Ileana Alamilla[1]
Hay tanta podredumbre que está saliendo a flote. En las municipalidades se han cocinado asquerosos negocios. Por algo en cada elección no faltan los ataques y actos vandálicos en contra de estas sedes y la quema de urnas, tanto que muchos alcaldes han tenido que salir huyendo de la muchedumbre, harta de sus fechorías. Qué ilustrativa es la película mexicana La Ley de Herodes -nombre que proviene de un famoso dicho de nuestros vecinos-, que fue exhibida en las postrimerías de los primeros 50 años del gobierno de la “Revolución institucional”, hoy de nuevo en el poder.
Con un primerísimo actor, Damián Alcázar, la trama nos capta a nosotros también en nuestras realidades locales, donde probablemente algunos buenos ciudadanos que aspiran y alcanzan cargos públicos enfrentan esa perversión sistémica: el que cree que va a servir una causa honorable se tropieza con la realidad política que carcome derechos humanos y termina cooptando al bienintencionado.
Sin generalizar, para evitar lesionar a personas honradas que desempeñan cargos públicos, pero la experiencia que nos toca enfrentar cotidianamente es que muchos de los que se afanan por llegar a las alcaldías, así como a otros puestos de elección popular o a cargos locales que manejan recursos, lo que buscan es mejorar su situación económica, construir su vida con recursos públicos y no con su salario, ir ascendiendo en la escala social, entrar al mundo de los nuevos ricos, cada uno en su propio nivel, pero todos con dinero mal habido.
Es lastimoso escuchar de voces autorizadas o de testigos presenciales cómo los alcaldes se descaran cuando se les agotan los argumentos para oponerse a ciertas decisiones en donde no está de por medio alguna “comisión” y finalmente dicen “pero así no nos va a quedar nada”, o bien argumentan que la gente no quiere más que obras grises: canchas deportivas, algunas construcciones y no buenos servicios de salud, capacidades instaladas, buena atención. Y la verdad es que con esas demandas, que en ocasiones son ciertas, ellos ganan sus jugosos ingresos extras, ilegales e ilegítimos, de lo que no queda huella, pues nadie va a firmar o exigir recibo por pagos indebidos.
Con indiferencia, indignación, cólera, impotencia y cuanto sentimiento negativo nos inspiran esas desvergüenzas, nos enteramos de los escandalosos negocios de alcaldes y sus familiares en Chinautla, en Villa Canales, en San Miguel Petapa, entre otros.
Contrataciones a familiares, a ONG de amigos, sobrevaloración de obras, construcciones inexistentes o mal hechas, proyectos fantasmas, cobros y comisiones espurias, inventos para expoliar al Estado, triangulación de fondos, lavado de dinero, son algunos de los actos “productivos” a los que muchos alcaldes dedican su tiempo y energía. Segeplán ha señalado que ellos son los responsables de la baja ejecución presupuestaria, a pesar de tanta necesidad. No cumplen, no entregan los proyectos o no llenan los requisitos.
En la próxima elección, o se postulan de nuevo o viene otro con las mismas mañas. Y la gente sigue en la misma desgracia. Es el cuento de nunca acabar.
- Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.