Amanece en Edimburgo (‘Sunshine on Leith’, Dexter Fletcher, 2013), película basada en el musical que en el 2007 recibió el premio TMA a la mejor obra musical del año, recoge las canciones del grupo escocés The Proclaimers cuyos temas suenan continuamente en el film.
Por eso, Amanece en Edimburgo es sobre todo música, pero también estados de ánimo y un homenaje a una ciudad y unas vistas que quitan el hipo.
Llegar por la mañana a Edimburgo, verla desde lo alto entre dos luces, con ese perfil lleno de agujas de iglesias catedrales y antiguos conventos, de siluetas de palacios ducales y universidades, teatros y edificios monumentales y parques oscuros con árboles inmensos, debe suponer algo muy fuerte para quien se ha criado en ella y ahora vuelve de una guerra en desiertos lejanos.
Estos 3 chicos jóvenes, casi adolescentes, vuelven a casa de una guerra distante pero en la que se la han jugado (¿Afganistán, Bosnia, Iraq?) y vuelven naturalmente cantando. También allí, entre las bombas y los tanques, cantaban esas mismas canciones para quitarse el miedo. Todo esto suena épico y el empiece de la película es así, entre el miedo y los recuerdos del superviviente, bellísimo y certero; luego vendrán los terrores nocturnos y el choque con la dura realidad que los aguarda en su patria después de los abrazos de bienvenida, lo que ciertamente da un enfoque devastador a todo el resto.
Dos de ellos han empezado a «trabajar» (es un decir, sin contrato y sin seguridad ni derechos) en una empresa de venta telefónica. Cuando en su día libre van a visitar a un tercero que perdió las piernas en el frente y se rehabilita en un hospital, éste no puede menos de exclamar: ¡Y yo que pensaba que el del marrón era yo!
Así están los trabajos al volver «a casa». En la casa propiamente dicha, la precariedad familiar pone el resto para uno de ellos; para el otro, todo parece en orden hasta que estalla la tormenta. Temazos como ‘I’m Gonna Be (500 Miles)’, que le levantan el ánimo a cualquiera, animan a estos chicos y también la película.
El problema es cuando empiezan los conflictos amorosos -he ahí la tormenta aludida-, y éstos se dan en todos los niveles: padres, hijos y colegas, hasta hacer de la película algo irrespirable que a duras penas se salva por las canciones que cantan entre los seis actores: Peter Mullan, jane Horrocks, George Mackay, Antonia Thomas, Kevin Guthrie y Freya Mavor.
Y es que las relaciones de pareja con su lado más deprimente (inseguridad, celos, necesidad absoluta de pertenencia) abruman de tal modo a sus protagonistas, y yo diría que también al propio espectador, que sólo el hecho de que uno las ve como pretexto para endilgar las canciones, las puede justificar. Y aquí la mujer es la que lleva las riendas, implacable diosa ofendida que nunca se saciará de venganza.
Ver a un tío como Peter Mullan en medio de una fiesta de celebración, con su vozarrón de macho escocés, su falda a cuadros que deja ver sus pantorras tan bien formadas de guerrero antiguo, humillándose de repente hasta casi la muerte, todo para que su mujercita le perdone un desliz de hace 25 años recién descubierto y le deje seguir ejerciendo de pater familias, es y resulta casi insoportable.
Pero es que en la segunda generación de novios pasa tres cuartos de lo mismo: ella exige tales promesas incondicionales al chico, tantas y a cada paso, que nunca son suficientes para la hembra implacable en que se ha convertido la hasta hace dos minutos cariñosa niñita inocente, que el espectáculo resulta humillante y ridículo por mucho que sea «sólo» un musical.
Amanece en Edimburgo, que llega precedida de un gran éxito en su país de origen, se estrenó en España el día 13 de junio.