A pesar de las diversas informaciones acerca de las enfermedades que genera la ingesta continuada de alcohol, lo cierto es que lo que la gente llama ser bebedor social, la percepción que tiene el consumidor es que este no hace daño a la salud.
Lejos de ser verdad, el alcohol etílico en todas sus dosis, conocido como etanol, es una de las sustancias psicoactivas más consumidas del mundo. A dosis moderadas mucha gente lo utiliza como un ansiolítico que curiosamente también es aceptado en círculos sociales. Tener el llamado puntito, conocido por sus consumidores, por llegar a un estado de bienestar reconocido, implica que la persona se siente bien al ingerirlo y por tanto lo introduce en sus hábitos de vida. Entre los beneficios que nota el consumidor inicialmente están el comienzo de un estado de relajación reconocido, la desinhibición del individuo que le permite relacionarse mejor y una alegría desconocida que se mantiene durante horas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), clasifica los niveles de riesgo de consumo diario de bebidas alcohólicas en Unidades de Bebida Estándar o UBEs. Además, la clasificación está dividida según el género. Así, un riesgo bajo de realizar un consumo de alcohol problemático se sitúa entre cero y dos UBEs en el caso de las mujeres y entre cero y cuatro UBEs en el caso de los hombres. El riesgo medio se sitúa entre dos y cuatro y cuatro y seis, respectivamente, mientras que el riesgo alto son cuatro o más UBEs en las mujeres y seis o más UBEs en los hombres.
En España puede haber alrededor de entre un 4 y un 5 por ciento de personas que tienen problemas con el consumo de alcohoL, aunque de ellos se diagnostican sólo un 10 por ciento y, de éstos, sólo un 10 por ciento se pone en tratamiento.
A nivel físico en analíticas anuales pueden aparecer un incremento de las transaminasas, un mal funcionamiento hepático, aumento de los lípidos, (sobre todo de los triglicéridos) así como el aumento ocasional de ácido úrico y del volumen corpuscular medio así como el tamaño de los hematíes. Entre otras cuestiones el alcohol es responsable de más de 20 tipos de cáncer y más de 200 enfermedades.
Cuando esta ingesta es diaria y permanente, se pierde gradualmente el control y progresivamente se tiene una disminución de la conciencia, un estado de malestar general con mareos y falta de control y en último extremo se llega a producir la muerte por depresión respiratoria. Otro caso bastante acusado en las urgencias es la mezcla de alcohol con ansiolíticos o fármacos que se toman para dormir conocidos como hipnóticos.
El consumo de alcohol etílico puede modificar el efecto de los fármacos y el metabolismo de estos que se altera si el consumo es agudo o crónico.
Si el paciente tiene un consumo de alcohol crónico se produce una inducción de las enzimas hepáticas que dan lugar a un aumento de la tasa de biotransformación de los efectos de algunos fármacos en pacientes crónicos. Cuando los alcohólicos presentan una tolerancia a medicamentos necesitan dosis más altas de fármacos porque disminuye el efecto deseado.
En el caso de ingesta de benzodiacepinas, clorpromacina, ciclosporina, fenitoína, clometiazol, etc., se produce una inhibición de las enzimas hepáticas involucradas en la biotransformación y, por ello, se produce también una alteración psicomotora y se potencia el efecto depresor del sistema nervioso central. El alcohol también puede aumentar el riesgo de lesiones de la mucosa gástrica, además de prolongar el tiempo de hemorragias cuando se ingiere conjuntamente con antiinflamatorios no esteroideos (AINEs), y se ingiere con acetaminofén, se incrementa el potencial tóxico a nivel hepático de este analgésico-antipirético tan ampliamente utilizado tanto en la población pediátrica como en los adultos.
Cuando el alcohol se combina con analgésicos, tranquilizantes e hipnóticos, hay un sinergismo de los efectos depresores y, por lo tanto, disminuye la habilidad motora.
Los factores que influyen en la interacción entre el alcohol y los fármacos pueden ser genéticos, fisiológicos, sociopsicológicos o patológicos. Una interacción clásica entre el alcohol y un fármaco es la combinación disulfiram-alcohol, que actualmente se utiliza con fines terapéuticos para combatir el alcoholismo. Si a esto le sumamos que el hígado, tras estar varios años con una esteatosis hepática, el órgano puede pasar sin que nos demos cuenta al siguiente estadio que converge con la cirrosis y con un deterioro progresivo del paciente alcohólico irreversible.
En todo caso, cuando existe un reconocimiento de alcoholismo por parte del consumidor es necesario acudir a pedir ayuda porque por sí solo es muy complicado que se pueda salir de ese estado de bienestar que procura el alcohol. Las fases de desintoxicación pasan por la identificación de la dependencia del alcohol, la deshabituación y la combinación de un tratamiento psicoterapéutico y farmacológico para poder salir de esa enfermedad que lleva necesariamente a la muerte a corto plazo.