Premio de la crítica internacional en la última Berlinale, mejor película en el Festival de nuevos directores de Nueva York, y aplaudida en otra decena de certámenes, “Aloys”, ópera prima del escritor y realizador de origen suizo Tobias Nölle, 40 años, es una película excesivamente críptica –“una pequeña joya de cine de autor”, dicen otros- que yo he entendido con dificultad, y probablemente mal.
Aloys Adorn (Georg Friedrich, actor austriaco muy conocido por los amantes del cine en lengua alemana) es un detective privado taciturno, misántropo y solitario, cuya vida queda destrozada por la muerte de su padre. Su trabajo consiste en filmar a la gente, en secreto y permaneciendo invisible.
Un día se emborracha y se duerme en un autobús, y al despertar descubre que le han desaparecido la cámara y las cintas. La misteriosa mujer (Tilde von Overbeck) que le llama poco después parece tener algo que ver con el robo.
Extraño drama psicológico, misterioso y melancólico también, con el detective partiéndose en cuatro para imaginar los lugares y las situaciones que le describe la mujer al teléfono -que se desdobla en la mujer real y la obsesión que Aloys imagina, confundiendo en ocasiones al espectador que puede llegar a no distinguir entre ilusión e imaginación-, y la representación de ese intento que muchas veces hacemos los humanos de curarnos nosotros mismos las heridas del alma.