Casi al mismo tiempo que hace su presentación en la Seminci (Semana Internacional del Cine de Valladolid, donde habitualmente se premian películas que ponen el acento en los valores humanos fundamentales), y después de haber pasado por la Berlinale 2014 y otros varios festivales internacionales, llega a las carteleras españolas la producción danesa Alguien a quien amar (Someone you love).
Dirigida por Pernille Fischer Christensen (Soap, En familia) está inteligentemente interpretada por el “chico malo” del cine escandinavo Mikael Persbrandt (En un mundo mejor, El hipnotista, El Hobbit; crecido en los suburbios de Estocolmo, detenido por comprar cocaína con su teléfono móvil, condenado a tres meses de servicios a la comunidad) y dos buenas actrices: Trine Dyrholm (En un mundo mejor, Un asunto real) y Birgitte Hjort Sorensen (Autómata), quienes son más que simples secundarias en la narración.
A caballo entre el drama familiar poco convencional y la comedia romántica, Alguien a quien amar es la historia de un cantautor danés (modelo intimista, estilo Leonard Cohen muy convincente: traje negro, cabellos grises, sombrero, taciturno y con voz grave) residente en Los Angeles, que está envejeciendo y acusa los estragos que el tiempo y las distintas adicciones han dejado en su cuerpo, cuando regresa a su país para grabar un disco y se encuentra con la hija que abandonó, y de la que nunca se ocupó, y un nieto preadolescente (Sofus Ronnov, un niño de enormes ojos abiertos a todo lo inexplicable que sucede ante ellos), cuya existencia ignoraba hasta entonces. El país donde creció, lo que queda de esa maltrecha familia y sobre todo el niño, harán que se plantee algunas cosas de las que había decidido prescindir, como por ejemplo la necesidad de querer a alguien.
El personaje central del músico, que viene más o menos recuperado de sus entradas y salidas en el universo de la droga y el alcohol –“un recurso para huir del dolor, de las decepciones y los sinsabores de la vida”-, es el «típico» artista torturado, con sus también típicos arrebatos de cólera, superego y prepotencia, que padecen las dos mujeres –su manager y su productora- que le cuidan y, de alguna manera, encauzan su vida cada vez que derrapa. Todo bastante convencional, todo a punto a de caer en el melodrama sensiblero y lloroso, del que sin embargo se salva gracias a la distancia conseguida por la realizadora que, aunque no oculta el deseo de tocar la fibra sensible del espectador, mantiene una cuasi total objetividad que despierta la empatía con el personaje.