciar, escuchar, contemplar, lo mucho que le quieren quienes le leen con afán.
“Procuro hacer desaparecer el tiempo”,
mientras “llega la noche”,
que “de hecho, llega”.
Y yo “subrayo
que me he convertido en la noche”.
Este poema está implícito en el libro. Sólo por encontrarlo deberías leer Preludio de una borrasca. Digo yo.
Alberto Masa da vida a personajes excéntricos, tatuados de una luz incómoda, para alguno de los cuales dormir “toda una eternidad le es poco”, mientras otro de sus engendros afectuosos pide que “alguien coja un puñado de realidad” y se la meta en la boca. Personajes, ¿personas?, que se levantan a veces en las noches “con miedo a su felicidad”. Seres ¿humanos? que no saben “si es el amor conformarse a cada momento”. Habitantes de un mundo donde “los nervios, algunas veces, vencen a Dios”.
Como la suicida del cuento ‘Luna llena’, Masa escribe una carta a la Luna. Permanentemente. O casi. Y sí, en sus cuentos habitamos un ámbito donde “la ausencia de la muerte sonríe”.
Algunos de sus cuentos, más de los que debiera, no los entiendo. Y eso es mucho decir, ¿porque por qué hay que entender lo que se disfruta o lo que se admira o lo que únicamente se contempla para devolverle a su creador la atención que nos ha solicitado? Pregunto. ‘El candil que da luz a lo inextinguible’ es uno de ellos. Prueba tú.
Para leer a Alberto Masa hace falta mucho. ¿Mucho qué? Mucho de casi todo. Para leer este libro de cuentos de Alberto Masa, de muchos cuentos de Alberto Masa, es necesario todo. No un poco, no mucho. Todo. No sé si me explico. No basta con querer leer, con tener ganas de leer, con saber leer y estar en disposición de hacerlo. Hace falta ir con todo. Saberlo todo. Ser todo. Porque en este libro de (muchos) cuentos o relatos o narraciones breves de Alberto Masa uno va a encontrar todo aquello de cuanto está hecha la nada, el vacío, el tremendo ámbito de la ausencia, el lugar del desamparo donde las reliquias de la frustración se disfrazan de proyectos desquiciados de difuntos.
Para leer a Alberto Masa lo mejor es eludir las borrascas. Como un torrente. Alberto Masa no escribe para cualquiera, lo cual es mucho decir. Ya digo. Aviso.