En Australia, también tienen que defender su radiotelevisión pública (ABC, Australian Broadcasting Corporation). Fundada en 1923, con cierta participación privada y destinada a asumir el servicio radiofónico, la ABC desarrolló años después (1956) un sistema que sumó la televisión pública a la radio. Su modelo inicial, como no podía ser de otro modo por razones culturales y políticas, fue la BBC.
Su imparcialidad informativa y su independencia están amparadas por ley. Quizá el modelo primero fuera la BBC; pero la forma de financiación es distinta. Mezcla presupuestos del Estado e ingresos por publicidad y otras actividades comerciales; pero los ciudadanos no pagan directamente un canon como en el Reino Unido y en gran parte de los países europeos.
La rama juvenil del Partido Liberal del primer ministro Malcolm B. Turnbull ha decidido proponer ahora la privatización de la ABC. Turnbull gobierna en coalición con los conservadores tradicionales del Partido Nacional (representante histórico de la Australia rural y periférica). Así que en esa estrategia privatizadora –si se impusiera en gobierno- éste tendría que contar con sus aliados. También con una opinión pública que sigue llamando cariñosamente “auntie” (la tía) a la ABC.
Parte de los dirigentes de la derecha de Australia –según un modelo que podríamos calificar de clásico en otros países occidentales- considera hoy que la ABC está escorada a la izquierda. En consecuencia, proponen disciplinarla mediante un proceso de privatización que terminaría entregándoles el control total del medio. Una vía lenta para lograr su objetivo es ir recortando sus presupuestos paulatinamente. El gobierno ha impuesto el último mes otra bajada de los fondos destinados a la ABC y ha ordenado una revisión de su actividad comercial. El objetivo parece claro: atar el desarrollo normal de la ABC frente a los canales privados.
Pero según leemos en la versión australiana de The Guardian, Michelle Guthrie, directora-gerente de la ABC, que sin embargo procede de BSkyB y Star TV (canales privados, también fue ejecutiva en Google), ha salido en su defensa acusando a quienes tienen interés en “podar” (sic) elementos de su financiación: “Como nación, podemos optar por no tener la ABC. O podríamos hacer que cojeara hasta convertirla en una empresa fallida, lo que nunca quisimos que fuera. Lo que vemos bajo esa postura es la presión contra el servicio audiovisual público independiente, la idea de que puede ser presionado hasta forzar que se vista con un traje que se ajuste al clima político de turno. No puede y no debería ser así”.
Según Guthrie, a los australianos no les apetece que su servicio audiovisual público se convierta “en un saco de boxeo” al que golpear por estrechos fines partidistas, ideológicos o comerciales. La ABC parece contar con la estima de los ciudadanos y sigue siendo considerada una de las grandes instituciones del país.
Las críticas contra la ABC sugieren también que algunos medios privados (y sus amigos privatizadores) están irritados por la baja audiencia de la entrevista exclusiva a un destacado personaje político, Barnaby Joyce. Éste fue forzado a dimitir hace meses de sus cargos de viceprimer ministro y líder del Partido Nacional al revelarse que iba a tener un hijo con su adjunta de comunicación, Vicki Campion. El código ético del gobierno prohíbe que los ministros tengan relaciones sexuales con sus subordinados (mientras lo sean, suponemos). Campion y Joyce –éste ya fuera de sus cargos y ya divorciado de su anterior esposa- vendieron la entrevista exclusiva de sus relaciones a Seven Network (canal privado). Según la prensa, cobraron por ello 150 000 dólares australianos.
No obstante, esa emisión amarillista de la entrevista Campio-Joyce no impidió que la ABC tuviera mucha mejor audiencia a la misma hora. Y Guthrie se ha burlado sarcásticamente de lo que sucedió ese día: “Fui uno de los 800 000 espectadores que el domingo eligió Mistery Road (*una serie de la ABC) en lugar de la entrevista con Barnaby Joyce. ¿Quién iba a pensar que los australianos optarían por una serie excelente ante el melodrama hiperrealista de un político?”
Varios sondeos dejan claro que el prestigio de la ABC se mantiene precisamente por su independencia del poder político. Y según una encuesta reciente, el 74 por ciento de los encuestados cree que el gobierno debería mejorar la financiación de la ABC.
Turnbull y sus juventudes liberales practican un cinismo conocido en otros lugares: hacen declaraciones que se pretenden favorables a la independencia de la radiotelevisión pública mientras ayudan a los grupos privados de televisión. No hay que olvidar que Australia es el país de origen de Rupert Murdoch, quien tiene un conglomerado audiovisual planetario y tiene también la nacionalidad estadounidense. Su cadena Fox News sigue siendo un apoyo fundamental para Donald Trump. En Australia, la corporación del magnate Rupert Murdoch recibió el año pasado 30 millones de dólares del gobierno con el pretexto de que esos canales privados (Foxtel, principalmente) aumentarían la emisión de competiciones deportivas femeninas y minoritarias.
De modo que la defensa de la ABC por parte de Michelle Guthrie ha sido bien recibida, pero para los más críticos es insuficiente y puede llegar tarde. De modo que la mejor defensa de la ABC se basa por ahora, sobre todo, en su independencia, en el aprecio de su audiencia y en su propio prestigio por su calidad y su imparcialidad. A pesar de todo, desde 2014, la Australia Broadcasting Corporation ha perdido 1.012 trabajadores por causa de recortes sucesivos a su presupuesto. Los recortadores son políticos cínicos que dicen creer en la necesidad de mantener la independencia de la ABC mientras hacen todo lo posible para que cojee cada vez más.